Al hacerse más complejo el escenario político español, una de las ventajas es que más personas se hacen preguntas sobre los cambios sociales que están detrás y otra que también se interroga al sistema político mismo, sus normas de funcionamiento.
Una de las cosas que últimamente ha llamado la atención -entre las muchas- es que de manera casi infantil se votara secretamente a la elección de la Presidencia del Congreso y no se quiera decir a quién corresponden esos votos. En un teórico sistema transparente (palabra de moda y casi ya sin sentido por saturación) el ciudadano debería saber lo que las personas que ha elegido hacen con su voto de las urnas, más si cabe cuando impera la disciplina de partido en la mayoría de las demás votaciones. La votación secreta puede tener sentido para proteger de represalias de su partido -por ejemplo- al diputado o la diputada que vota en conciencia, pero no para jugar partidas de ajedrez política. El caso es que ya sólo la posibilidad de tener que proteger por sus ideas a un representante público (o a cualquiera) hace que se tambalee la propia conciencia de democracia.
Otra cuestión muy llamativa es el baile en torno a la creación de grupos políticos que se produce con cada elección. Es cierto que está en juego reparto de dinero y ello puede ensombrecer el asunto, pero quitado eso, resulta escasamente comprensible que tener o no grupo suponga limitar la capacidad de hablar, proponer o convocar. Es decir, no tener grupo te deja fuera de muchas opciones políticas, te deja fuera de discutir, no sólo te quita visibilidad en los medios de cara a las siguientes elecciones. La pregunta es ¿a qué queremos que se dediquen los congresistas si no es a discutir y proponer? No tiene sentido, de nuevo en un sistema democrático, que se niegue capacidad de acción y discusión a las minorías que son las que no pueden tener grupo propio. Alguien, con evidente mala leche, podría pensar que pagar a tantas personas y no dejar que actúen (hablen), propongan, formen parte de comisiones… es una pérdida de dinero ¿para qué se les paga, para calentar una silla, para escuchar y apretar un botón según les levanten unos dedos? Claro que sí, las funciones de diputados y diputadas están dadas en la Constitución -dirá alguien- el Libro Sagrado.
Es evidente que es necesario reglas para ordenar cómo se discute y trabaja, toda organización las tiene. Y todo el que haya pensado un tiempo sobre organizaciones sabe que en ellas está una buena parte del éxito o fracaso de las mismas, bien sea en los límites escritos como en los no escritos. ¿Qué tipo de organización es el Congreso, cuál es su misión? sería la pregunta que contestar antes de saber si las normas que tiene son las adecuadas.
Pongamos que su misión es crear espacios y posibilidades, digamos que se trata de la primera organización innovadora del país. Para ello sólo existe el lenguaje, la discusión con otros y otras (cuanto más dispares a ti mejor) que son los dos elementos que estimulan el pensamiento; el estudio y la investigación individual es el otro componente mínimo necesario. Si es algo así lo que imaginamos que esta institución es, desde luego no invertir todo el tiempo necesario en hablar y discutir ideas, escuchando a cuanta más gente mejor, es un mal negocio, y deja de tener sentido negar a nadie formar grupo propio.
Otra posibilidad es que pensemos que el Congreso es un buen sitio para hacer negocios, como al parecer algunos diputados en el pasado así lo han concebido. Entonces bien, nada que objetar, lo importante será el acceso a la información y los contactos, algo menos las ideas y su discusión. Es posible también plantearse que la función del mismo es apoyar o rechazar leyes propuestas desde el Gobierno y de pasada proponer alguna (que tiene muchas posibilidades de resultar rechazada). Sé que así nos explicaban las cosas de pequeños, pero, en serio, qué función es esa de aprobar leyes y presupuestos o controlar al Gobierno y los funcionarios, quién se quiere dedicar a eso sin más. Cierto es que existen personalidades para todo, pero no lo es menos que el humano se siente mejor y es más humano cuando participa en la creación de algo que cuando es mero espectador, imaginar es una característica básica de nuestro cerebro aunque aprendamos a dejarla en un segundo plano.
Se supone que ponemos a parte de las mejores mentes de un país todas juntas en un mismo lugar y ahora vamos y les decimos que su trabajo no es pensar, es hacer lo que se les dice. No es esta una opción rentable, se desperdicia potencial y un espacio privilegiado. Y siendo así, tampoco tiene mayor sentido discutir sobre tener o no grupo parlamentario, salvo por el dinero y poder que puede suponer, no tanto por formar parte de una organización creativa.