http://elpais.com/elpais/2016/09/02/opinion/1472819102_427681.html
Al parecer, a Julio Llamazares le molesta que le pidan por medio del crowdfunding. Acaba de ello extrayendo la conclusión de que sería más lógico que el Estado se hiciera cargo: “La cuestión es si la caridad del prójimo ha de sustituir al Estado, el responsable de poner los medios para que cualquiera con capacidad pueda desarrollar sus ideas, consiguiendo así el efecto perverso de que delegue cada vez más en la sociedad sus obligaciones, como ya sucede con las ONGs”.
Un primer tema que me parece interesante es el de la caridad. Este concepto aparece ligado a varias religiones (el islam también) y supone algo así como una obligación moral frente a personas con menos suerte en la vida. Un Estado (que hoy se pueda considerar como tal) no se basa en ese principio pues debe garantizar la libertad e igualdad. Así dicho parece muy sencillo, pero esas dos grandes palabras no están exentas de mucha discusión, tanta que de su definición se habla todos los días en la política. Y es que resulta cierto que las estructuras en las que vivimos coaccionan más a unos que otros y no siempre se puede entender como cuestión de mala suerte o unas malas decisiones que unas personas tengan peores condiciones que otras. La caridad tiene poco que ver con ello aunque lo diga Delibes (citado en el artículo). Esto es lo que suele hacer que nos invada un sentimiento de culpa cuando nos piden, la certeza -en el fondo- de que el mundo no es justo.
Pero salvo por ese nuestro problema con la culpa, pedir es una forma de relación básica entre humanos, nuestro jefe nos pide todos los días, nuestros compañeros, los hijos, los amantes, los amigos… nosotros pedimos constantemente ayuda a un dependiente, el pan… La cosa es tan así que existe formación específica dentro de los llamados soft skills que sólo buscan enseñar cómo se pide y cómo se dice no. Vale, a Julio Llamazares tampoco le gusta el uso de palabras inglesas para dar porte a conceptos que en español suenan menos egregios, al crowdfunding le llama el sablazo de toda la vida, por ejemplo. Pero ya me dirán qué termino utilizamos para las habilidades de pedir y decir no, algunos las incluyen dentro del más amplio habilidades sociales. Eso sí, conviene recordar, que todos y todas estamos más cómodos en la posición de dar que en la de pedir, es algo curiosamente mayoritario que nos guste más ser útiles a los demás que dependientes.
Al final también resulta molesto que cada vez que se habla de la caridad y el Estado aparezcan, como el que pasaba por allí, las ONG. Cuando una empresa se presenta a un concurso público para realizar una obra, la del AVE, por ejemplo, nadie piensa en la caridad. Cuando se subvenciona a cualquier sector de actividad, el automovilístico por ejemplo, tampoco. Por qué razón si se habla del prójimo, lo social o como queramos llamarlo, se cuestiona que el Estado delegue -pagando- en las ONG. Es cierto que no pocos piensan que la provisión de servicios sociales la debe asumir el Estado. No lo es menos que otros y por el contrario, creen que se debe privatizar al máximo todo aquello que hace hoy el Estado y dejar este al mínimo. Sin embargo, cuando unos y otros rascan poder no siempre hacen lo que piensan y los primeros siguen subcontratando servicios a las ONG porque son más baratas y los otros asumen nuevos servicios porque algo tienen que hacer cuando gobiernan que no sea sólo desmantelar los recursos que les pueden dar votos; esa es la práctica real de la política.
Y en todo este vaivén las ONG ya no saben a qué atenerse. Algunas están cómodas en la caridad y se lo pueden permitir, otras no quieren tener dinero público ni de empresas para mantenerse independientes. Las más, combinan la búsqueda de dinero privado donde el crowdfundig es sólo un método, con dinero de subvenciones y a veces contratos de servicios. También buscan dinero de fundaciones que controlan bancos y son reticentes a pagar impuestos. Además está toda la estrategia de captación de socios y parecidos, bien en la calle o de cualquier otra forma; creo que si miráramos bien el número de empleos más demandados, este de la captación de fondos para ONG sería de los primeros, vayan a los buscadores de empleo y vean. En estos tiempos, las ONG que no han cerrado emplean ingentes recursos en conseguir financiarse en detrimento -muchas veces- de su actividad que, se crea o no, es útil para la sociedad.
Claro, al final volvemos siempre al mismo punto ¿qué modelo de Estado queremos? Durante mucho tiempo las ONG en España fueron consideradas o auto consideradas socias de la acción del Estado y recibían dinero por ello. En nuestro modelo mediterráneo de Estado de bienestar era perfectamente compatible y se argumentaba además que estas organizaciones no sólo prestaban servicios necesarios y especializados sino que además -aunque se decía menos- servían de colchón para apaciguar una parte del conflicto social. A cambio de dinero para prestar servicios, no pocas no movilizaban a una parte de la sociedad y protestaban, proponiendo cosas o denunciando injusticias, pero en bajito.
La crisis, como sabemos, cambió todas las normas de juego. A las ONG les pasaron por la derecha y por la izquierda nuevos movimientos sociales cuyo origen no es muy distinto al de estas en sus comienzos, el malestar compartido. No pocas personas de esos movimientos pasaron a la política, cosa que también venía ocurriendo desde la creación de las primeras ONG en un continuo ir y venir. La diferencia, eso sí, es que antes de que el Estado pudiera hacer suyas las reclamaciones ya se habían creado partidos políticos que para qué iban a esperar si las podían hacer suyas directamente. Y las ONG clásicas in albis, acomodadas muchas de ellas, mirando a la supuestamente mejor forma de gestionar de la empresa privada con ánimo de lucro y descuidando la indignación que las vio nacer y que muchas de las personas que trabajan o son voluntarias en las mismas sentían desde mucho antes de la crisis, pero no querían verlo desde su sofá. El caso es que todos sabemos que el Estado suele ir por detrás, cuando no ignora determinadas necesidades sociales y alguien tiene que presionar. No suele ser lo habitual que desde el poder político se pongan sobre la mesa problemas sociales nuevos o que no tengan un presupuesto del que poder ufanarse al margen de los resultados.
Porque sí, señor Llamazares, aunque cueste creerlo, muchas personas estudian carreras para acabar siendo mal pagados y mal pagadas en ONGs, esto nunca le ha preocupado a nadie, incluso no pocos piensan que en dichas organizaciones no se cobra. A lo mejor a estas personas les molesta tanto como a usted que les pidan, se sienten igual de abrumados con la injusticia que nos rodea pero deciden, además, dedicarse profesionalmente o invertir su tiempo libre de manera voluntaria. Esto no quiere decir que sean mejores o peores personas que quienes deciden otras cosas, no nos engañemos, pero sí merecen, al menos, que el tema de las ONG (y el Estado de Bienestar que queremos) tenga un poco de consideración y no acabe resultando siempre una muletilla para cuestionar aquello que nace de buenos sentimientos (aunque sea por indignación ante la injusticia) como si fuera perverso, manipulador o sólo egoísta, queriendo aparentar lo contrario, algo así como un buenismo ingenuo achuchable. Es igual que lo del crowfunding, con decir que no o no decir nada, es suficiente.
Para criticar a las ONG que también tienen sus culpas y sus sombras, ya encontraré otro momento.