Obesidad

El tema de la alimentación es de esos que genera contradicciones a cada paso. No sólo una parte de la población mundial pasa hambre mientras en la otra se aprueban medidas contra la obesidad; la cocina y sus chefs están de moda, proliferan los programas en los que se convierten en estrellas mediáticas, incluso algunos colegios ofrecen actividades de cocina como extraescolares, sin embargo, la comida que le sirven a mi hija en el comedor está cada vez más mala.

Por esas y otras contradicciones, es posible albergar alguna sospecha, cuando desde el poder se insiste en divulgar lo que, en un primer análisis, es de cajón y no sé si hace falta que lo digan; alimentarse bien es bueno para tu salud. Lo que pasa es que luego se mezcla con las limitaciones presupuestarias, se compra lo más barato, la comida es mal cocinada hace horas y llevada en bandejas desde otro sitio, con escasos ingredientes, personal que no es del colegio, mal pagado y mal humorado (no muy profesionalizado y que le da igual la correcta alimentación o contribuir en la enseñanza para una mejor forma de comer) siendo el resultado, una mala experiencia cada día que se come en el comedor. Todo ello, tan desagradable como sano, respaldado por un nutricionista o una nutricionista que -casi siempre pasa a los expertos- son utilizados para validar cualquier cosa.

En Andalucía, por ejemplo, acaban de aprobar una ley que, en la prensa, se ha conocido como contra la obesidad infantil. No se trata de eso, al menos en exclusiva, ya sabemos cómo es la prensa. Por lo que veo en la misma, incluso en la que es contraria al partido que allí gobierna, parece que la Ley está bastante equilibrada en lo que fomenta o sanciona y se preocupa, por ejemplo, de que los “gordos” tengan una sanidad adecuada (por lo que cabe suponer que a veces hoy no es así y es preocupante) así como evitar cualquier tipo de discriminación contra los mismos. Esto último es un detalle porque es muy contradictorio que personas que atentan -también- contra su salud para estar delgadas (con todas esas dietas que encima se pagan, por ejemplo), caben dentro de los parámetros de lo aceptable, incluso deseable socialmente, pero meterse, marginar o discriminar al gordo es casi tradición.

A Leyes como estas, la verdad, no cabe ponerle muchas objeciones, por el revestimiento de salud que tienen, salvo la perspectiva desde la que parten. Y es esta principalmente médica e individualista, de tal forma que, una alimentación sana y ejercicio hacen que no haya tanta obesidad, lo cual repercute en evitar enfermedades, lo cual, aunque no se menciona, creen que ahorra gastos médicos porque añade miedo a la muerte; uno de los grandes males de nuestro tiempo. Amedrentar a la gente junto con explotar su necesidad de gustar siempre ha funcionado a las mil maravillas, a cualquier religión.

Ahora bien, en el propio texto de la Ley se reconoce que anteriores planes no consiguen sus objetivos, en especial acabar con la obesidad, lo que justifica su necesidad. ¿Cómo se puede explicar? No lo sabemos, pero planteamos, como hipótesis que comer no es algo meramente funcional, comer para obtener las calorías necesarias para la actividad diaria y estar sano, es decir, trabajar y seguir trabajando muchos años sin costar dinero, tal como una perspectiva médica parece plantear, no nos es suficiente. Alimentarse es mucho más, los humanos somos sobre todo cultura y no sólo eso que llaman dieta mediterránea.

En el cole de mi hija, por volver al tema, no les permiten hablar mientras comen porque hacen jaleo. En vez de enseñarles a disfrutar de la sociabilidad y placer que el acto de comer puede suponer, sin gritar, lo solucionan de esa manera, mientras se engullen alimentos sobre los que nada se puede objetar desde el punto de vista calórico, pero malos como los demonios. No les enseñan a poner una mesa, a comer con la boca cerrada, a ayudar a los más pequeños, sí a que se lo tienen que comer todo, no puede quedar nada en el plato bajo amenaza y castigo (amenaza y castigo que no falten). No digo que sean funciones necesariamente de un colegio, pero sí resulta que decir que deben desayunar todos los días y a aprender a distinguir cuántas calorías tiene un producto se considera, en estas leyes, como obligación de los centros escolares. ¿No es curioso?

Mientras engullimos realities de cocina a menudo con obsesión por ganar de unos concursantes, vamos dejando de cocinar con nuestros hijos, más con nuestras hijas no sea que se considere ir contra el reparto de las tareas en el hogar. Y perdemos toda esa diversión, toda esa charla, experimentación y transmisión de cultura y valores… cada vez es más difícil quedar para comer con amigos o la propia familia fuera de las Fechas si no es pagando en un restaurante; ya cocinar para otros y generar un atmósfera concreta es un castigo, casi mejor pagarlo y evitar todo el sacrificio y riesgo que supone.

Cocinar, la alimentación, debe ser como parece que consideran los japoneses, algo dirigido al corazón de hombres y mujeres y no sólo a las arterias. No es posible saber si mejoraría la métrica médica de la salud, pero seguro que la sociedad en su conjunto lo haría, a fin de cuentas es algo que, con suerte, se hace varias veces al día.

Y luego está la otra pata indispensable de estas leyes, el ejercicio fisco en el ocio. Este matiz es importante, en el tiempo de ocio, porque desde los poderes médicos tienen que decirnos también como emplear nuestro tiempo libre, haciendo deporte que es sano. Lo es, sin duda, está bien añadir más horas de gimnasia aunque la opinión de los padres no sea unánime porque salvo que seas futbolista en el futuro… pero luego no les pidas que abran los colegios por las tardes para que los chavales bajen a usar las instalaciones deportivas, eso es caro, peligroso y los profesores tienen que ir también a hacer su running que tienen derecho a cuidarse.

No sé hasta qué punto es sano que desde la política se tome en sentido literal que su trabajo consiste en dedicarse a las cosas del comer. Si asumiera que la obesidad tiene que ver con el modo de producción, la relación de las personas con el trabajo, las relaciones sociales y participación en la vida pública, cosas todas sobre las que sí deben y pueden hacer algo, se conseguirían mejores resultados. Bastaría quizás sólo cruzar los datos y ver si la obesidad afecta más a los que menos dinero tienen dentro de los ricos del mundo y quizás confirmarían que esta, como tantas enfermedades, es también social antes que física. Todo lo demás es bienvenido, pero parece más bien artificio, búsqueda de titular.