Mascarillas

Aquellos días se tomaron muchas malas decisiones. Algunas preocupaban por su tufillo antidemocrático, otras fueron homicidas. La comunicación política fue bastante lamentable, parece que partía de pensar que los ciudadanos somos menores de cinco años. Los medios de comunicación estuvieron en su linea. Vimos lo peor de la sociedad en comportamientos públicos y privados. Y quien no pensara que aparecerían ladrones como el asesor del ex ministro o el hermano de una presidenta, simplemente vive en otro mundo, desde luego otro país. Lo que nos faltará por conocer debe ser tan escandaloso que ni interesa airearlo a los poderosos.

A la vez se tomaron buenas decisiones, y vimos lo mejor de nuestra sociedad, sin duda. Es lo habitual en momentos de shock colectivo. Por eso sigue haciendo falta una sincera evaluación que tanto fue prometida y nunca tendrá lugar. Cuesta ya acordarse de muchos detalles. El caso es que no salimos mejores y no tendemos a ser mejores desde entonces.

El guion de la mala política está escrito hace tiempo. Este, hoy, ultimo escándalo, de hace cuatro años, que por lo que sea se conoce ahora y nadie hizo nada entonces, servirá para que la oposición tire del asunto todo lo que pueda, y escucharemos una sarta de imbecilidades por todos lados. Al fondo del asunto no se querrá llegar.

Ese fondo no es la inevitable condición humana, no es nuestra cultura pilla, por la que hemos incluso adoptado con cariño a personajes del estilo Torrente como rasgo definitorio de nuestro ser. El problema es la escasa cultura democrática que, si se exhibe desde las instituciones y los representantes públicos, cómo no será en los diferentes rincones.

Esto de la cultura democrática queda muy bonito, pero no sabemos lo que es. Evidentemente no que te digan que si no votas luego no te puedes quejar. Cuanto más cultura democrática menos probabilidades se dan para que unos se forren con las mascarillas o, por ejemplo, que otros se salten las colas de la vacunación. Cuanto más cultura democrática menos necesidad de leyes tienes, el comportamiento de los que conviven se autorregula porque lo primero que hacen no es pensar cómo beneficiarse personalmente de cualquier situación. No hubiera hecho falta sacrificar tantos árboles o tantos bits, en cientos de leyes improvisadas desde el estado central y cada comunidad regulando casi cada aspecto del comportamiento cotidiano. Leyes que pese a todo y como vemos ni siquiera impidieron la aparición del pillo corrupto por todos lados. Una cultura democrática ofrece creer menos en la jerarquía y el poder omnímodo de reyes, ministros, presidentas y más en la discusión, el intercambio de pareceres entre iguales y la auto regulación por convencimiento, sin obediencia debida o miedo al castigo. Tonterías ¿verdad?, el ser humano es como es y reacciona a base de golpes, no se puede hacer un planteamiento tan naíf. Podría el mismo parecerse al discurso sobre la libertad que triunfó en Madrid de mano de un lado de la política. Pero no es eso. Una cultura democrática no implica un ideal de inexistencia de normas que de pie al más listo a sacar provecho económico o tomarse una cañas. Implica, al contrario, unas pocas normas muy claras, dentro de las cuales moverse con libertad, interpretando las mismas, discutiéndolas y siempre anteponiendo lo que en cada ocasión sea mejor para el conjunto. Una gilipollez, ya lo entiendo.

Pero en una cultura democrática no haría falta una aplicación que te diga si te están timando en el alquiler que pagas en la zona que habitas. Es una de las legislaciones más sorprendentes que recuerdo en los últimos tiempos. En nuestro contexto escasamente democrático seguro que es necesaria, algo se debe hacer para garantizar el derecho a vivir bajo techo. Pero pensémoslo, suena de lo más ridículo. Qué nos empuja como sociedad a tirar constantemente del lucro personal a cambio de que la gente no pueda vivir su vida comenzando por lo segundo más básico. Qué tienen en la cabeza esos particulares y empresas que siguen aprovechándose de cualquier circunstancia para ganar más y más. No es el mercado amigos, no es la falsa ley de la oferta y la demanda, es la falta de cultura democrática.

Sigo pensando que la pandemia y la reflexión sobre lo ocurrido, que nunca tendrá lugar, hubiera sido un buen momento para avanzar y movernos hacia una cultura más democrática. Otra vez será.