No todos son iguales, pero algunos peores, es lo que alguien enfadado podría llegar a pensar a raíz de los casos en que personas en situaciones de poder se saltan el orden de vacunación. En una cultura político social como la nuestra, no es que algo así no fuera esperable, si no estuviera ocurriendo hasta sospecharíamos.
Es posible tomar el camino de las manzanas podridas y la interpretación por medio de las pasiones humanas, en concreto la del abuso de cualquier poder cuando se tiene, para explicarlo. De tal forma habría que evitar las generalizaciones, ver cada caso de forma aislada y siempre entendiendo que son una minoría. Luego hacemos un recuento de consejerías, alcaldes, cargos públicos y nos da que son un porcentaje muy bajito del total.
Es posible. Pero contribuye al desprestigio de las instituciones y a la falta de confianza general en las mismas que ya es muy alta. Es un riesgo considerable en momentos, además, en que la tensión social parece muy alta ante un año de pandemia y con las expectativas de que sea, al menos, otro más. La actuación de cualquier persona en un cargo público no debe ser juzgada como la de cualquier otra persona que no lo ostenta, es muy básico. En su persona acumula el poder institucional que el cargo le otorga, luego su influencia en los demás, quieran estos o no, es mucho más grande que al revés. Por tanto, su responsabilidad es mucho mayor, es la suya individual más la que arrastra su posición. Y en un país en el que culturalmente se entiende el poder de forma tan piramidal todavía es más grave.
Es necesario atender a estas cuestiones también, en nuestro contexto general y, en el particular que hace que sea todavía más grave jugar con el tema de las vacunas, porque seguimos en un estado especial, de alarma, desde hace meses. Te pueden y multarán por estar en la calle a partir de la hora que sea, pero si robas vacunas puedes incluso salir a dar explicaciones, como mucho te dimitirán, amenazarán con largarte del partido o con no ponerte la segunda dosis. Pues ni todo ello junto es proporcional a la gravedad del infame comportamiento en estos momentos.
Podríamos hacer algo para entender el poder y ejercerlo de una manera más horizontal, enseñar desde pequeños cómo debe ser un líder democrático, y todo eso, sería deseable. Pero hoy, estas personas que se aprovechan de su posición deben ser sancionadas con la mayor severidad posible. Solo de tal forma se podrá compensar el daño que están causando con sus decisiones. No basta con un juicio moral por parte de la ciudadanía, es necesario garantizar que no vuelvan a tocar nada de lo público y estudiar si es posible que toquen también algo de celda. No será porque las prisiones no están llenas de delitos contra la salud pública y si esto no lo es casi nada debe faltar.