Entrevistaban en un programa de radio a una persona dedicada al mundo del turismo porque profesionales y empresas publican un manifiesto con propuestas de cambio en el mismo https://www.turismoreset.org/. Me parecen un documento y una iniciativa muy pertinentes, ojalá alcancen cierto grado de éxito.
Pese a lo interesante del contenido, en un momento dado, la entrevistada realizó una especie de meta reflexión sobre el cambio mismo que me atrapó. Expresó que si todo va bien no es el momento de cambiar, algo así como para qué tocar lo que funciona, pero los momentos de crisis tampoco son ideales por lo incierto del contexto y, conviene entonces, aguantar el tirón. Al principio me pareció que estaba diciendo que no hay momento bueno, luego pensé que quizás se refería a dos planos distintos, por un lado, el cambio en una empresa dada y por otro en un sector completo; lo que aplica en un caso no lo hace en el otro, siendo una crisis ideal para los sectores productivos que necesitan rehacerse. Otra posibilidad es pensar que el momento bueno y el de crisis son un continuo difícil de distinguir.
Tuve una vez un profesor que, hablando de lo mismo, del entorno de las organizaciones, decía que justamente cuando todo parecía ir bien era cuando había que entrever los próximos pasos, no dormirse en los laureles. Quizás por eso en tantas empresas se insiste en hablar de un estado permanente de crisis, para seguir igual. Se apoyaba en la idea de que el cambio no llega, se está produciendo quieras o no, y aunque lo planifiques nunca tendrás la seguridad de dirigirlo, si cabe algo de influencia en la dirección deseada que es mejor que nada. Pero claro, se refería a una organización en un sector dado, no al sector entero. En buena lógica, modificar el rumbo de un sector entero debe hacerse con respecto y en dependencia a los demás. Dicho de otra forma, una empresa turística puede plantear una estrategia distinta dentro de la tendencia mayoritaria, pero el sector tendrá dificultades diferentes si pretende moverse en conjunto, más si el resto permanece igual. Lo que permite que una empresa cambie es que las demás sigan haciendo lo mismo, pero no estoy seguro que un sector productivo entero pueda lograr algo similar por la interdependencia con el resto. De ser cierto es una perspectiva algo lúgubre, resultaría que cualquier gran cambio necesita de una gran crisis, cuestión que defienden no pocos cuando suman una visión cíclica de la historia humana.
Quedaría por mencionar la idea del cambio por agregación, esa misma que en el plano individual se empeñan en recordarnos. La cuestión es que al cambiar tu lo hace el mundo; por un lado, porque ves las cosas desde otra perspectiva, pero, además, porque tu influencia puede ir haciendo que otros se muevan también. Si bien parece algo posible y con cierta lógica, llevado a la práctica no presenta demasiados resultados favorables. Cambiar grandes dinámicas no es tan sencillo, por mucho que los individuos se empeñen, entre otras cosas porque éstas tienen la capacidad de ir incorporando y transformando multitud de variaciones sin alterar la tendencia general. Puede darse que muchas notas discordantes acaben, como el último grano en una montaña de arena, produciendo un corrimiento, pero hasta ese momento la lógica de la continuidad permanece.
Surgen así cuestiones generales que no afectan sólo al sector turístico, resulta complicado negar que las mismas preguntas nos las podemos hacer con respecto al cambio o no que pueda inducir la crisis del COVID. De momento y pese a los miles de folios escritos con normativas y sobre polémicas, no parece vislumbrase grandes modificaciones planeadas desde las élites del poder, más bien se nos muestran una serie de correcciones para intentar evitar que escoremos, pero nada estructural. Tal vez es demasiado pronto para verlo y, planificado o no, exista un rio subterráneo que tarde o temprano veremos emerger. Como en toda empresa hay dos tendencias opuestas, la formal y la informal; la primera es dominante y marca la dirección, la segunda suele empujar sobre los cambios futuros, despacito, silenciada a base de normativas y fuerza. Controlar la parte informal es empeño de gobiernos y empresas, pero si el cambio existe no es algo que logren nunca de manera perfecta. Si tuviera visos de razón implica asumir que el poder tiende siempre a la estabilidad de un momento dado, el suyo, es su razón de ser, el cambio llega pese a esos esfuerzos.
Sólo si esto fuera cierto podríamos explicarnos la creciente sensación de que estamos gobernados por psicópatas. Vale que la psicopatía todavía está en estudio y que el uso cotidiano de la expresión dista del médico, pero tomemos una definición general: marcado comportamiento antisocial, una empatía y unos remordimientos reducidos, y un carácter más bien desinhibido. En estos días de descanso atípico, vamos conociendo más versiones de cómo se ha vivido el confinamiento y lo que empezó justo después. Los datos, siempre fríos, van dando paso a entender lo experimentado colectivamente y la sensación de impotencia, de estar desvalidos, la desconfianza hacia la autoridad, el poder y sus cifras, el cabreo generalizado, la sospecha de manipulación, la vergüenza por el sistema cada vez más alejado de lo se quiere y menos útil… No atender a todo esto es no ver que ya se ha iniciado un cambio profundo en nuestra sociedad que posiblemente salga por cualquier lado no previsto, y una vez más, sin que el poder sepa por donde le da el aire, enfrascado justamente en contener algo que no quiere entender, ensimismado en sus rutinas heredadas. Ninguna sociedad puede vivir dos crisis del tamaño que han tenido las nuestras sin cambiar de raíz, sin hacerse muchas preguntas sobre el sistema que las sustenta. Resulta inasumible que el argumento esgrimido en la primera fuera que nos debíamos acostumbrar a un mundo que ya no existía, peor que el anterior, y que el de esta sea que deseamos volver a algo inexistente, por tanto, a ningún lado. Parece un momento adecuado para preguntarse por lo que significa cambiar.