Progresivas

Existe cierta coincidencia en que el gran error del anterior Presidente del Gobierno Socialista fue negar la crisis económica. En agosto de 2007 ya se empezaba a tener claro que había estallado una crisis financiera mundial que tendría sus graves consecuencias en la siempre inestable economía española. En septiembre de 2008 quebró Lehman Brothers que fue la confirmación para los que tuvieran dudas. Hasta el 12 de mayo de 2010 su comunicación política se basó en negar lo cada día más evidente, cuando de golpe, anunció medidas drásticas de muy graves repercusiones sobre los ciudadanos, que son quienes acaban pagando siempre.

Hoy, 2023 y a unos días de unas nuevas elecciones generales convocadas tras los malos resultados del PSOE (o unos que no esperaban) en municipales y autonómicas, parece que se puede estar repitiendo la historia. Este partido ha encomendado a todos sus personajes con voz pública reconocida que acentúen los buenos datos macroeconómicos. Las previsiones de crecimiento y según múltiples fuentes, son aceptables, el paro ha bajado y la inflación crece menos que en otros países de la UE. Esta realidad -se empeñan en decir- es buena y no será la primera vez que los agoreros han pronosticado la hecatombe económica de España durante el gobierno socialista que ha soportado la pandemia y el comienzo de la Tercera Guerra Mundial. El resto se equivoca como lo hizo antes y ocurrirá de nuevo -nos insisten-.

Lo anterior es cierto, los datos son esos, buenos y es una alegría, si bien en el contexto de una UE que acaba de entrar en recesión. Esto de las comparaciones con la UE -reconocemos- es como todo manejo de datos, puedes retorcerlas hasta encontrar los resultados que favorezcan tu argumentación. Pero claro, si el conjunto en el que te ubicas como país y para el que tus datos también suman, entra en recesión por -dicen- la caída del consumo y la inversión, al menos debes tenerlo en cuenta no sea que te pueda salpicar. A veces da la sensación de que Sánchez convocó elecciones por los malos resultados electorales, sí, y porque temía que si esperaba a diciembre ya sería muy evidente la crisis económica como para negarla y utilizar los buenos datos como respaldo a toda una gestión.

El caso es que aquí ni podemos ni queremos basarnos solo en los datos macro, estos son buenos y eso es bueno. La economía y los economistas son fundamentales, pero solo una pequeña parte de la realidad, y no han sido los segundos, precisamente, los mejores predictores. Argumento de esta forma sobre -vaya de antemano- la nada, pero la sensación económica en el ciudadano medio es muy mala. Con aumentos en el gasto mensual que no se recuerdan, demasiada gente ya no llega a fin de mes y tiene una visión muy negativa del medio y largo plazo. Esto no solo puedo contrastarlo en las conversaciones cotidianas, pensemos que la familia que menos paga por todo lo que hace al día es una barbaridad más que hace nada; un año, dos a lo sumo. Paga más, mucho más, cuando hace la compra, paga cualquier factura de cualquier cosa a precios que alarman, cuando pone gasolina también, lo que sea, todo, y en general su sueldo o ingresos no han subido ni una mínima parte que ese incremento de gasto. Si esto de no recuperar poder adquisitivo es estructural en los modelos económicos neoliberales, desde el 2008 ya ni se disimula. Los que tienen una edad, digamos una importante parte de la población que sitúan en el baby boom, vive peor que sus padres lo hicieron y ha perdido dinero casi todos sus años laborales. Hay demasiada gente que cobra al mes menos que sus padres de pensión y esto no se puede mirar como harían los cara duras, repensando las pensiones, bien están éstas, el problema se sitúa en los sueldos. Después del paro, los sueldos son lo que más afecta a todos y todas, y no siempre en ese orden.

Por supuesto los que peor lo viven son los que pagan de 100 a 500 euros más por su hipoteca, pero el que más o el que menos pone 50 euros adicionales al mes por su alquiler. Esto último, no pareciendo mucho, es con suerte, y seguro que lo mínimo que los caseros han subido el precio, y aun así ya representa 600 más al año. Que levanten la mano los que han tenido una subida de sueldo que lo pueda compensar.

