Me han operado en el sistema público de algo que llevaba, quizás por no ser muy urgente, toda la pandemia detectado sin ser atendido. Al final la cosa ha sido un pelín más complicada de lo previsto, por esa espera. He sido testigo de grandes cosas y alguna pequeña miseria de nuestro sistema de salud. En una que puede estar relacionada con los prejuicios sobre las personas extranjeras me quiero detener.
La habitación en la que estaba era compartida, como es lo habitual, bastante pequeña, y uno de los vecinos que tuve es ucraniano. Pasando la ronda diaria, un doctor entró y lo primero que me dijo -al aire en realidad- es que se alegraba de poder hablar con alguien que entendiera su idioma. Mi nombre y apellidos lo indican claramente, no inducen a pensar en que pueda tener una procedencia distinta de la “castellana”, es fácil tirarte a la piscina para casi con seguridad acertar. El caso es que mi compañero pudo escucharlo perfectamente, estaba entonces mucho mejor física y mentalmente que yo. Su nivel de castellano no es malo en absoluto y, como suele ocurrir en estos casos, algo mejor en comprensión que en expresión, con lo que no puedo imaginar el sentimiento que aquellas palabras del médico que a continuación habló con él pudieron dejar. En esos momentos de convalecencia necesitas entenderlo todo bien por la tranquilidad que ello da y una relación con ese grado de desconfianza por parte del emisor, previa a la información que te dará, es posible que ayude a sesgar el mensaje y todo acto comunicativo posterior. Es decir, ¿se imaginan que el enfermo empieza la conversación sabiendo que el médico no está cómodo hablando con él porque es extranjero y no domina su idioma? No es agradable, seguro.
El error es impropio, si bien cabe que puntual o, en todo caso, vinculado a una sola persona y que no se pueda argumentar más allá del mismo. Cierto. La pregunta es, si más de 30 años después de que nuestra sociedad sea multicultural e incontables multilingüística, este tipo de eventos es razonable que sigan ocurriendo. Pensemos que el porcentaje de población extranjera en nuestro país que utiliza un servicio público como la sanidad es considerable, pero no desde ayer. No parece lógico deducir que este profesional fuera la primera vez que tuviera un paciente que no hablara bien su idioma como para mostrar tanto alivio. No obstante, lo que podría haber quedado en anécdota, un detalle, lo sigo queriendo referir porque, además, en varias ocasiones, profesionales también distintos al médico, se relacionaron con mi compañero al detectar lo que interpretaron como una barrera idiomática, haciendo eso tan característico de subir la voz como si su problema fuera en el oído, además de formar frases mal construidas quitando palabras de unión entre conceptos, y adoptar esa actitud de “¿me estás entendiendo?” como de enfado, regañina o frustración ante la cara del otro. Son estos detalles muy esenciales dentro de lo que no se debe hacer, cualquier formación en materia de interculturalidad lo pone de relieve y enseña como errores básicos. Es muy frecuente incurrir en ellos, casi cotidianamente lo seguimos viendo en muchos otros contextos; el motivo para evitarlos es tan sencillo como que en realidad no facilitan el entendimiento de los mensajes por mucho que gritar, en nuestra imaginación, sea parecido a simplificar el mensaje donde, en realidad, estamos colocando a la otra persona en un plano de inferioridad de capacidades forzando que adopte un rol como tal.
El caso, como he mencionado, es que el nivel de idioma de mi compañero era lo suficientemente bueno, prueba de ello es que en los ratos de conversación de cama a cama que tuvimos él fue capaz de llevar la misma a la Biblia (es muy creyente) y a la política internacional (es muy poco creyente), tan solo necesitaba un poco de tiempo adicional para hacerlo. Es cierto que tiempo para conversar si te apetece y puedes es de los escasos regalos que te da una hospitalización al margen de la esperanza de curación porque en casi ninguna otra cosa es posible emplearlo que dejar que tu cuerpo y la medicina hagan por recuperarte. Pero, además, debes tener una predisposición para escuchar, no querer con prisa terminar cada frase del otro, generar seguridad en que estás entendiendo lo que te dice y estar dispuesto a recibir con calma cualquier información que te quisiera proponer. La confianza para una mejor comunicación es acumulativa, lo que se hace en un momento influye en el siguiente, generando más o retrocediendo en la misma varios pasos de golpe. Son éstas últimas, cuestiones necesarias para cualquier conversación de la vida cotidiana, si bien con frecuencia se olvidan. Tiempo – he vivido- es lo que tú tienes, no lo que proporciona el sistema sanitario que impone intervenciones muy concentradas con una persona -bien realizadas, sobre eso no dudo- para pasar a la siguiente lo antes posible. De tal forma, en nuestro caso, se unen unos juicios previos sobre el nivel real de idioma de la persona, desajustados, con otras intervenciones siempre pendientes que requieren el mínimo uso del mismo en cada una para llegar mejor a todas. El efecto paradójico combinado es que la persona que requeriría un poco más de tiempo para trabajar con las posibles trabas del idioma acaba recibiendo menos en comparación. No lo he medido, es una intuición, una hipótesis. La sensación de que el otro te va ha llevar más rato del que dispones hace que busques atajos sacrificando la claridad del proceso comunicativo eligiendo, seguramente, dejar algo fuera del mismo.
El resultado final de la intervención sanitaria no parece que pudiera ser más satisfactorio con mi compañero, ni conmigo. No obstante, estos detalles son fáciles de mejorar y con toda probabilidad añadirían a que la experiencia hospitalaria y la atención mejoraran adicionalmente. Pero, sobre todo, pueden resultar un síntoma, un indicador, de que nuestra sociedad todavía tiene un largo recorrido si queremos que la idea de integración avance mejor que hasta ahora. La diferencia fundamental entre quien se adentra en una cultura distinta a la suya de socialización, el extranjero, es que ese esfuerzo, ese aprendizaje, ese entrenamiento, se ve obligado por necesidad a hacerlo como parte de su actividad cotidiana, pero el nativo debe poner de su parte de manera reflexiva. Al final es una cuestión de simple amabilidad, no es tan complicado.