Antes de que el tema Rubiales se convirtiera en debate nacional, estaba intentando decir que el fútbol no me parece el mejor lugar desde el que dar la lucha por la igualdad o la diferencia. No había llegado la selección femenina a la final y se utilizaba ya como ejemplo porque unas deportistas con una ínfima atención y medios comparado con los deportistas hombres estaban logrando una “gran gesta”. Entonces me preguntaba si un entorno machista, capitalista, individualista, plagado de corrupción, era en el que las mujeres querían fijarse para plantear pelea queriendo pertenecer. Es legítimo pedir la misma parte que los hombres de ese inmenso negocio, pero cuestionarlo en sus mismas raíces sería lo revolucionario. Rubiales vino a confirmarlo.
Un exponente individual, prototipo del macho que se dedica a cosas de macho, ha servido para poner de manifiesto lo que significa todo un mundo, el del futbol masculino profesional y, de paso, poder compararlo con otros tantos que se parecen, el laboral por no ir muy lejos. Me equivocaba en parte, es un buen escaparate, llama la atención para que entres y compres, cuestión de imagen.
Poner en boca de todos y todas durante unos días que las mujeres siguen padecido acoso, abuso y agresión en general, pero en especial por hombres con una posición de mayor poder, sirve para cuestionar las raíces mismas de nuestra sociedad. Vale para pensar, aunque solo sea unos instantes, en el poder social, su origen y legitimidad, en las estructuras machistas que enseñan y favorecen la violencia contra las mujeres y que el mundo sigue estando construido sobre valores de unos hombres concretos para otros hombres concretos. No creo que formando parte igualitaria del fútbol pudiera mover ese esquema.
Sentía yo luego algo de molestia cuando grandes periodistas femeninas (y masculinas) se largaban discursos de condena a Rubiales, con toda la razón para ello. Me venía a la cabeza las horas de programación que sus cadenas dedican al futbol profesional masculino. Cada partido, cada gesto, cada compra de futbolistas (que habla de ellos como de un paquete de yogures), por la mañana, la tarde, la noche y sobre todo el fin de semana entero. Pero bueno, esta contradicción es cotidiana, grandes pesos pesados de la comunicación pueden opinar lo que les de la gana, luego sus cadenas buscan la publicidad (y algo más), y esta manda. No sirve solo para ese deporte, lo mismo tiran un discurso sobre la necesidad de la sanidad pública que viene seguido de tres anuncios sobre seguros privados o uno sobre la ocupación y aparecen cuatro de alarmas. Es nuestro mundo. Bastante menos atención reciben dirigentes y dueños por sus desmanes. Y eso que allí es donde se mezcla lo político con lo económico, donde se parte y reparte mientras chiquillos y chiquillas ejercitan sus cuerpos. Es fácil entender que criticar en exceso podría suponer una llamada o una comida con amenaza de recorte de fondos o algo peor. Si todo esto estuviera sirviendo para quitarle horas de protagonismo a la parte profesional masculina que da patadas a un balón, asumiría mi completo error.
Es verdad, se habrá podido deducir, que no me gusta el fútbol ni como deporte. Tampoco creo en las supuestas virtudes de ninguno de ellos -como nos dicen- para fomentar altos valores sociales. No solo porque practicara uno durante más de 25 años y me encontrara con la misma proporción de gilipollas que en otros ámbitos, sino porque a las pruebas me remito ¿que altos valores se enseñan con el fútbol? Reproduce los dominantes, los más cutres para ser concretos, el machismo en particular y ya que estamos.
Total que el deporte es un aspecto más de nuestras sociedades, no se sitúa del lado opositor, revolucionario, no las cuestiona. Y ni falta que hace, basta -supongo-, como tantas otras cosas, para que nos sirva de pasa tiempo, que ya es mucho. Bienvenido sea el debate, ojalá haya sentencia, pero si algo cambia será por la lucha feminista desde otros frentes. Hace poco se produjo algo similar con mucha repercusión en la prensa por el racismo en los estadios, y es evidente que nuestra sociedad no ha cambiado ni tiene pinta.
El feminismo sigue dando pasitos como ya lleva décadas. Es una revolución pausada, sin violencia, quizás desesperadamente lenta, pero no es fácil cambiarlo todo. Sin esa lucha, la agresión habría pasado desapercibida o no habría tenido gran repercusión, el fútbol ha sido el escaparate en el que ve el producto de oferta, una sociedad bastante mejorable. Un poderoso más al que se le va de las manos -se habría dicho- pasen y compren.
Me alegra enormemente que a mi hija no le guste el fútbol y lo critique. Así no me veo forzado a ver un partido de un mundial en Qatar, ni cualquier otro, ni masculino ni femenino. Me hubiera matado llevarla a los campos todos los fines de semana.