El gasto en vivienda deja a los menos ciudadanos fuera de una incómoda sensación de preocupación, son aquellos que no pagan alquiler ni hipoteca o los que tienen hipoteca a tipo fijo, que aun así siguen pagando más por todo, los fertilizantes para su campo, la maquinaria que necesita o una reparación de esta, un dentista… lo que sea. Es decir, el aumento del coste de la vida mensual afecta a casi toda la población que lleva un tiempo haciéndose preguntas sobre cómo y dónde recortar. Estamos ya escuchando que se hace en alimentación y ropa cuando normalmente este es el límite que indica que previamente se ha recortado en todo lo demás. Debemos pensar en algo adicional, habitualmente no nos gusta hablar con otros de nuestras miserias, tener que dejar de comprar carne o pescado es una de esas que no se comenta, da vergüenza social, más hoy que hay una enorme presión de moda por comer sano. Algo similar se vive cuando el paro aumenta mucho, reconocer que se está en paro es una vergüenza social hasta que llega el momento que la situación se comparte con tanta gente que deja de serlo y pasas a airearlo con total normalidad. Esto lo hemos vivido varias veces antes en España, ahora pasa lo mismo con el gasto en el supermercado, lo puedes decir abiertamente porque alguno, sino todos tus interlocutores, sabes que están en las mismas.

Insistir en que ni los economistas ni los que gestionan su economía diaria tienen la absoluta certeza de lo que ocurrirá en el futuro. Pero estos segundos tienen sensaciones en función de lo que viven cada mañana. Entras en el trasporte público y ves las caras de tanta gente que ya antes pensaba – a primera hora y dentro de ese silencio compartido- en el sentido de su vida, pero que ahora añade que todo ese sacrificio no le permite ni llegar a fin de mes. Y estas sensaciones votan frente a una organizada comunicación política que les pueda decir que todo va bien. Mi hipótesis, de nuevo basada en la nada que no sea lo observado, es que estamos muy enfadados, que es la actitud visible de los sentimientos de preocupación, miedo e incertidumbre.

No empatizar desde la industria de la comunicación política con esa sensación es un gran error. Es verdad que quien ha tenido el poder encuentra difícil justificar que la gente se sienta así tras un periodo en el que ha gobernado. Es decir, si usted se siente así, la culpa es principalmente mía que no he podido o querido o sabido hacer más. Pero para muchas otras argumentaciones se ponen balones fuera; el contexto de la UE, el mundial, lo que sea. Puede ser zafio y cutre, tal vez, pero lo que suele ofender es un optimismo elitista cuando todas las mañanas vas pensando cómo recortar tu vida, hasta que entras en tu cotidianidad y lo pospones, para retomarlo cuando recorres el mismo camino de vuelta a casa y de nuevo te invaden el miedo y la incertidumbre. Yo siento utilizar la idea del transporte público, entiendo que mucha gente no vive de esa manera, pero es la que me resulta más cercana. Y los representares públicos no creo que se imaginen la tortura para el animo que a mucha gente suponen dos horas de media al día pensando que no lo ves claro, que no llegas, que vives peor cada día y no puedes hacer nada al respecto salvo repetir tu rutina y rezar, seas o no creyente, para que la cosa no vaya a peor, no tengas una desgracia o un gasto imprevisto. Más cuando el recuerdo que tienes de vida es que la cosa siempre va a peor. Digan lo que digan los psicólogos de la felicidad, en la intimidad de tus pensamientos no puedes evocar los recuerdos positivos cuando te venga en gana y que de repente tu estado de ánimo cambie a voluntad. En esos momentos de incomoda soledad, que serán imaginados pero vives muy reales, lo más que puede pasar es que te calme un ratito de odio al que encima te dice que todo va bien.

Y hasta aquí hemos llegado sin mencionar al cuarto de la población que ya está en situación de exclusión y que desde el 2008 es crónico. Se puede mirar al suelo buscando pobres y no encontrarlos pero indica una clara necesidad de gafas bifocales o progresivas.