Los escándalos en Intermond Oxfam están causando un daño incalculable a la sociedad, el resto de las ONG y, por supuesto y primero, por ser lo que más duele, a las víctimas de los mismos. El caso es que ahora, con el río revuelto y levantada la tapa, aparecen informaciones sobre otras de estas organizaciones y diversos comportamientos reprobables. Sabemos como va esto, aparecerán más casos, se colarán algunas mentiras interesadas, habrá noticias que lleven a malas interpretaciones, acusaciones, ajustes de cuentas, comunicados y todas las organizaciones con sus protocolos de crisis activados durante unos días. ¿Y luego?
Uno de los peores resultados de todo ello, no obstante, es que algunos políticos como Montoro y sus voceros, por ejemplo, se ven ahora legitimados frente a las críticas que recibieron y puedan recibir en el futuro, de esta organización en particular, pero como tienen la cara tan dura, de todas en general. En el empeño por desprestigiar a estas organizaciones, esto ha sido un regalo.
Es verdad que a las ONG se les pide un extra de comportamiento ético y necesitan mucha credibilidad para ejercer su labor, mayor que ninguna otra organización, sólo y en todo caso parecido a los partidos de la izquierda política. Están muy expuestas en este sentido y así debe seguir siendo, nada que objetar. Pero no es menos verdad que no resulta proporcional con que otros sectores de la empresa privada, la política o las religiones -por ejemplo- puedan campar a sus anchas en la ilegalidad, inmoralidad y corrupción sin a penas pagar las consecuencias, como si se diera por descontado o aceptara que está en su naturaleza.
Esta especie de doble rasero no hace sino invitar a una reflexión sobre las propias ONG. ¿Por qué se produce, por qué es necesaria esa imagen libre de mácula para opinar e intervenir sobre la pobreza, injusticia o exclusión? La banca, por ejemplo, opina sobre economía y algún recelo sobre su ética es posible sostener, por no hablar de la Iglesia Católica. Pero lo que resulta realmente paradójico es, teniendo las ONG mucho sobre lo que meditar y cambiar, precisamente esa presión por mantener una imagen de divinidad en la tierra, lo que impide que se haga. Al final, es una trampa en la que les meten sus enemigos aprovechándose de su propio discurso. No conviene ser ingenuos, mientras el sector se mantenga dentro de unos límites que no incomoden al poder podrá seguir haciendo lo que hace, pero ya lo vimos en el Mediterráneo, una leve molestia aunque sea para salvar vidas y le ajustarán el cinturón por el dinero o desprestigiando su labor.
Aun así o precisamente por ello, el llamado tercer sector -en particular al español nos referimos- lleva demasiados años pendiente de una auto crítica renovadora que este mal momento por el que pasa una organización y por motivos muy graves, si bien no en España, sirve, de manera oportunista si se quiere, para poner sobre la mesa. Porque realmente parece que una parte de las trabajadoras, socios y personas vinculadas con organizaciones de cooperación o de intervención social, llevan tiempo calladas, asistiendo con meneos de cabeza a situaciones incompresibles, sobre todo quienes creen que la labor que hacen merece la pena.
Por empezar por algún lado, en España al menos, tiene enquistados en sus puestos de mayor poder a demasiada gente que no debería estar vinculada a dicho sector, alguna incluso estando ligada a su vez a escándalos, lo que resulta -de nuevo- altamente paradójico. Existe un perfil en las altas esferas de estas organizaciones que hizo su trayectoria con la creación del sector sin ánimo de lucro (sector que es relativamente reciente) y que ahora se resisten a pensar que la sociedad está en otro momento y necesita cosas diferentes, otras que se subieron al carro por cuestiones de imagen personal, prestigio, poder…; de manera general sería deseable una primera renovación. Basta con repasar algunos de los patronatos o juntas directivas y ver los nombres de quienes figuran para entender que esto es también un freno a la evolución de las ONG. Al ver a tanto egregio en esas listas, a veces es posible establecer ligeras comparaciones con la idea de las puertas giratorias, pero sobre todo, si las propias entidades pudieran reflexionar sobre ello -que justamente esta gente lo impide-, tal vez cuestionarían si tanto nombre ayuda por los contactos que proporcionan, la notoriedad e influencia o retrasa más cualquier pensamiento alternativo para un mundo distinto. La distancia entre la trabajadora o el voluntario medios en estas organizaciones es mucha en pensamiento y estilos de vida con respecto a estas cúpulas del poder.
