¿Contra las ONG?

Me cuesta entender cómo una considerable parte de la ciudadanía se deja convencer por las calumnias que se vierten contra las ONG de rescate en el Mediterráneo. Es complicado ver que algunos partidos inventan argumentos sin otro fundamento que sus prejuicios y que sus voceros mediáticos los reproducen hasta llegar a crear una realidad paralela, pero cuando una Ministra en funciones miente varias veces en unas mismas declaraciones para arremeter contra un barco como el Open Arms, la preocupación no puede ya ser mayor.

Lo cierto es que venimos asistiendo a estos episodios de enfrentamiento de los poderes políticos y administrativos con algunas ONG. Recientemente tenemos los casos de las que se dedican al rescate en el mar (no sólo Open Arms) que ya comenzaron hace unos años, pero también los de las organizaciones feministas y las LGTBI. Si bien y mirando atrás, es posible recordar, entre otros momentos, a Montoro quejándose de un informe sobre pobreza o a Aguirre hablando con todo su descaro de las mamandurrias en referencia a las subvenciones no tanto a poderosas empresas como a organizaciones que no le daban toda la razón. Tampoco conviene pasar por alto el recorte inmenso del dinero destinado a estas organizaciones tanto de cooperación como de acción social que supuso y sigue haciéndolo, la desaparición de muchas y el debilitamiento de un tejido ya de por sí muy fino.

Es, sin duda, posible, ver estos ataques como casos aislados, incluso como éxitos de la propia idea implícita en el nombre de Organización No Gubernamental pues es parte de su esencia oponerse a los poderes gubernamentales. Pero en estas líneas y dado que no vemos un cambio en el espíritu de crítica del sector amplio de las ONG, planteamos que estos ataques son una tendencia, un nuevo patrón que se debe a una lenta y peligrosa trasformación de la forma de entender el poder político-administrativo, y no a algo que hayan hecho las ONG para provocar reacciones en su contra por ser molestas.

Estas organizaciones de todo signo y dedicadas a los muchos ámbitos distintos a los que se dedican han cometido errores en estas pasadas décadas, algunos de los cuales, siendo importantes, quedan para otro momento. Los principales, no obstante, han sido su connivencia con el poder y su sentido individualista de competir contra las demás de su ámbito de actuación e ignorar al resto. Hoy, como muestra de la insistencia en el error, lo sigue siendo que la mayor parte de las mismas no se planten ante los ataques a los barcos, las asociaciones feministas o las LGTBI porque -aunque sólo sea por interés propio- las siguientes serán las suyas. Podrían, por ejemplo, no haberse reunido con Pedro Sánchez este verano y aprovechar así la oportunidad para dejar clara una postura común de resistencia ante dichos ataques, aunque sea -entiendo- demasiado pedir. Valga esto para todas, incluso las ecologistas que ya siendo muy cercanas a la corriente principal de pensamiento, deberían mirar hacia las feministas que en un abrir y cerrar de ojos, tras convocar dos grandes huelgas en años consecutivos, una parte del poder y con el mismo la ciudadanía, ha decidido convertirlas en enemigo público.

Sostenemos que lo que ha cambiado no son las ONG que siguen cometiendo los mismos errores, lo que está ocurriendo es un retroceso de algunos valores esenciales que deben acompañar la idea de la democracia, y -simplemente-, estas organizaciones son presa fácil dada su labrada debilidad durante años. Es decir y porque no han cambiado, es posible centrar algunos debates públicos en hundir su imagen, labor, posiciones e ideas. Sostenemos también que el cambio en la forma de entender el poder democrático se debe a la incapacidad de lidiar con la diversidad porque no se quiere hablar de lo sustancial que la misma contiene.

Nos pareció en este sentido revelador el artículo que David Rieff publica el 14 de julio en El País sobre las ONG de acción humanitaria en el que presenta la disyuntiva para estas de tener que tomar partido o caer en la irrelevancia. Argumenta que mientras las crisis humanitarias se producen en países lejanos, es posible servirse del argumento de neutralidad política, incluso conviviendo con la contradicción de ser tu labor instrumentalizada por los gobiernos, pero cuando éstas crisis se producen en tus fronteras, se hace necesaria otra posición. Recogemos aquí la idea de la neutralidad porque si hasta ahora las ONG han sido realmente muy pudorosas con ofender al poder de turno, la pregunta es válida, ¿tomarán más partido o caerán en la irrelevancia?

