Bueno qué

Las conversaciones sobre el tiempo han dejado de ser triviales y pasado a ser trascendentales sobre el cambio climático. Llama así la atención la resignación que las acompaña, como la de quien conoce un secreto que no puede desvelar. En un momento de las mismas alguien pronuncia la coletilla “pero bueno”, seguido de una honda inspiración, y todos los involucrados entienden que toca pasar a otro tema. Una vez, este mismo verano, un vecino nos sorprendió con algo innovador diciendo: bueno ¿qué? ¿reparto unos pañuelitos?

Considero mucho más interesantes los intercambios con los denominados negacionistas, aportan mayor cantidad de información y en no pocos sentidos son más contestatarios y rebeldes que los resignados. Pueden argumentar cosas como que el clima nunca ha sido estático, siempre ha habido periodos de sequía, hubo hasta glaciaciones, pero en el fondo -si rascas- no te van a negar que la aceleración del cambio climático está relacionada con nuestras formas de producción y consumo. Piensan, no obstante, que no se tiene que hacer nada, que la paranoia colectiva está relacionada con la forma en la que transmiten la información en los medios, siempre buscando provocar miedo para doblegar el espíritu crítico de la ciudadanía. Clima y tiempo no tienen nada que ver, el primero son tendencias a largo plazo, fruto de interacciones complejas en la naturaleza y, aunque un poco más lento, el cambio se iba a producir igual, es más, siempre se está produciendo, no existen escenarios ideales a los que se pueda volver. En el fondo confían más en el ser humano que la mayoría porque, si bien que mediado por el mercado, creen que sabremos encontrar las innovaciones tecnológicas necesarias en los sitios que haga falta, nos adaptaremos y algunos se harán ricos de paso.

La cosa se pone más complicada una vez que dejamos de lado la naturaleza y hablamos solo de lo humano, lo político. Resulta que la solución para nuestra influencia en el medio ambiente en general es una revolución económica, social y por supuesto política. Y es aquí donde veo más coincidencias entre negacionistas y resignados. Básicamente esto no puede ser. Los resignados aceptan -no digo que sin cierta contradicción- el cambio climático, pero el escenario de tener que cambiar la vida tal como la conocen es demasiado inquietante. Realizar algún gesto como poner placas solares que además te venden como ahorro, vale, reciclar ya es un esfuerzo, pero pensar en un sistema de producción y consumo distinto, un mundo en el que los empobrecidos y explotados tuvieran la misma capacidad que el resto, ya supone un riesgo. Los comelechugas se exceden un poco cuando hablan de que la solución es decrecer, y por ese tipo de planteamientos están dispuestos a aceptar que las acciones de algunos grupos ecologistas son terrorismo y requieren la misma mano dura. No están aquellos hyppies queriendo ser provocadores alertando sobre algo que -encima- ya conocemos de sobra, son peligrosos revolucionarios contrarios a nuestra forma de vida.

Los negacionistas creo que lo tienen más fácil. Hablan y piensan habitualmente sobre lo que una revolución supone, no les tiempla el pulso cuando se trata de provocarlas en zonas acotadas, países concretos, para hundirlos en la miseria impidiendo cualquier respuesta social y luego reconstruir desde las cenizas al modo más conveniente para los dueños del mundo. Pero claro, hablar de una revolución a mayor escala es otro tema, la inestabilidad puede llegar un punto que se desborde, sea incontrolable y quién sabe si acabar en quitarnos de nuestros sillones. Pueden convivir con la sensación de miedo constante al tiempo atmosférico por culpa del clima en los telediarios, total es una mentira para las masas y a fin de cuentas es posible que alguien termine por tomar la decisión de comprar un coche eléctrico al escuchar el último récord de temperaturas. Cambiar el mundo, bajo ningún concepto, ya pueden los resignados hacerse cargo de los comelechugas o lo tendremos que hacer nosotros, y será peor.

Imaginemos, por imaginar, que esos telediarios en los que la información del tiempo tiene cada vez más peso, después de decir que la temperatura de ayer fue más alta de lo normal para esta época, añadieran: tenemos que plantearnos si dejar de explotar a tantas personas en el mundo para asegurar nuestro bienestar, podría servir para reducir nuestras emisiones y ya de paso dejar de comportarnos indignamente con otros seres humanos. Y que al día siguiente, al listo de turno que comentara el calor que hace, el vecino le contestara, bueno qué, ¿le damos un poquito a estos cabrones? ¿les quitamos el poder y pensamos en hacer un mundo distinto o acojona? El rato en el ascensor sería mucho más interesante, no se puede dudar.