La precariedad laboral, al menos en organizaciones españolas y el nivel de abusos también laborales es demasiado alto y pocas veces denunciado. La serie de desmanes en forma de despidos y ERES durante la crisis, las todavía mayores bajadas de sueldo desde que empezó, la precarización sobre todo de mujeres que predominan en la base de estas organizaciones, son sólo ejemplos, dado que el ambiente envenenado y el acoso laboral ya se venían produciendo en no pocas organizaciones incluso desde antes de la gran crisis. En este lote se pueden incluir asociaciones de otro tipo que además se quieren distanciar de las ONG en lo que las mueve, pero no en las malas prácticas, así como las organizaciones que realmente deberían tener otra forma jurídica, pero ya les viene bien para el negocio la que tienen, perjudicando al resto. El papel del voluntariado lleva dando tumbos muchos años y la aprobación de leyes específicas tampoco ha conseguido que desaparezca el mal uso de esta figura, como tampoco las de las personas en prácticas…
La mala financiación de este sector ha servido demasiadas veces de excusa, porque del mismo modo se ha utilizado que tiene un cierto peso en el PIB y movían un número importante de contratos cuando se ha querido resaltar su importancia. La financiación pública está mal pensada para el mismo y las administraciones se han estado aprovechando también de ello sin intención de cambiarlo precisamente porque les beneficia. No pocas administraciones han abusado y abusan de la ONG y no sólo por los escándalos que se han conocido. En parte eso ha ayudado a que el control sea laxo en la práctica aunque los sistemas de justificación de cada euro son una carga adicional y adolecen de una burocratización excesiva, como si ya se sospechara de antemano de estas organizaciones. Parece otra paradoja, pero no siempre más control formal es control real y eso lo vemos a diario por todos lados.
Esa mala financiación ha llevado a casi todas las ONG a buscar dinero de la banca, una temeridad y, por ejemplo, gran parte de la intervención social ya hoy está controlada por estas entidades o por medio de lo que llaman responsabilidad social corporativa, siempre mal entendida, escasamente definida y un cajón de sastre para cualquier perogrullada que se le ocurra a una empresa que quiere poner dinero o pagar en especie, como si la labor de las ONG no consumiera ya suficientes energías. No pocas organizaciones se han tirado al marketing callejero para la captación de socios como alternativa, lo que es una locura incomprensible, contratando como lo hacen con empresas en demasiadas ocasiones sospechosas de no responder a los valores que las ONG dicen defender.
Muy sutilmente, el sector privado con ánimo de lucro y su marketing empresarial ha visto un nicho de mercado en estas organizaciones y facilita consultarías y Masters para convencer a las ONG de sus carencias de gestión, introduciendo a cambio sus soluciones facilonas casi siempre de corte neoliberal y revestidas con tufo de auto ayuda y -sobre todo- nada de crítica social o al sistema. Y no pocas se lo han tragado en vez de luchar por encontrar soluciones desde su interior y coherentes con su misión y papel en la sociedad. Permítanme en este punto ilustrar lo dicho con el título de una oferta de trabajo para el tercer sector: “Gestor comercial de voluntariado corporativo” – es maravillo, no me digan.
La obsesión por la comunicación ha provocado efectos similares introduciendo las peores prácticas de control de la imagen que no del fondo, en vez de usar la comunicación para la transformación social. Denunciar lo que ven puede ser contraproducente para la financiación, cosa que saben todas.
