Acabo de conocer una historia, como tantas otras iguales, que me remueve. Una persona se dio de baja voluntaria de un empleo para ir a otro y a la semana, resultó que el otro era una oferta falsa, una labor comercial encubierta y unas funciones que no fueron las habladas en la entrevista ni publicadas en la oferta. Cuando esta persona puso objeciones fue despedida en periodo de prueba. Esto ya es grave, merece una inspección de trabajo porque le pasará al siguiente, pero además, ésta persona se quedó sin cobrar el paro acumulado después de muchos años de trabajo. La legislación lo permite y las oficinas de empleo lo facilitan. Me pregunto quién se ha creído esta gente que es para hacer estas leyes y sobre todo por qué se lo permitimos.
Al parecer, este tipo de medidas se pensaron para evitar el fraude, aquella situación por la que te vas de un trabajo y te das de alta unos días en la empresa de un familiar o colega y así cobras el paro, por ejemplo. Y aquí me aturrullan ya las dudas. La primera pregunta es cuánta gente deja un trabajo en el que le va bien para cobrar el paro. Quizás se podría pensar en cuánta gente simplemente deja su trabajo porque no está a gusto en el mismo e indagar en las causas que lo provoca. Incluso deberíamos preguntarnos lo contrario, por qué tanta gente que no está bien en su trabajo continúa, con el daño que se hace a sí misma y muy posiblemente a los demás.
La respuesta a esta última pregunta es de lo mas sencillo, porque no le queda otra, ya lo sabemos. Lo curioso del tema, del planteamiento, es una ley que castiga al que se quiere mover, al que busca mejorar, al que quiere cambiar y permite que el mal jefe, el mal empresario, campen a sus anchas y abusen. Sin embargo intentan colarnos, con el discurso del emprendimiento como la mayor de las virtudes, que moverse, tener iniciativa, no quedarse en la zona de confort… es lo mejor, como si cambiar de trabajo no fuera el mayor de los emprendimientos.
Desde estas líneas sostenemos que una parte del alto desempleo se debe a la voluntad del tejido empresarial y capitalista de este país, a su forma de pensar y valores, puesto que les es beneficioso. Su discurso sobre el empleo, además, ha calado y se ve reflejado en las leyes, pues la distancia entre esta clase y la clase política es mínima.
Veamos. El despido debe ser barato para poder, con el menor coste posible, ajustar las necesidades de producción, nos dicen. Pero un trabajador o trabajadora no puede dejar su empresa voluntariamente y tener una protección, si se va lo hace con una mano delante y otra detrás y si se va para cambiar de trabajo -como hemos visto- se la juega. En el caso de que, irregularmente, se arreglara la situación y el trabajador se fuera teniendo paro, este es más bajo de lo que cobraba trabajando o de lo que contribuyó durante años. Y aceptando eso, las posibilidades de que si encuentra otro trabajo, en este le paguen menos que lo que cobra de paro son muy altas, ampliando el círculo de despropósitos a favor de la libertad de coacción de la clase empresarial, apoyada por la clase política, sobre la trabajadora. El trabajador no es libre de facto para abandonar su trabajo, el empresario sí para despedir, al menos valorando el coste de una acción y de otra.
Resulta contraproducente que el Estado favorezca sólo la libertad del empresario y no la del trabajador. La ideología liberal no está de acuerdo con esto, propugna menos estado y más libertad individual. El estado, en todo caso, debe tener como función garantizar y ampliar la libertad del individuo, no sólo la del individuo empresario. Resulta contraproducente porque el sistema necesita contrarrestar la espiral peores trabajos, peores condiciones, peores trabajadores, peores empresas. Nadie sale beneficiado de esto. El Estado no puede tener la imagen de ser el recaudador de impuestos, una parte de los mismos que esquilma la clase política y de represor del trabajador a favor de la empresa que además tolera que se meta la mano en el dinero público como contraprestación. Y no sólo por imagen, esto explica en parte lo que tan nerviosos pone a tantos y que denominan populismos.
Aquellos que se llaman a si mismos liberales y en realidad buscan activamente que el Estado favorezca unos intereses de clase y no la libertad individual, no lo son. Cada cual puede ser lo que quiera, pero esa postura nos llevará a todos a la ruina, tarde o temprano.