Conversaba con una persona que identifico como conservadora en lo político. Su casero, antes de llegar al año de contrato, quería subir el alquiler 50 euros. Lo más indignante eran los términos que recordaba de la conversación, dado que él solo reproducía en bucle la expresión ¿pero lo vas a pagar o no? Por supuesto y como suele ser el caso en estas situaciones de abuso de posición, aparecieron toda otra serie de desmanes e indicadores de la cutrez (e ilegalidad) del dueño de la casa que, a la postre y si lo miramos bien, es dueño de cierta parte de la vida de mi amiga. Entre cervezas y risas llegábamos a la conclusión de que la violencia no debe ser rechazada por sistema. A este señor ganas no nos faltaban de darle una buena serie de manos. Entre no pocas personas que llegamos a fin de mes muy justo tenemos la costumbre de acabar solucionándolo todo con humor, desdramatizando, unas cañas, y expresando a gritos nuestra indignación para molestar a los de la mesa de al lado. Luego nada, te quedas más agustito y no haces nada, empiezas a buscar otro piso en el que poder dormir aunque ya no descansas bien o, simplemente, acabas pagando porque no existe otra opción. Como mucho te repites: así son las cosas, es lo que hay.
Claro que lo de la vivienda en este país es un tema clave, pero desde hace décadas, y resulta vergonzoso escuchar que se ponga en el debate público por motivos electorales. Cuando esto ocurre el ciudadano que ya tiene años como para poder recordar ciclos de acontecimientos anteriores sabe o intuye que significa, con alta probabilidad, que no se hará nada. Habrá elecciones y hasta las próximas, con suerte.
Pero eso no es solo lo que ahora me preocupaba. Mi amiga conservadora, al moverse hacia delante en la conversación, también cayó en aquello de no poder entender cómo la gente abarrotaba las costas, los bares, los restaurantes en Semana Santa o el puente. Ella misma acababa de regresar de unos días de descanso. La cuestión es que unir una conversación con la siguiente me llama la atención. La subida de 50 euros al mes es un drama, está en el límite de lo que se puede pagar de más para vivir. Entiende que en esta misma situación no puede estar ella sola, habrá mucha gente, por lo que no puede explicarse cómo es posible que a tanta otra le sobre el dinero para irse unos días a gastar en ocio. Este uso de las vacaciones o días libres y la ocupación hotelera es recurrente, yo ya he vivido muchos ciclos. Al final siempre das con alguien que te dice que la economía no estará tan mal cuando a la gente le sobra el dinero para eso. Me bloqueo cuando lo escucho, pero al rato me viene a la cabeza saber cómo miden los que así argumentan la situación económica, si esperarían o desearían ver calles desiertas solo salpicadas de lugares con las colas para la recibir lo que permita una cartilla de racionamiento.
Suele ser un argumento que encuentro más entre personas conservadoras, por lo que sea los rojos ya viven con la contradicción que frecuentemente les hacen sentir quienes espetan sobre cobrar un buen sueldo, comprar ropa de marca, tener una vivienda en propiedad o un móvil siendo rojos. Lo cierto es que esta última vez también ha sido uno que ha utilizado el Presidente del Gobierno (un rojo relativo). En su caso, vale que la lógica es defender su gestión; la misma será buena cuando la gente llena todo el ocio en Semana Santa. Esta noticia de -digamos- la ocupación hotelera, se ha convertido en un indicador más de economía, otro hito que repiten los telediarios y reaparece en las conversaciones cotidianas. Es verdad que aquellos otros como el PIB o el coeficiente GINI nos suelen quedar muy grandes, son muy complejos quizás para usar si no buscas realmente profundizar y exponer discrepancias serias con tu interlocutor.
Sobra decir que lo considero un error. El día que unos pocos, porque son muchos más los que no se pueden mover y gastar ni en puentes ni en vacaciones, no lo hagan, ya estaremos en una batalla social de gran calado. Todos podemos entender que salir unos días -si es que puedes- es un pequeño gasto en comparación con el resto de otros que asfixian tu vida cotidiana. Si vas justo prefieres darte ese lujo con la nariz tapada y luego ya ver cómo recortas en cualquier otra cosa hasta volver a equilibrarte. Quizás no tiene mucho sentido económico, deberías gastar en ocio solo lo que te sobra, y ahorrar para el futuro, pero el homo economicus no es muy racional según la propia definición económica de ciertas escuelas de lo que es racionalidad. La gente te dirá (puede que más después de la pandemina), solo se vive una vez, voy a pagar este pequeño precio extra (la gasolina, cenar fuera un día, un alojamiento si es que no me voy a casa de mis padres en la playa o al pueblo) y que me quiten lo bailao, el lunes ya volveré a mi prisión, al curro que detesto, a las preocupaciones de no llegar a fin de mes, al futuro incierto y asfixiante, pero el día que no pueda hacer este gasto prefiero muerte. No obstante, resulta sencillo entender que sobre las decisiones de este grupo de personas se sustentan las economías anuales de tantísimas otras que viven de la irracionalidad económica de quienes gastan en ocio. ¿Por qué hay personas a las que les parece enfade que otras se vayan de días libres y no tanto que tengan que gastarse mucho más de la mitad de lo que ingresan para poder dormir bajo techo? Este pensamiento sí que me resulta irracional hasta el punto que si se estira acabará con la imaginada forma de vida feliz de todos y todas, propietarios y gastadores en ocio.
