Una de las cosas más desagradables que se han podido ver en estos años de crisis es el intento de negar la existencia de la pobreza, la exclusión y marginación de una parte de nuestra sociedad. Es de dudosa moralidad pública por mucho que se enmarque en estrategias políticas por las que, sobre todo tertulianos y tertulianas, defienden que los datos son falsos o se interpretan mal.
Parecería entonces que ahora conviene recordar toda la serie de datos que muestran a las claras que la pobreza existe en España y sobre todo en el mundo, pero no parece necesario, negarlo es de estúpidos. Tampoco creo necesario afirmar que la situación ha empeorado para muchas personas durante esta ya casi infinita crisis, ni que sea una situación que empezó con la misma, ya estaba en nuestro sistema local y mundial.
Cualquier discusión o planteamiento que no tenga en su origen la preocupación por acabar con la miseria humana no debe poder recibir el nombre de político. Sólo si se asume que pobreza y exclusión no son algo consustancial a la especie se entenderá que la solución es política, que la única razón de ser de ésta y del organizarnos colectivamente es la desaparición del uso de la fuerza (ya sea física o no) para el sometimiento de los unos por los otros; porque pobreza y exclusión no son más que eso.
Claro que los hiper realistas se reirán de planteamientos como este, hablarán de utopías, de que el ser humano es lo que es, de que la historia de la humanidad demuestra lo falso de estos planteamientos, que la política va sólo sobre el poder por el poder o de economía… Estupendo, pero seamos hiper realistas, entonces, para todo, no neguemos la existencia de pobreza y exclusión, digamos que cumplen su función social, la de alimentar a unos y no a otros, la de someter, doblegar mediante el miedo para unos fines. Pero sabemos que el problema de adoptar este discurso de manera abierta, darwinista, tiene mala prensa y es peligroso para los propios intereses de quien lo sostenga, no sea que alguien quiera tomar por la fuerza lo que por el acuerdo no será nunca posible.
¿Qué ganan los voceros del poder negando la miseria de otros y otras, qué ganan diciendo que los datos y tantos trabajos académicos con sus Premios Nobel como máxima expresión son falsos e interesados, que las cosas no están tan mal? ¿Es realmente posible que se lo crean? ¿Cómo pueden explicar lo que una buena parte del resto ve o vive a diario? ¿Quizás como excepciones, situaciones que la gente se merece porque se ha ganado a pulso? Que gobierne un partido u otro no es tan importante como reconocer la realidad y querer cambiarla. Si estos bienpensantes que viven bien, alejados de todo dolor y sus gentes, persisten en su negacionismo, le hacen un flaco favor a los partidos que defienden, a la sociedad y a ellos mismos.