Es posible coincidir en que, si en 6 meses se marcha un equipo de trabajo casi al completo, la productividad del mismo muy alta no puede ser. Estamos acostumbrados a relacionar dicha productividad con el esfuerzo que hacen los trabajadores y trabajadoras, si trabajan concentrados o pensando en la hora del café, o si tienen los conocimientos adecuados, como si la empresa no tuviera nada que ver. Solemos pensar en términos de tecnología, procedimientos u horas efectivas, pero pocas veces lo hacemos en el clima laboral, el sueldo, las condiciones de trabajo, la motivación o la capacidad de liderazgo de los responsables.
El caso es que nunca he terminado de saber si en España somos productivos o no, tengo la sensación de que cada cual te cuenta su versión, y podría consultarlo, seguro que existen múltiples informes disponibles, pero prefiero no hacerlo y partir de lo vivido, mis experiencias.
Y he vivido 4 empresas, 4 trabajos distintos por tanto, en los que liderazgos muy deficientes han generado una desbandada de trabajadores, previo clima laboral insufrible, plagado de conflictividad y problemas de salud, desmotivación que no cabría dentro de escala de medición alguna, con sueldos y condiciones de trabajo de mierda. En los 4 había cualificación suficiente en los trabajadores, equipos compuestos en su mayoría por titulaciones superiores, idiomas, experiencias previas con mucho valor y conocimientos informáticos por encima de lo requerido.
Otra característica común en las 4 ocasiones ha sido la obsesión por cumplir el horario de trabajo, horario, por supuesto, partido. Las medidas de conciliación se tenían que arrancar a base de mucho sufrir pues se negaban incluso a lo que está en la ley, en la cultura de todos ellos estaba implícito quedarse más tiempo gratis aunque no tuvieras nada que hacer. Por descontado reinaba el miedo en relación a este tema (y en general), una estrategia que a la postre también he descubierto resulta muy útil para que a nadie se le ocurra hablar de cobrar más, ni de cualquier otra cosa. Mientras estás preocupado por el horario, te queda poco tiempo para siquiera pensar en tener una conversación. He vivido responsables a deshora que no solo no cumplían con el horario que imponían sino que, sobre todo, se paseaban a las horas de fin del mismo y buscaban escusas para convocar reuniones ya una vez finalizado o simplemente fiscalizaban quién estaba. Sobra decir que las 4 experiencias lo son de fracaso en todos los sentidos, pero sobre todo en productividad. Por no mencionar el detallito de que en todos ellos se daban situaciones claras de acoso, hubo bajas médicas y denuncias laborales por distintos motivos. La costumbre eran los despidos sin justificación racional y, por supuesto, la ya mencionada fuga voluntaria a continuación, fenómeno que va parejo en todas las ocasiones; tu despides y al rato se te marcha gente, será coincidencia.
En el fondo la productividad me importa bien poco, tan poco como a estas empresas que perdían dinero a espuertas por la forma de pensar de sus jefecillos y dueños. Y lo hacían con la connivencia de las administraciones a las que tampoco importa mucho la productividad; una parte del dinero provenía de aquellas. Lo que pasa de puertas adentro de tu chiringo no es cosa suya mientras no les afecte y, rara vez lo hace, de vez en cuando una protesta que sale en la prensa, pero nada que no sea amortizable. Les interesa que tu servicio sea barato, cómo esté la gente, si cobra adecuadamente, si existe caciquismo, los empleados se drogan para sobrellevar el día… no.
Con este panorama, con estas experiencias, tengo que concluir que el principal problema de nuestra economía es la cutre cultura empresarial dominante. Es verdad que puedo simplemente haber tenido mala suerte, pero no creo tener yo el privilegio de haberme encontrado con las únicas en todo el ecosistema.
Lo primero que no es productivo es la cantidad de tiempo que se pierde pensando y conversando sobre los horarios. Entre trabajadores es tema principal, aquello de lo que hablan según se juntan. Luego los hay que emplean horas en aplicaciones para registrar las que tienen o deben que, por lo que sea, nunca cuadran. Entonces hay que ir o escribir a recursos humanos, enfadarse, pelear por unos minutos, y todas esas cosas absurdas que forman parte de una jornada laboral. Pero ellos y ellas insisten, tienen claro que están comprando tu tiempo vital, que es imprescindible para todo lo demás que cumplas, que estés allí, que pidas un justificante en cada sitio si te ausentas por algún motivo contemplado en el convenio. Pero todo eso simplemente no funciona, no es parte de la productividad, juega en contra. A veces con no poner de jefecillo o jefecilla a un tarado o tarada es lo mejor y lo único que debes hacer, pero no se estila porque son estos perfiles -los de los tarados- los que más coinciden con la forma de entender el mundo de los dueños y, por tanto, los que ponen para proteger su fuerte, con la misión, no de hacer un buen trabajo, sino la de controlar a los pérfidos empleados. El tiempo se va en el control, no en cosas productivas, las discusiones son sobre el control, no sobre cómo cambiar el mundo a través de tu esfuerzo diario. Porque en el fondo no se quiere cambiar nada, con el mundo laboral no al menos. Ellos te lo dirán claramente, estamos aquí para ganar dinero, no hace falta darle muchas más vueltas.
Alguien argumentará que la gente es vaga y si das manga ancha y estableces unas relaciones menos autoritarias, menos controladoras, nadie trabajaría. En el esquema actual es posible, no porque una mayoría de personas sea mala por naturaleza como parece piensan los dueños, es más parecido a la oposición activa que se produce en un sistema carcelario, donde no puedes esperar que el preso colabore solo a base de castigos y premios, hace falta violencia latente. Lo importante es la violencia, aquella implícita a lo largo de la cadena que se basa en que si no te pliegas dormirías en la calle y vivirías de la comida de otros en los contenedores. Honestamente, la productividad es otra de esas figuras que sirven para justificar un mundo muy regular sobre los hombros de trabajadores y trabajadoras, una forma fina y elegante de seguir presionando y desviar el foco de atención de lo esencial. Como toda la historia.