Cultura democrática

En estos infinitos días de confinamiento se ha hablado y hablará de muchas cosas; de cómo llegamos a esta situación, de cómo saldremos y de cómo podría ser el futuro. Algo que se menciona poco -para mi gusto- es si será una oportunidad para reforzar una cultura democrática.

Algunas personas -de momento no muchas- creen que podríamos estar ante una deriva autoritaria. Para afirmarlo no tienen mas que mirar a los gobernantes, ya no de sistemas totalitarios, sino los que siendo democráticos también se escoran. El virus, los pasos y medidas dados, hacen prever a estos agoreros que la crisis económica y social en la que seguramente entremos, harán que avancemos en esa dirección.

De momento es un pensamiento, una preocupación que, no obstante, recibe bastante sanción social, es decir, y si se menciona, provoca enfado con quien lo hace. Desde la política, tal vez se deba a que gobierna la izquierda y en el imaginario de la misma no está que ésta pueda hoy, en nuestro modelo, ser autoritaria, dado que eso es una histórica propiedad de la derecha (evidentemente es una construcción); desde una parte de la ciudadanía, quizás, se asume que una situación de crisis (guerra según el lenguaje utilizado) requiere incluso más autoritarismo. Y esto último es lo realmente preocupante, porque tener que vigilar a cualquier poder para que no se exceda es lo habitual, que el pueblo contra quien se ejerce precisamente el autoritarismo, pidiera más, no lo es tanto.

Prueba de lo último son -algunos ejemplos- las reacciones airadas a las personas que se mueven en confinamiento para algo que no sea trabajar. Se ha comentado lo del policía de balcón que increpa o llama a la autoridad con la exigencia de que detengan al viandante (sin conocer sus motivos). Pero la reacción es todavía más furibunda contra los que -se dice- van de vacaciones a sus segundas residencias. Luego, aparecen muestras de intolerancia en algunas escaleras de los vecinos contra los que van a trabajar a hospitales o supermercados, pese a los aplausos, o artículos en los que alguien se queja de una madre con un niño pequeño en el supermercado, y llegarán las quejas por los empobrecidos que pasan la noche haciendo cola para recibir algo de comida por la mañana. Finalmente, el CIS hace una muy mala pregunta sobre limitar la información y lo peor es que el 67% contesta a favor.

Cultura democrática no se refiere a la forma de conseguir el poder político, es más bien algo que permea a lo largo de todas las estructuras sociales llegando a diferentes capas de la psicología individual. Cultura democrática tampoco se asimila a libertad individual, tiene más que ver con razonar, poniendo a las personas involucradas en una situación de igualdad, nunca tratándolas como si fueran incapaces de tomar sus propias decisiones. Evidentemente, no es algo que esté en la naturaleza humana, se trata de una construcción que se enseña y aprende, generación tras generación, y suele ser más sencillo y rápido que una cultura entera entre por el totalitarismo. No implica, tampoco, la inexistencia de líderes -esto no va de buenismo-, pero que estos sean democráticos es fundamental, y, para ello, deben exponer constantemente al resto a experimentar una cultura democrática. Finalmente, debe descansar sobre la idea de ser intolerante frente a la intolerancia (tolerante hacia la tolerancia) y verse reflejada en las formas de actuar de lugares de trabajo, escuelas y familias, por ejemplo. Al menos algo así es lo que propuso Kurt Lewin.

Pero hablar de cultura no debe llevarnos a la idea de algo inmóvil, denso, una suerte de destino escrito que nos precede y que siempre estuvo allí y seguirá estando. Por ejemplo, justificamos la necesidad de controles policiales en las calles y carreteras porque somos un pueblo de pillos, siempre lo hemos sido, y si impones unas normas de confinamiento alguien habrá para saltárselas, empezando por algunos ex presidentes, porque somos así. Realmente nunca estuvo ni está en discusión saber qué pasaría, cómo nos comportaríamos colectiva e individualmente, si no se recurriera a la fuerza, amenaza y sanción para hacer lo que se pide, si se hubiera recurrido a razonar con el otro; es como un resorte automático, quiero esto luego tengo que vigilar y castigar para que se consiga. Por supuesto, tiene relación no con la distancia social, ese término que estaba mal empleado y afortunadamente algunos voceros ya han cambiado, sino con la distancia grupal. Cuanto más piramidales son las estructuras y más distancia existe entre grupos de personas, lo frecuente es recurrir en mayor medida a la imposición-sanción.

El caso es que, efectivamente, la cultura, -sabemos- no es algo estático, cada vez que muestras una forma de proceder, rápidamente todas las estructuras en contacto se adaptan, aprenden, como los individuos en ellas; la cultura, a veces, se mueve mucho más rápido de lo que algunos piensan. No debería extrañarnos, por tanto, ni el policía de balcón ni el 67% que cree se debe limitar la información por el bien común. Son éstas y otras cosas, producto ya de las decisiones tomadas, parte de nuestro actual comportamiento cultural, no reflejo de pasado alguno.

Pero estamos en una situación de crisis y eso, para muchos, lo cambia todo. No es momento de experimentos sociales porque se juegan vidas, aunque se jueguen, principalmente, las de quienes no tienen opción, a las que siquiera se pregunta; este patrón sí que se repite desde tiempos inmemoriales.