El casero de mi amiga seguro que también tiene en su cabeza este argumento. Verá, como todos, que los precios de su vida han subido y sus ingresos no tanto. Luego -pensará- por qué no subir el precio del alquiler si a la gente parece que le sobra el dinero para irse de vacaciones y, además, todos los pisos alrededor del mío ya lo están haciendo, no puedo ser el único imbécil. Si a esta mujer no le vale encontraré otra enseguida, total es lo que hay, no le queda más remedio, ya se las compondrá, pues tampoco hay más sitios y menos por lo que cobro (por algún motivo todos los caseros acaban pensando que todavía lo están poniendo barato y que podrían sacarle más).
Antes de la anterior gran burbuja miraba yo con estupor a amigos que hablaban constantemente de vivienda y se metían a comprar una para venderla y sacarle una buena cantidad al poco tiempo aprovechando que los precios subían por horas. Luego se metían en hipotecas inmensas que el banco permitía sin mirar atrás, y así el ciclo avanzaba hacia un infinito que acabó estallando. Nosotros por aquel entonces vivíamos de alquiler, pero la casa se quedó pequeña y estaba tan deteriorada que, ya con un bebé, nos hizo pensar en buscar otro sitio. Todos estos mismos amigos te decían que alquilar era tirar el dinero, era una conversación tan recurrente como aquella con nuestras familiar sobre “bueno y vosotros para cuando tendréis descendencia”. Joder -pensábamos-, si lo miramos fríamente estamos hablando de dos decisiones que no nos podemos permitir, si actuamos racionalmente como un buen homo economicus, ni hijos ni casa, se pongan como se pongan.
Nos tuvimos que ir muy lejos de nuestras familias, hasta encontrar un precio que, hipotecándonos de por vida, pensamos podría ser sostenible incluso si vinieran mal dadas (e intuyes entonces que en los años siempre acaban viniendo mal dadas, algo más mayor ya lo sabes con certeza). Y recuerdo al del banco, esos usureros, diciéndonos, pero os podéis meter en más, un precio más alto, una casa más grande, aprovechad para hacer realidad vuestros sueños que os lo podemos ofrecer. No caímos en la trampa, no porque seamos más listos, por puro miedo, y aun así el sofá nos lo tuvo que regalar mi abuela porque no nos llegaba el dinero; éramos tan felices con unas sillas y una mesita para cenar, a fin de cuentas estábamos juntos con nuestra preciosa hija (como argumentarían los buenos pobres, la felicidad no tiene precio). Los primeros años fueron un infierno de contar las horas para la nómina, no solo estaba la hipoteca, claro, también los 500 eurazos de guardería porque era la primera en llegar y la última en irse; los horarios de curro, los desplazamientos, haber comprado lejos es lo que tiene. La situación cambió por la sencilla razón de que empezó a bajar el Euribor (y nuestra hija pasó a la escuela pública), una decisión de unos señores que nunca tendrán los mismos problemas que nosotros pero que tomaron porque todo saltó por los aires y ya se veían, de seguir presionando, con estallidos en las calles amenazando -esta vez sí- su modo de vida. Desde luego nunca ganamos más, nunca nos subieron los sueldos, ni cambiando de trabajos, ese sueño del progreso individual con los años de esfuerzos, aprendizajes y aumento de responsabilidades laborales ya no existe y había por entonces dejado de hacerlo. Y eso que nos habíamos portado bien, estudiado carreras, cursos de todo, masters, idiomas, estando dispuestos a residir en cualquier sitio, trabajando de sol a sol. Sabemos que desde las anteriores crisis no hemos ganado poder adquisitivo, décadas llevamos también en esas, es parte del juego del capitalismo y te lo visten con la meritocracia o el rollo coaching para mejorar tu disposición ante la vida laboral, capacidad de adaptación, resiliencia y mierdas varias.
Hace poco nuestra gata enfermó. Nos sentimos muy identificados con una publicación en redes en este sentido que expresaba su vulnerabilidad el día que te ves expuesto a un gran desembolso no previsto (que me perdone su autor o autora pero no he sido capaz de recuperarla). Claro que tener una mascota es burgués, podríamos argumentar que la economía no debe estar tan mal cuando toda esa gente tiene mascotas y se va de vacaciones. Cuesta mucho más tener mascotas si hablamos de algún tratamiento u hospitalización, dejas entonces de criticar tanto a esas personas a las que no les supone un problema meter a los animales en una bolsa y al río. No está de moda e irá en contra de una buena parte de la sensibilidad social imperante, yo no sería capaz, pero si hablamos de comportamientos económicos racionales este puede ser otro. Gatos hay muchos -nos decía un señor cuando se lo contamos-, la mía acaba de tener dos y en cuanto los vea los mato, pero si queréis alguno… Qué barbaridad -piensas- este señor que desconoce y desconocerá cualquier ley de maltrato animal, prefería no esterilizar a su gata y matar a sus cachorros. No me lo imagino comprándose una camiseta de color chillón y saliendo a pasear por la playa en unos días de puente, ni yendo a clases de yoga con una esterilla debajo del brazo aunque un anuncio de su Comunidad se lo recomiende para cuidar su salud. Pero no puedo evitar hacerme la pregunta ¿Qué haría si fuera quien estuviera alquilando la casa a mi amiga? Chorradas, sin duda, de quien -encima- ni se puede quejar, preocupaciones de rico, occidental, colonialista…