Inmigración francesa

Entiendo perfectamente el movimiento por el que, tras ganar Francia el Mundial de Fútbol, se ha querido poner de manifiesto la importancia en el equipo de las personas que en algún momento -ellas o sus familias- fueron inmigrantes al país. Es el mismo caso con el jugador de la selección croata que fue, parece ser, refugiado. Es loable, el mensaje es claro, más o menos sé consciente de lo que aportan las personas extranjeras ahora que tanto celebras tu orgullo patrio.

No obstante, hay algo que no termina de gustarme en ese mensaje y, entiendo, que se pueda considerar rizar el rizo o la critica por la crítica. Me pregunto si debemos considerar que resaltar las bondades de la integración por medio de los méritos deportivos es lo más adecuado. Y más que por los méritos deportivos, en base al éxito, por la victoria, porque la selección francesa no hubiera sido objeto de aquellas alabanzas si hubieran perdido en cuartos de final o ni si quiera hubiera pasado a los mismos. Entonces y con la misma lógica, alguien podría haber dicho (y seguro que ha ocurrido) que no puede ser que una selección esté conformada por extranjeros, lo que explica la derrota. Este argumento se puede escuchar no pocas veces de las personas que se quejan de la nacionalización de deportistas o de los equipos de ligas nacionales que sólo tienen una amalgama de distintos extranjeros y ningún nacional -puro- que realmente sienta los colores del club, añadiendo, de paso, que son todos poco menos que mercenarios. Y eso que hablar de mercenarios en el fútbol da para mucho, empezando por algunos directivos que organizan las competiciones.

Por definición creo que, por mucho que se empeñen, el deporte competitivo no es fuente ni estrategia de integración. Cuando se trata de competir, de ganar, la atribución de responsabilidades siempre está condicionada por el éxito o el fracaso. Sabemos que si ganas pensarás una cosa y si pierdes otras; si ganas tiendes a otorgarte el mérito y si pierdes a culpar a los demás. La integración, por definición, no se debe asociar a la competencia, son cuestiones algo contradictorias. Cuando compites debes tener claro un otro que no eres tu, al que quieres derrotar y que necesitas no pocas veces clasificar de distintas formas peyorativas para ayudarte. No se trata de criticar la competición ni las virtudes del deporte competitivo (no me gusta la mercantilización del fútbol, pero eso no es relevante para el caso), se trata de señalar si el deporte es lo mejor a lo que mirar para la integración. Mi respuesta es que no, ni siquiera apelando a esa teórica fraternidad que se produce entre los miembros de un mismo equipo en pos de unos mismos objetivos, porque, en el fondo, dentro de un equipo también se compite por jugar, por jugar más minutos o por el protagonismo. Es parte del juego, una parte de la vida a día de hoy, no tiene por que ser malo para determinados objetivos o formas de vida, pero no ayuda a otros. En todo caso, el tema de las estrategias de integración por medio del deporte son otra cuestión sólo transversal a la que ahora tratamos.

http://institucional.us.es/revistas/anduli/11/art_3.pdf

Pese a la buena intención de resaltar lo que los inmigrantes aportan a una sociedad, el problema es, precisamente, que es necesario señalar que son inmigrantes (o de origen extranjero) no que son franceses y que son parte de la definición del país. Veinte años atrás, la anterior selección francesa que ganó el Mundial ya estaba compuesta “por jugadores provenientes de las antiguas colonias francesas” y ello no ha cambiado la situación por la que una sociedad tiende hacia las posturas racistas, como si no tuvieran en cuenta lo que estos “inmigrantes” aportan en el fútbol.

https://www.semana.com/mundial-rusia-2018/noticias/francia-campeon-del-mundial-de-rusia-como-una-seleccion-de-inmigrantes-jovenes-alcanzo-la-gloria-575356

El conjunto era conocido como el ‘black-blanc-beur’ (negro-blanco-árabe). Las grandes estrellas eran jugadores provenientes de las antiguas colonias francesas como Zinedine Zidane, Thierry Henry, Lilian Thuram, Marcel Desailly, entre otros.

La cuestión, como se puede ver en estas líneas (bien intencionadas sin duda), es que la definición de país no se hace contando también con estas personas, las mismas aportan a una sociedad pero no la definen, como si nunca terminaran de ser de pleno derecho; sólo aportan a lo que otros consideran debe ser su sociedad.

El padre de Kylian es un camerunés y su madre tiene origen argelino, conjugando el negro y el árabe que representan la mayoría de inmigrantes franceses. Una reivindicación para las personas de origen extranjero que terminan aportando para engrandecer un país y no para quitarle fuerza como piensan los movimientos nacionalistas de extrema derecha.

En realidad estos jugadores son tan franceses como el que más o no podrían haber jugado para su selección. Enfocado de esta forma paternalista parece que en el fondo son los buenos chicos que, pese a todo, a su dura vida y dificultades, “terminan aportando”. Ello no cuestiona por qué nuestras sociedades tienen que favorecer situaciones intolerables, sólo pone de relieve que algunos seres excepcionales consiguen, por su tesón (o buena suerte), sobreponerse a todo y ganarse un sitio (aunque sea en el fútbol). Aun así, este discurso deja un vacío por el que no se quiere reconocer que todos los seres pueden ser excepcionales, y dado que unos lo logran y otros no, sometidos a las mismas dificultades, los que no (siempre según la consideración de quien tiene poder para definir), son prescindibles o, como lo consiguen pocos, un riesgo innecesario que estén. La integración medida sólo por las historias de éxito, por los que triunfan, es también un buen objeto de discusión para otro día.

En definitiva, a nadie se le ocurre decir que estos jugadores son, en realidad, Francia, se resalta su otredad no su pertenencia. Probablemente este enfoque sí que enfadaría a esos movimientos nacionalistas de extrema derecha de los que se teme sus reacciones. Tenemos miedo a estos señores y señoras, justificado sin duda, pero no creo que haciendo concesiones a su discurso, se consiga un cambio en su interpretación del mundo.