Si no es posible comunicar lo que ves o sientes, entonces queda comunicar para captar fondos (así lo llaman) y los departamentos de comunicación han seguido ganando peso y los fondos bajando y la sociedad civil ha seguido alejándose cada vez más de estas organizaciones. De nuevo, es muy complicado explicar el irrelevante papel que vienen jugando en el gran debate social de los últimos tiempos, justo su tema.
Comunicación-imagen y sistema de financiación tienen una extraña relación con la o las posiciones políticas de las ONG. Es complicado entender la cercanía a los partidos conservadores de no pocas organizaciones salvo si se acepta su también perspectiva caritativa de la intervención que realizan. Es más que legítimo si se asumen los sistemas y sus jerarquías y no se piensa en modificaros sino en paliar las consecuencias. Pero más complicado es entender la distancia con las organizaciones políticas reformistas y los sindicatos del resto. Salvo si recordamos la mala calidad del empleo y que no pocas tienen un fondo de creencias muy neoliberal, sería más natural un entendimiento con los sindicatos que con, por ejemplo, la banca. Es este un tipo de neutralidad que no puede hablar más que de una posición política concreta.
Que las ONG han tenido en todos estos años un dudoso impacto en modificar estructuras sociales causantes de la desigualad e injusticia crónicas se ve en que han sido incapaces de intervenir sobre la propia imagen que la sociedad tiene de ellas. Lo más extendido es pensar que estas organizaciones deben emplear cada euro en ayudar al pobre desvalido y la ofensa es terrible si alguien cree que no ocurre, casi nunca se piensa que necesitan estructuras como cualquier organización. Los financiadores públicos y privados quieren, a su vez y en sus mecanismos propios de comunicación, poder decir que se atendió a tantas personas para ensalzar su propia labor, no les interesa saber si su dinero invertido redunda en una ruptura o no de los círculos de la exclusión y pobreza. Las ONG han acabado adoptando medidas de su propio trabajo que giran entorno a euro gastado por persona atendida llegando a introducir en su sector los incentivos por objetivos. ¿Qué tendrá esto de malo, si es como al resto en otros sectores nos pasa? Pues precisamente eso, no estamos hablando de un sector que vaya a conseguir nada si es como el resto, siguiendo las mismas lógicas.
Por supuesto, y siempre se deja en último lugar, la democracia interna de estas organizaciones es casi inexistente. No sólo porque los sistemas de gestión son a veces más duros y despiadados que los de la empresa privada más rancia, que lo son, sino porque aunque se mencione en documento tras documento, tampoco han puesto el suficiente esfuerzo por incluir a las personas por las trabajan en sus dinámicas internas. Se cambian los nombres, de usuarios se pasa a participantes, por ejemplo, pero el problema sigue estando en que no se puede resolver la contradicción que supone incorporar a la democracia interna a personas cuando dicha democracia no existe o es muy limitada. Como siempre, resulta paradójico que sea desde el sector de la empresa con ánimo de lucro (en otros países) que se hable de democratizar sus estructuras para mejorar la participación de todos y todas, y en este sector que conoce de primera mano las consecuencias de excluir a las personas de la participación no sea la principal prioridad.
Por supuesto que hay organizaciones que funcionan, no todo son chiringuitos, por descontado hay muchas personas para las que la vida es algo más soportable por la acción de las ONG. Pero ello no puede servir para ocultar el resto, para querer que su papel sea más relevante en la resistencia a un mundo que avanza dejando demasiada gente fuera. Realmente sin aportar esa crítica, sin introducir energía desde el exterior del todopoderoso sistema no se le hace un favor ni al mismo. Ojalá sirvan estos escándalos para una reflexión profunda y no sólo para capear el temporal, agachar la cabeza y doblegarse más todavía a los intereses del poder.