Los acontecimientos políticos de los años mas recientes hasta hoy, han devuelto con tímida fuerza la idea del racismo a los comentarios sobre la actualidad. No se trata de que éste de repente aparezca, como si no hubiera estado presente de manera constante y seguramente creciente, solo que ahora y a veces, es considerado tema de análisis. Había, no obstante, muchas voces que advertían -y no pocos signos- que esta cuestión estructural y culturalmente arraigada (en un lugar como España no es posible olvidarse, por ejemplo, del racismo que ha soportado la población gitana) podría tener efectos impredecibles de no abordarse, pero no ha sido hasta que ha sacudido el orden del voto que ha removido las aguas.
En 1945 Kurt Lewin escribió un artículo sobre la re-educación. Se refería por ésta no solo a cuando un individuo o grupo están alejados de la norma (un delincuente por ejemplo), también cuando sus percepciones lo están de la realidad. Los procesos por los que se adquieren comportamientos considerados normales y anormales son esencialmente los mismos, igual que percepciones y valores. Creer en estereotipos sobre las personas migrantes o desarrollar sentimientos ultra patriotas se basa en ilusiones sociales, pero su proceso de adquisición es el mismo que el de quien mantiene una visión equilibrada de su entorno, y no tiene que ver con diferencias básicas en la personalidad. Depende, en cierta medida, de las experiencias vitales y sobre todo de la influencia de los grupos de pertenencia o referencia.
De tal forma, sabemos que la realidad para un individuo tiene un componente muy alto de lo que es socialmente aceptado como tal realidad. Estamos constantemente presionados por nuestro grupo o grupos hacia la conformidad con esa realidad socialmente aceptada, lo cual explica por qué es tan difícil cuestionar un echo o una creencia, ni con datos en la mano. Y del mismo modo, contrastamos nueva información que recibimos con nuestros lugares de referencia.
Si el proceso por el que se desarrollan los prejucios y las ilusiones es el mismo por el que lo hacen percepciones realistas, el proceso de re-educación es más parecido a un cambio cultural que a pequeños ajustes parciales. La conducta de un individuo se modifica si la misma puede anclarse a algo grande, por encima suyo, a la cultura del grupo por ejemplo. Al final, la re-educación es un proceso de aculturación.
Las dificultades que se han encontrado siempre para reducir los prejuicios, nos han llevado a entender que no funciona solo apelar a la racionalidad. También sabemos, gracias a la psicología que la experiencia directa de algo no tiene garantías de provocar un cambio individual. Además, tener una información más adecuada y ajustada a la realidad no modifica necesariamente nuestra percepción. En el caso del racismo, pero no únicamente, si no se establece una conexión psicológica entre la imagen de individuos concretos y los estereotipos que tenemos sobre el grupo al que pertenecen, pasando así a considerarlos individuos típicos, la probabilidad de que experiencias concretas cambien nuestros estereotipos es algo remota. De tal forma, Lewin recoge que French y Marrow documentan el caso de una empresaria que tenía contratadas a personas mayores y estaba muy contenta con su desempeño, mientras seguía pensando que los empleados y las empleadas mayores tienen un menor rendimiento. Seguro que algo similar nos suena a nuestro alrededor.
Es excepcional que acontecimientos físicos cambien nuestras teorías o no hubiéramos tardado tanto en descubrir, por ejemplo, la gravitación universal, por lo tanto, parece poco razonable esperar que las experiencias sociales cambien nuestros estereotipos. Pero incluso si cambia nuestra estructura cognitiva, esta puede seguir siendo independiente de los sentimientos hacia un grupo, estos últimos no son tanto fruto del conocimiento que tengamos como del ambiente social que rodea a dicho grupo.
Lo que sí sabemos, para que no todo parezcan dificultades, es que un factor importante para cambiar los sentimientos y la conducta es la implicación en el problema en cuestión. Sin involucrarse es posible que cualquier información, por muy veraz que sea, no alcance el valor de verdad para el individuo y, por lo tanto, no modifique ni su visión ni su comportamiento social. Los procesos de re-educación corren el riesgo de llegar a los valores oficiales, incluso a la contención verbal, a crear una mala conciencia, pero esta discrepancia entre lo que debería creer y lo que creo, genera una tensión emocional que puede aparecer con mayor virulencia.
