Los medios de comunicación (algunos claro) dan la noticia del enésimo naufragio de un barco con personas migrantes a bordo y las también enésimas muertes en el mar. A continuación se preguntan por la indiferencia ante esta información y cuánto tardará en olvidarse hasta la próxima vez. Es una especie de metanoticia que lleva la información y la falta de interés de la misma contenidas a la vez. Y esto lo hacen como si la elección de qué contar y cómo no fuera suya, como si en algún punto de la industria de noticias simplemente pasara, como si fuera un tipo de magia.
Cuando se autoanalizan llegan a la conclusión de que la audiencia se ha acostumbrado a convivir con cosas horribles y que nos ponemos una coraza porque son tan dolorosas que así nos protegemos. La cuestión es que hay muchas noticias horribles que aun así ocupan horas y horas todos los días pero insisten en ellas, por lo que esa explicación me hace dudar. La pandemia fue un claro ejemplo, toda ella, todo el proceso informativo. Pero también pasa con la guerra en Ucrania, desde que comenzó son capaces de, todos los días, empezar con un sonido de bombas o unas imágenes de destrucción en algún punto de las sesiones informativas.
Me temo que con la información sobre los naufragios no se trata de ningún efecto que también sacan en los repositorios de noticias con algún psicólogo explicando el efecto que demasiado drama tiene en nuestra inmediata desconexión de lo que nos están contando. Son decisiones editoriales sobre qué y cómo se cuenta. De inmigración en su conjunto y de una de sus caras más duras se quiere hablar poco aunque culpen de ello a una débil psicología de la audiencia. Y se quiere hablar poco porque desde la industria política también se quiere pasar de puntillas por el tema. Menear mucho el tema podría llevar a la conclusión de que somos unos países colonialistas y racistas y que la responsabilidad de lo ocurre, muertes incluidas, no es de las mafias, ni de los inconscientes que se tiran al mar en el ejercicio de su soberanía individual sino que es nuestra y de que quienes votamos para que nos representen.
Lo sencillo es intentar llevarnos a pensar que las cosas son así, que este es el orden divino y que nada se puede hacer salvo agradecer que no estemos en el lado de la mala suerte. Agradecerlo cada día, y no pensar que es posible otra realidad, no fuera que algunos tuvieran miedo por perder sus injustos privilegios y encima acabáramos mal también nosotros. Es un dilema del prisionero clásico, la opción más racional es desertar siempre, traicionar al otro, porque limitas el escenario a que a ti te vaya mal, pero evitas siempre que te vaya peor.