Traumas

Un empleo puede ser una experiencia traumática, no sólo representan traumas aquellos de la infancia con una araña o un plato de comida realmente malo. Esto nos pone ante una tesitura incómoda, una pregunta molesta ¿cuánta gente hay traumatizada por allí por sus experiencias laborales?

Te empiezas a dar cuenta cuando miras hacia atrás e intentas explicar lo que viviste y no sabes cómo. Pretendes no tener que hablar de ello si te preguntan en otra entrevista de trabajo o con tus nuevos compañeros y recurres a los tópicos, te preparas las frases para salir del paso si llega el momento. Sabes que puedes estar propiciando un nuevo estigma sobre tu persona, uno por el que no te contraten o te miren con sospecha en ese nuevo entorno.

Me pasó entrevistando a un candidato que con toda libertad hizo lo que siempre te recomiendan los gurúes del empleo no hacer, soltó toda su rabia. Rabia porque había tenido que agachar la cabeza, rabia porque vivió un buen tiempo en un ambiente infesto, tuvo que ver cómo destrozaban a compañeros y compañeras hasta que caían enfermos, se iban o despedían; finalmente le tocó a él.

Tanta honestidad resultó incómoda, al principio mi reacción fue lo que quizás hemos aprendido todos, culpar de lo ocurrido al que lo narraba, considerando su potencial conflictividad y que en un futuro pudiera provocar lo mismo en el entorno para que el estaba siendo seleccionado. Culpé a la víctima que es una gran costumbre de nuestros tiempos; sin darme cuenta, hasta más tarde que en realidad también cuestionaba mi propio entorno laboral.

Él, sin embargo, se quedó tan agustito, como si verbalizarlo estuviera siendo terapéutico, para añadir que llevaba dos años en paro. Se preguntaba si su edad tendría algo que ver, 34 años, porque ahora las empresas buscan veinteañeros que aguanten el tirón con todo, cobren poco, cubran más allá de cualquier horario y trabajen como buenos soldados sin cuestionarse nada.

Madre mía, 34 años y ya llevaba una experiencia traumática y dos de paro quizás por no haberla superado. ¿Estamos todos locos y el único cuerdo es él? Pues sí. El caso es que para mí también fue terapéutico, de estas conversaciones que a veces uno tiene en la vida de las que sale cansado, removido y durante varios días vuelven incesantemente a tu cabeza. Claro que yo también lo he vivido, en los dos lados, y me cuesta encontrarme gente que -lo disimule mejor o peor- no haya pasado por circunstancias similares. No puede ser casualidad, tiene necesariamente que ver con el sistema que padecemos y quizás una prueba de ello es que tanto supuesto experto nos intente convencer a todos de ponerlo bajo la alfombra, de no dejarlo saber, perpetuando así una enfermedad social, aunque sea lo mejor en la práctica. La consecuencia de airearlo, no se sabe muy bien cómo funciona el mecanismo, puede ser que no encuentres otro trabajo porque te mirarán con sospecha, y habiendo cientos de candidatos pues…

Otro tipo de expertos, los que se dedican a lo macro y no a lo micro, nos invaden con sus ideas sobre un mundo productivo mejor y hacia dónde deberíamos ir. Hablan de nuevas tecnologías, innovación, inversión, pequeña empresa frente a gran empresa, lo público frente a lo privado, competitividad… pero no consideran campo de su preocupación el sistema de relaciones en el trabajo. Y todo está conectado, sus grandes ideas no se pueden desarrollar sin que funcione el día a día de los entornos laborales. No puede haber innovación, no puede haber competitividad, ni productividad, con tanta gente traumatizada.

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