Soterrado, asistimos a un debate en nuestra política sobre la concentración de poder. Los dos ejemplos más visibles han sido el de Cospedal y Susana Díez. Pues bien, dicha concentración de cargos y por lo tanto poder, ya sabemos que es alejarse de un ideal democrático.
Muchos insistirán en que democracia es poder votar, pero no estarán en el buen camino. La democracia se define antes por poder participar y ello no se limita sólo al voto. En demasiadas ocasiones el voto se utiliza para solucionar conflictos dando la razón definitiva a una postura frente a otra y, si me apuran, a decidir entre la solución menos mala. Si votar es decidir entre opciones empaquetadas de antemano, simplificaciones y además malas, la democracia podría considerarse el camino de la mediocridad, de la eterna casi solución.
Participar es más que poder votar o ser escuchado con benigna condescendencia para hacer luego lo que le parezca al escuchante. Participar significa más bien poder hacer algo, tener autonomía para emprender acciones que no sean sólo la de hacerte escuchar. Opinar sin prever la posibilidad de llevar algo a cabo, se puede convertir en un ejercicio radical.
Entonces -me dirán- no podemos hablar de democracia puesto que el poder de emprender acciones se concentra en unos pocos muy pocos. Sí y no, sí y por eso concentrar cargos es empeorar la democracia, pero no porque la posibilidad de tomar decisiones propias no se refiere sólo a unos pocos asuntos, es algo que se debe poder hacer en cualquier ámbito.
Llegados a este punto se suele argumentar que las relaciones laborales no son democráticas, ni la familia lo es como tampoco la escuela. Y la pregunta es si realmente se puede hablar de democracia cuando hay instituciones dentro de la misma que no son democráticas. Parece algo complicado salvo que nos remitamos a la idea de voto y así podemos seguir viendo familias que se empeñan en votar decisiones o escuelas que introducen sistemas parecidos, sin darse cuenta que realmente no alcanzarán mayores cuotas de democracia necesariamente, pero pueden enseñar frustración a los más jóvenes cuando contrasten que fuera de ese entorno quizás y con suerte, podrán votar cada dos años.
El mundo laboral es el mejor ejemplo. Se asume que uno o unos toman decisiones y los otros ejecutan lo que se les manda. Votar en este esquema es tan ridículo como esperar que me lleguen mis indicaciones o no tendré nada que hacer en mi día laboral. Te llegan los objetivos y la forma detallada de lograrlos, lo que resulta de lo más absurdo. Y en no pocas ocasiones las personas en el mundo laboral son asistentes personales de los asistentes personales, en cadena, donde uno tiene que hacer algo y se lo pide hacia abajo a otros que a su vez hacen lo mismo con otros. El problema aquí no es precisamente votar. En el mundo laboral no pocas veces la única decisión que uno pude tomar es quedarse o irse y no siempre. Y sin participar, tampoco se puede esperar que el compromiso sea otro que en lo que afecta a las propias condiciones laborales.
Existen muchas propuestas para democratizar sin votar el mundo laboral, otra cosa es que interese más seguir diciendo que el trabajo no puede ser democrático o no se sacaría adelante. Es comprensible que quienes llegan a posiciones de poder bajo este esquema, quieran mantenerlo, así hemos aprendido. Aquí sólo mencionaremos la cantidad de oportunidades que se pierden con esta forma de actuar, dado que la cantidad de posibilidades que se abren cuando más personas pueden tomar decisiones sobre su propio trabajo son exponencialmente mayores que cuando las toma una sola persona por ellas. Si, además, esta persona poderosa se equivoca, los resultados pueden ser catastróficos, mientras que si muchas otras con ámbitos distintos de actuación lo hacen, las consecuencias serán pequeñas e inmenso el potencial de dar con algo bueno.
¿Por qué alguien quiere ocupar cargos en el partido y responsabilidades de gobierno y todo lo que se cruce por delante? Obviamente para imponer su voluntad, para decir que esto es lo que se tiene que hacer y que otros lo vayan haciendo, para quitarse de encima cualquier posible discrepancia y a sus discrepantes, para medrar con el jefe o acabar siéndolo. Está bien, si esto no es más que la historia del poder, nada nuevo, pero no es lo más democrático aunque te voten para ello.
El argumento sobre el poder es sencillo. Podemos pensar que este es un bien finito y que por lo tanto cuanto más tenga una persona menos deben tener otras. O podemos pensar que es un concepto abstracto y que se amplía cuanto más poder se tenga en conjunto y por lo tanto no es ni finito ni infinito, el poder aumenta cuando el poder disminuye. Veamoslo de otra forma, se trata de poder-hacer y para ello, cuantas más cosas sea posible hacer más cantidad de poder existe. Una sola persona tiene un límite en cuanto a lo que es capaz de imaginar se puede intentar, pero muchas personas no lo tienen. Si el poder de una consiste en amarrar el poder de muchas para que no hagan salvo lo que esta dice, está limitando lo que se puede hacer en conjunto. Parece sencillo, pero nunca nadie dijo que la democracia lo sea.