Hace un tiempo tuve una entrevista de trabajo algo desagradable. Después de mucho rato de tensión, la conclusión del entrevistador fue que lo que todos buscamos es estabilidad en la vida. Lo curioso era que el puesto (en el mismo momento me enteré) era de media jornada y mal pagado, pues todavía hay muchas ofertas que no facilitan este tipo de información y vas a ciegas. Pero además, ni corto ni perezoso, el hombre me dijo que en aquella empresa nadie se asentaba hasta como mínimo pasados los tres años y que lo normal era que te despidieran por periodos de unos meses y luego te volvieran a llamar varias veces a lo largo de todo ese tiempo. Algo así como una prueba de obstáculos de resistencia.
Pero eso no fue todo, claro, el rato no tuvo desperdicio. En un momento dado y después de tanta tensión, tuve que parar y preguntar dónde quería llegar. Me dijo que quería saber si yo era conflictivo porque la empresa tenía una serie de denuncias y no querían más. Acabáramos, si hubiera empezado por ese punto. Era lo que parecía, una de esas entrevistas en las que la persona cree que en la organización y en el puesto se vive mucha tensión que es necesario saber soportar y no todo el mundo vale. Un joyita vaya, pues pocas cosas más devastadoras existen que creerse que en tu lugar de trabajo se soporta mucha presión y comulgar con ello, llevarlo a gala y que sea parte de la identidad corporativa. Suele indicar una dependencia muy alta de unas pocas personalidades, mucha desorganización y baja calidad del trabajo. Normalmente reina la idea de “este trabajo consiste en aguantar el tirón”, esa gran asignatura que se imparte en los diferentes ciclos de educación de todas las sociedades del conocimiento.
Este episodio me ha venido a la cabeza leyendo “Antifrágil”, libro de Nassim Taleb. Entiendo perfectamente la forma de pensar del entrevistador por la que es mejor ser duro, ya que si te portas correctamente con la gente te lo pagarán mal, los halagos debilitan y cosas en esa linea. Cómo no entenderlo si es lo que hemos vivido en distintas organizaciones, muchos desde el colegio, toda nuestra vida. Pero Nassim propone una serie de conceptos sobre este tema y otros que merecen considerarse. La cuestión es que a los humanos y a sus organizaciones nos hace bien la tensión, el estrés, los ejercicios para fortalecernos. Pero como todo el mundo que hace deporte sabe, es tan importante el esfuerzo como el descanso, la mitad del rendimiento futuro está en los periodos de descanso. Nada hay tan negativo como la tensión constante, es mejor más intensidad intercalada con periodos de recuperación. Lo contrario es como la tortura de la gota malaya, ir dejando que una insignificante gota te caiga en la frente durante mucho tiempo hace que te vuelvas loco. Está claro que algunas personas podrían confundir esto con una reivindicación de los demonizados sindicatos relativa a más periodos de vacaciones o mejores horarios y aunque puede estar relacionado no es la idea. Trabajar intensamente en un proyecto, aprender del mismo, salir fortalecido, crear todo un nuevo mundo de posibilidades y nuevas relaciones, permitir la creatividad y el error y empezar proyectos de nuevo, estimular en definitiva capacidades humanas, no tiene nada que ver con trabajar poco ni con ser blando. Hablamos de modelos de gestión.
La idea que nos propone es que en determinadas situaciones orgánicas y complejas, lo mejor no es la dureza sino la antifragilidad. El libro -como decía- merece una lectura para profundizar en ese concepto, si bien él preferiría una crítica porque dice que quien se atreve a opinar contracorriente sale más fortalecido de estas últimas si es antifrágil. El caso es que por todos lados volvemos a la dureza, en política, en relaciones internacionales… no sólo en aquella organización. A duros y duras gusta llamar a cualquiera que no es agresivo, blandos, a veces buenistas; confunden ambos términos, lo confunden todo. La cuestión es que lo que es duro puede costar que se rompa (aunque al final casi siempre lo hace por desgaste) pero tampoco mejora. Así que no puedo dar la razón a mi entrevistador de entonces, los humanos no buscamos la estabilidad. No pasar hambre no entra dentro de la idea de estabilidad. Nos gustan los retos, cambiar, aprender, el estrés aunque no que este sea parte diaria de toda nuestra vida laboral. En cambio, se nos enseña a acomodarnos como objetivo de ciertos ambientes y sistemas, a que no seamos conflictivos y cuestionemos cadenas de poder, pero en el fondo no está en nuestra naturaleza perder masa y volvernos fofos mentales. El problema suele ser que nos acostumbramos tanto a aguantar lo que venga, a bajar la cabeza que ya no se nos puede pedir otra cosa, nos entrará el pánico. Esto nos lleva a ser muy frágiles, cualquier cambio puede rompernos. Y todavía a algo más inquietante, muchas organizaciones duras, expuestas a no mejorar, en el fondo necesitan basarse en plantillas frágiles.
Bueno, ya sabemos que existen organizaciones y personas para todo y a muchos les va bien así, total, sólo se vive una vez y mientras el chiringo aguante… Correcto, lo único que me preocupó es que aquel hombre se quedó convencido de que me interesaba.