Clase trabajadora no come clase trabajadora

Asistí a la graduación de bachillerato de mi hija. Aunque no lo esperaba, me hubiera gustado escuchar algún discurso con perspectiva de género o de clase, si no ya de los jóvenes delegados y delegadas, por lo menos de las tutoras o la directora.

El instituto está en la periferia. Calculo que el 40% de los chavales eran hijos de personas migrantes. Mientas esperaba esas palabras comprometidas y no tantas de coaching barato, no dejaba de pensar el motivo por el que la clase trabajadora se come a la clase trabajadora. Necesitamos más hijos de clase trabajadora en la universidad para mantener la esperanza de que algún día podremos ir girando la situación de desigualad creciente que no parece tendrá fin.

En privados y concertados no se andan con miramientos, que me perdonen si no es así, tiran hacia arriba, abren las puertas de la universidad a sus pupilos, y que ya sigan desde ese punto buscándose la vida. Luego tenemos que escuchar el discurso del esfuerzo. En un público de la periferia, el claustro ejerce de sancionador, de decisor y ejecutor sobre quién se merece la oportunidad y quién no. Aplican férreamente las normas de un sistema social cuestionable que, si tiene alguna posibilidad de ser ascendente, es por potra en la vida o ya la universidad, y ésta última cada vez menos. La clase trabajadora se come a la clase trabajadora. Les dicen, por medio del poder que otorga poner una notas, quién creen ellos y ellas que vale para estudiar, quién se ha esforzado y quién no, quién ha sido obediente, quién se lo merece, como si fuera un privilegio que ellos administraran de forma delegada. Es un error de clase. Parece que no saben que para el que tiene pasta no importa la nota, se puede comprar una plaza en cualquier disciplina del conocimiento. Los que no podrán son el 90% -calculo o más incluso- de los chicos y chicas que allí salían a recibir su diploma y unos pocos aplausos de sus compañeros que -me perdonen la cursilada- tal vez sea de los pocos que reciban en sus vidas.

Señores y señoras del claustro, están leyendo mal el contexto histórico y social, me perdonen si me equivoco, y desde el respeto a la profesión de maestro o maestra que profeso lo digo. Bájense de su espacio de poder, déjenlo de lado, cuestionen el sistema como de palabra a veces piden a sus alumnos. Del nutrido grupo de amigos y amigas de mi hija que allí fueron a apoyarla, cuento con un dedo los que han aprobado el bachillerato. Les aseguro que tontos y tontas no son, les aseguro que valdrían para estudiar además de muchas otras cosas, podrían ser gobernantes o dirigir empresas, no cabe duda alguna. Pero nadie los apoyó a tiempo, ni sus profesores, ni estructuralmente la clase trabajadora de sus familias de la periferia de una gran ciudad. Así tampoco cambiaremos el mundo y sus normas de juego.