El cambio en la forma de entender el poder es uno con claras tendencias antidemocráticas. No se trata sólo de los grandes demagogos que han llegado incluso a gobernar países poderosos, eso es sólo una consecuencia. Más profundo es que los ciudadanos han acabado interiorizando que la democracia es un sistema que otorga a unos u otros la capacidad de hacer, el poder, al que luego se debe obedecer, cosa que no puede estar más equivocada. Se olvida que las organizaciones de ciudadanos libres y no sólo los partidos políticos, son una forma de hacer política cada día y entre elecciones, un mecanismo para impulsar los cambios sociales y culturales mediante la discusión de ideas. Las organizaciones no gubernamentales no son en este sentido meras prestadoras de servicios baratos al estado o no deberían serlo.

La posibilidad de discutir ideas es uno de los mecanismos democráticos fundamentales, incluso las minoritarias deben ser potenciadas, cosa que no cabe olvidar. Si alguien llega al poder en un sistema democrático, su principal responsabilidad no solo es escribir unas leyes efímeras en un papel e imponer castigos a quienes no las cumplan, tampoco simplemente gestionar unos recursos con los que hacer promesas, su responsabilidad es también garantizar que se seguirán confrontando ideas, se seguirá discutiendo y escrutando las mismas para intentar encontrar las mejores. La democracia es un sistema para el filtrado, selección y mejora de ideas antes que nada. En el fondo no va de negociación, de espacios de poder, de carteras y sillones, de formas de contar votos, no va de poder, es simplemente una metodología (algo cutre para tan egregio nombre) para adoptar las mejores ideas posible. Vale que esto quede muy alejado de lo que hoy se considera es la democracia y no otro es precisamente el problema.

El principal enemigo al que se enfrenta un sistema para el manejo de lo público así definido es el ego. A nadie le gusta que critiquen las propuestas que tan bien suenan en su interior, podríamos decir que tener razón es una de las grandes pulsiones humanas pocas veces estudiada. Nos gusta más que nos alaben y reconozcan que nos critiquen, preferimos sentirnos diferentes y claramente mejores que la mayoría, y que nos obedezcan a que nos hablen como iguales. Lo siguiente y si has olvidado esta lógica democrática, es emplear tu poder para silenciar esas ideas que te puedan resultar molestas, más poder cuantas más ideas. Hay muchos mecanismos para ello, hoy se puede ser sutil al respecto (o la mayoría de empresas y ONG hacia su interior), los más eficientes ya han demostrado ser los que llevan al otro, autocensurándose, a no expresarse, incluso a siquiera planteárselo. Rizando el rizo de la sutileza se encuentra ya la limitación social y cultural de aquello que se puede llegar a pensar, cuestión que un sistema democrático no debería permitirse nunca, pues en ello va su propia supervivencia. En este sentido, el castigo por opinión es un riego dado que las acciones que se emprendan mañana dependen de las ideas que elijan hoy.

En el libro Cuántica de José Ignacio Latorre podemos encontrar las siguientes palabras que tienen su aplicación a lo que estamos tratando:

Un postulado es lo opuesto a un prejuicio. Un postulado está sujeto a crítica, a error, a refinamiento, a sustitución, porque en él se sustenta todo el edificio de una teoría y sus predicciones. Si un solo hecho contradice un postulado, este debe ser reexaminado. En cambio, un prejuicio ataja toda discusión e impone su dictadura, porque no quiere ser cuestionado.

Veamos un ejemplo en otro orden de cosas. Aparece información recurrente sobre la inseguridad en una ciudad. Dicha inseguridad hace creíble que unas empresas de reparto no quieran repartir por miedo al robo y la propia seguridad de empleados y empleadas, de lo cual se colige que se debe enviar medios policiales y militares a esa ciudad. Ahora se desmonta que las empresas hayan dejado de repartir por el repunte de la inseguridad, se reconoce y aun así insiste en la necesidad de ese envío ya no de paquetes sino de cuerpos de seguridad.

En este marco es posible entender también que la Ministra en funciones ataque duramente al barco de rescate y su organización y no al Ministro italiano creo que ahora también en funciones. La ONG plantea el riesgo de ver las cosas de otra forma, unas ideas diferentes a las que están en vigor, con cierta lógica que puede ser asumida por muchos ciudadanos y ciudadanas, además, desobedece a la autoridad. Al final esta organización y las demás que hacen rescate, están diciendo que no se debe dejar morir a nadie ahogado en el mar, una idea -al parecer- subversiva y peligrosa como pocas, tanto como para montar una pelea desde los poderes para desprestigiar, sancionar y castigar. Sin embargo, el Ministro italiano no cuestiona nada, actúa de manera extravagante, indecente incluso -podría parecer- pero no plantea ninguna idea peligrosa que no esté ya asumida. Lo único que hace es ejercer su poder con firmeza y esto, todo lo más, suscita admiración y algo de envidia entre el resto de poderosos y poderosas.