Por casualidad he leído en estos días dos opiniones que, en mi mente y no necesariamente en la realidad, hablan de la pérdida de posibilidades de predicción. Vargas Llosa se fija en lo difícil que es tener una noticia limpia en un periódico, algo que no esté contaminado por la subjetividad de los dueños del medio o los periodistas. Y esto quizás sea un problema en un mundo cada vez más difícil de entender y ante el que posicionarse -según parece lamentar también el autor-. De otra parte, Javier Gómez habla de la necesidad que tiene la gente, las clases medias y obreras -dice-, de entender la realidad, de verla como algo simple y manejable.
Ya sabemos que los autores conocen que el mundo es impredecible, subjetivo, interpretable, no mecanicista; si tocas una variable no siempre se obtiene la misma respuesta. Sólo porque es así puede existir la creatividad, el cambio, la evolución (sea hacia mejor o hacia peor) y sólo porque es así, cuanto más conocemos menos conocemos. ¿Qué les preocupa entonces? Las cosas en realidad son como han sido siempre.
Les preocupa -vaya mi interpretación- que quizás estemos en un momento de máxima inestabilidad donde cualquier gota puede ser la que colme el vaso. Es una sensación inquietante porque normalmente se conocen o intuyen los límites entre los que nos podemos mover y tal vez en este momento no está claro. La reacción normal es clamar por recuperar el orden y quizás esto explique que una mitad de la población turca (tal vez menos) prefiera cercenar sus libertades o el Brexit o Trump o Le Pen…
La cuestión es si esta estrategia funciona. Si el orden y control locales realmente producen los mismos efectos en una escala superior y se mejora la predictibilidad. La respuesta histórica y hoy otra vez, demuestran que no. El error continuo es pretender un mundo ordenado puesto que centrándose en ello se olvida aprender de los momentos creativos que proporciona el desorden. No se trata de empujar constantemente hacia el desorden, se trata de entender que cuanto más orden se quiere imponer más desorden se produce aunque no sea inmediatamente. Es absurdo no aprender que según Occidente se empeñaba en controlar el mundo a su conveniencia, esto se hacía creando desigualdad -que es desorden- dentro del mismo y fuera, que a más pretendido control menos iba apareciendo. Siendo la tensión necesaria, no hace falta insistir en la misma hasta la crisis y luego ya veremos, sólo hace falta querer aprender y ampliar la conciencia sobre el mundo, no llegar hasta medírsela en forma de quién tiene el obús más grande y puede hacer lo que le de la real gana con más impunidad.
Claro que con los autores es sensata una preocupación por el mundo, pero por pensar cómo es posible que otra vez tengamos dirigentes mundiales que seguro no pasaban algunos test psicológicos básicos para determinar la cordura. La solución ya no puede ser pedir mejor información y dotar de sentido el mundo para que esas pobres clases trabajadoras puedan interpretarlo. Es necesario ampliar la conciencia, multiplicar la información, permitir que más gente decida si el absurdo que nos pone al límite merece la pena. Llegados a este punto es mejor no empeñarse en construir una imagen de un mundo ordenado si bien partidista, casi es mejor mostrarlo tal cual es y favorecer que la gente entienda cómo ha pasado, tome conciencia y decida qué quiere hacer con él. Lo que ocurrirá no puede ser más impredecible que lo tenemos ante nosotros.