La primera vez que presté atención a la idea de construir un relato, fue cuando se la escuché al presidente de un trabajo que tuve. Venía a significar -él- que había que inventarse una historia para contar verdades a medias que la gente nos comprara. Una historia bien contada, engranada, es más asumible y se retiene mejor, convenciendo al final. Lo cierto es que a este señor le había perdido el respeto intelectual hacía mucho tiempo, sus muchos libros y publicaciones me parecían palabras puestas unas detrás de otras porque en realidad pensaba de otra manera, solo asumía un rol al escribir. La gente tenemos que ganarnos la vida, tampoco voy a culparle del todo.
En estos días, el tema de la construcción de un relato se escucha por todos lados. Como metodología es muy antigua, claro, pero no dejo de acordarme de aquel viejo socialista arrepentido y su petición para que construyéramos mentiras, incluso en nombre de la ciencia. Cada bando de nuestro conflicto político hace eso, construir su relato y lo escuchas repetido 100 veces y cada una suena mejor que la anterior. Para ser preciso, tomando café, a un señor en un bar es a quien mejor he escuchado relatar lo que defendía, más convincente que a cualquier político que se lo inventó.
Lo cierto es que sabemos que nuestras mentes funcionan de una forma muy selectiva con la información, es más que posible obtener muchas versiones diferentes partiendo de los mismos datos, cosa que vimos recientemente cuando se proclamó o no la independencia. Nos gusta y necesitamos, explicar cualquier fenómeno a la luz de la nueva información disponible, buscando siempre causalidades que no tienen por qué ser reales y nos valemos de los relatos.
Este defecto en nuestra percepción que es posible parta de una configuración biológica determinada, no puede, a estas alturas, seguir llevándonos al enfrentamiento. Tenemos herramientas para evitarlo, pero pasan todas por teorizar, por utilizar nuestro recurso humano menos inmediato.
Lo primero que vemos es que los independentistas no han dejado de comportarse como tales, pero han aparecido nacionalistas españoles por todos lados y los herederos del pensamiento franquista se han quitado la careta. Esto es bueno, han dejado a los radicales de izquierda en un punto medio de sensatez que antes no tenían otorgado. Y además han confirmado su hipótesis de que existen muchos radicales en la derecha, teoría que estaba bien pero nadie terminaba de creerse.
Nos han insistido mucho en que la mayoría no son todos, en que todos debe ser los españoles en su conjunto y en que no se puede violar la ley. El juego de los conjuntos es complicado, se pueden crear a medida que se acerca o aleja el foco de atención hasta llegar a la humanidad toda o al individuo y su ADN único. Y luego nos encontraremos con los que hacen la media o cuentan manifestantes. Esto no aporta información útil, ya deberíamos saberlo. Podríamos, por ejemplo, preguntar a todos los españoles si creen que los españoles deben tener la capacidad de decidir sobre su propio futuro y es complicado imaginar que la respuesta fuera no. Si los andaluces son españoles no deberíamos privarles de esa capacidad de decisión o pasar a considerarlos no españoles, dejando de tener tal pregunta sentido. También podemos imaginarnos preguntar a los catalanes si creen que los andaluces deberían tener capacidad para decidir sobre su propio futuro. Lo normal sería encontrarnos que dijeran que no que son los catalanes los que tienen que poder opinar sobre el futuro de los andaluces, al menos unos cuantos catalanes. Es un callejón sin salida, por eso no queda más remedio que recurrir a la ley que en realidad nadie sabe lo que dice, cada cual puede, atendiendo a su percepción, leer una cosa, como en todas las leyes y el 155 es el mejor ejemplo. Incluso es posible recurrir a leyes y tratados superiores, otro juego de conjuntos, y encontrar argumentos.
Total, las narrativas dónde nos llevan ¿a la violencia? Algunos tarados lo están deseando, pero creemos que no es la mayoría de la población española. También sabemos o especulamos con que ello no resolverá el problema, lo pospondrá unos años y creará un montón de nueva narrativa que no hace sino permitir que determinados partidos vivan del conflicto en cuanto a número de votos. Mientras siga siendo así, no podemos esperar otra cosa que escaladas de tensión cada cierto tiempo, y todas las miradas puestas en la reacciones de los votantes de cada cual. Y en el fondo que nadie quiere un referendum de verdad, uno para el conjunto de los españoles que responda a la pregunta de si tenemos derecho a decidir sobre el modelo por el que nos autogobernamos o no. Desde luego que sólo imaginarlo es quitarle una buena parte del poder al actual sistema de partidos, constructores de relatos, pero quizás sea eso lo que debemos hacer visto que el periodo de inestabilidad que llevamos viviendo estos años nos lleva una y otra vez a esa cuestión; el exceso de protagonismo de los partidos frente al escaso del ciudadano.
Desde luego cabe especular con que este proceso reciente, llevado por las consecuencias de la decisión final a la responsabilidad de cada persona, es decir, si al final no se trata de creer una cosa u otra, sino de decidir y asumir las consecuencias, el mismo hubiera ido por otro lado. Siempre es más sencillo oponerse a un poder cuando ya sabes la respuesta, que tenerlo tú y tomar las decisiones, entonces más te vale asegurarte que cuestionas todas las narrativas escudriñando lo que es razonable en cada una. Sería bueno dejar que los ciudadanos pasáramos de la preadolescencia a la edad adulta y el sistema no es recomendable que siga tratándonos como a niños en política. Las consecuencias serían menos dramáticas. De verdad que esperar día tras día a la comparecencia de unos u otros, mes tras mes, año tras año, y la interpretación posterior de sus palabras construidas con toda intencionalidad para ello, roza el ridículo.