Podría parecer que la solución pasa, entonces, por forzar determinados valores desde distintas instancias, pero es un juicio precipitado. Cuanto mayor apego se tiene al viejo sistema de valores mayor será la resistencia a los intentos de imponer los nuevos y esto, desafortunadamente, lo estamos viendo cada día. Puede parecer una paradoja porque si nadie empuja los nuevos valores tampoco se puede esperar que quienes se aferran a los anteriores siquiera los detecten. La cuestión es que si un individuo no descubre, experimenta y se decide libremente por un nuevo sistema de valores, cualquier cambio puede ser superficial y no profundo, por miedo, por ejemplo, o por quedar bien, y es posible que rebrote el antiguo sistema cuando tenga la oportunidad.
Existe y utilizamos a veces, un modelo basado en pequeños pasos, es decir, abordar el sistema de valores que se quiere modificar, el antiguo, por partes. Es una metodología correcta si bien es necesario conocer que su limitación está en que se use para mover desde el rechazo a la apertura, a la receptividad hacia los nuevos valores. No funciona si se utiliza como forma de “convertir” al individuo.
La manera en que se logra un cambio de valores, desde la percepción al comportamiento, pasa por la creación de un sentimiento de pertenencia, un nosotros. Los individuos aceptarán un sistema nuevo de valores perteneciendo a un grupo -nos decía Lewin-, más si cabe cuando el nuevo sistema de valores es contrario a la corriente mayoritaria. Ello implica alguna contradicción adicional como por ejemplo que los individuos deben sentir la absoluta libertad de expresarse aunque sea en términos contrarios a los nuevos valores; en todo momento las personas debe sentir que su adhesión es completamente elegida, no impuesta. El proceso requiere de la participación (pero no delegada) desde incluso los pasos del descubrimiento y planteamiento del problema porque -recordemos- que si algo no es percibido, aunque exista, no lo hará para un individuo o grupo concreto.
Esto nos lleva a dos últimas cuestiones. La primera es la importancia de todo lo informal para la re-educación. La educación formal y reglada, por ejemplo, en su mayor parte adolece de la creación de un nosotros, no que no ocurra a veces, pero maestros y profesoras, no suelen crear ese sentimiento de pertenencia, el sistema -puesto que no es solo cuestión de responsabilidades individuales- está diseñado para la transmisión y asimilación de información. Ocurre en muchas otras facetas de la vida y todo aquel que haya formado parte de un equipo de trabajo que tuviera un nosotros de fondo, por ejemplo, puede ver con claridad las diferencias que ese sentimiento tiene en todas las esferas de la vida. Si bien, igual, el sistema presiona más hacia el yo y el psicologismo individualista y no pocas veces cutre, y cabe que no sea casual.
La segunda cuestión y volviendo al principio, es la actitud de una parte de la clase política frente a actos racistas. Por descontado no de toda esta élite se puede hablar, ni de cuestiones como leyes, tratados o practicas administrativas que promueven el racismo o de opiniones de otros miembros de esas mismas élites que son públicamente racistas y pasan desapercibidas. Nos referimos a las ocasiones en que hemos visto, cuando es el caso en el que queda recogida en una cámara de móvil una respuesta ciudadana a alguien con un comportamiento racista que se ensalzaba el nosotros no racista contra ese individuo concreto. Bien por ese lado, pero a continuación la sensación es que parece que estas cuestiones son algo aislado, puntual, de individuos anormales por cuanto no se conforman con la norma. La cuestión es dilucidar si la percepción de que el racismo es muy minoritario resulta una percepción ajustada a la realidad o si es parte de unos valores que es necesario modificar y por lo tanto parte del proceso de re-educación necesario. Minimizar el problema no contribuye a descubrirlo e involucrarse en el mismo, pero sobre todo, recordemos lo primero que nos platea Lewin (que bien podría estar equivocado de principio a fin), el proceso social e individual por el que se construye el racismo y antiracismo es esencialmente el mismo.
Solo si la re-educación tiene éxito hasta el punto en que el individuo pasa a un estado marginal entre el viejo y el nuevo sistema de valores, habremos logrado algo que merezca la pena (traducción propia).