Espero, señor Sánchez, que pueda entender el profundo malestar que quien le escribe tiene con usted y el Gobierno de todos los españoles y españolas, por las decisiones sobre el barco pesquero Nuestra Madre Loreto y las personas recatadas del mar.
Si no lo he entendido mal, 12 personas se tiran al mar antes de ser llevadas a Libia, son rescatadas por un pesquero español y este no obtiene permiso para desembarcar en ningún puerto de nuestras costas, pero de ningún otro país europeo tampoco, durante 9 días, poniendo en peligro a las personas rescatadas y a la tripulación del barco. Al final, Malta acepta que desembarquen aunque una vez reciban atención médica serán acogidas por España. Resulta, no me diga, dantesco y si no fuera por la gravedad, por los perjuicios y riesgos para el pesquero y las personas recogidas, podría resultar hasta cómico.
Sin embargo, un vistazo a la prensa indica que lo que aparentemente es un gesto para mostrar dureza ante la inmigración (justo antes de las elecciones andaluzas) o no fue bien entendido o considerado un error, de manera unánime, por todas las ideológicas. A un lado reafirmó en su razón, al otro, enfadó posiblemente desincentivando. Si la decisión fue humanamente mala, los resultados de la misma peores.
Hoy que ya somos un poco más europeos, con un partido de la ultra derecha elegido para estar en las instituciones, conviene volver a pensar sobre si el tema de la inmigración debe ser utilizado para rascar unos votos. Es, desde luego, una tentación, recurrir a un discurso fácil de dureza y lleno de prejuicios o a gestos de inhumanidad e ineficacia como el suyo al que nos referimos, pero parece claro que sólo les funciona a determinados partidos si es que quisiéramos mantener únicamente la mirada del voto. Es una encrucijada, una trampa, no cabe duda, y tal como llevamos años viendo, un tema sobre el que no se está sabiendo cómo trabajar.
En el corto plazo con el que se suele mirar desde la política, el patrón del pesquero que, al parecer, es militante del PP, ofrece una lección cuando dice que en su presencia nadie muere ahogado si lo puede evitar. Es de cajón señor Sánchez, ninguna persona con decencia, sobre las que deseamos se asienten nuestras sociedades, haría lo contrario.
El medio y el largo plazo son el problema. Hay muchos de nuestros conciudadanos que votan en contra de partidos o bloques como ahora gusta llamar, por el tema de la inmigración y partidos que no dejarán pasar esa oportunidad para su beneficio. Tal y como están hoy las cosas, lo tienen todo a su favor, tiran de patria para el “primero los de aquí”, utilizan el buenismo en contra de todo el que quiera aportar una perspectiva distinta y, al final, han conseguido la trampa discursiva perfecta por la que, se haga lo que se haga, siempre suman votos apelando a las pulsiones, el miedo y el racismo. ¿Son racistas quienes los votan? La mayoría no, pero compran los discursos basados en el racismo y -sabemos de sobra- estos suelen siempre encubrir intereses bien distintos entre quienes los elaboran y quienes los siguen.
A estas alturas parece ya evidente que los datos, los análisis de personas con estudios, no cambian el sentir de demasiados votantes, son buenistas al parecer, puesto que si tiramos de los mismos, en épocas cercanas pero anteriores hubiera tenido más sentido que la inmigración movilizara voto. La cuestión parece ser que ha habido dejadez y despreocupación por el discurso sobre este tema durante muchos años, no se ha querido ver o daba miedo tocar, el caldo de cultivo que se estaba generando en la calle, en los bares, en las familias cuando se juntan para cenar. Y como no había argumentos discursivos contrarios, los partidos sin escrúpulos sólo han tenido que esperar el momento que les parecía mejor para utilizar todo aquello.
Ya está hecho y ¿ahora qué?
Pues es verdad que en estos días nos hemos cansado de escuchar consejos sobre lo que hacer para frenar el temible ascenso de partidos que pretenden devolvernos al pensamiento de la Edad Media, pero la alternativa sería el reproche por años de mirar hacia otro lado mientras, por ejemplo, la gente iba usando cada vez más la expresión “panchitos” sin sentir rechazo por ello; eso lo hemos vivido, yo día tras día en mi propia familia y durante mucho tiempo, demasiado. No me extraña por tanto lo que ha ocurrido, quizás en ambientes más refinados, cultos y correctos, el uso del lenguaje racista no ha crecido tanto sin encontrar oposición, pero en eso que llaman “la calle” sí.
Vaya pues mi consejo. Lo primero es lograr un país, una sociedad -si es que determinados términos molestan-, que sienta orgullo de decir que no se deja morir a nadie en el mar. Esto es sencillo a poco que se favorezcan los buenos sentimientos y la razón en vez del odio entre nosotros. No conviene equivocarse demasiado pensando que el debate sobre inmigración sea sobre “los otros”, es en realidad sobre nosotros. ¡Que no es buenismo! es ese un término que denota odio y simplemente cae por el propio peso de la empatía con los que son como nosotros, no hacen falta cientos de campañas de sensibilización, sólo decirlo claramente, sin complejos, y todo el mundo lo entenderá porque ninguna persona -nuevamente decente- dirá: sí, tienes mi consentimiento para dejar que se mueran ahogados, es más, deja que voy yo.
Lo segundo es vencer el discurso de “primero los de aquí” porque es una trampa racista. Quienes más lo defienden suele coincidir son aquellos que no demuestran -cuando llega el momento de hacer algo- interés alguno por tener, por ejemplo, un país con menos paro o miseria, y nunca encontrarían el momento para decir “vale, ahora ya somos un país rico, una de las primeras potencias del mundo, podemos dedicar algo de atención a los que no son de aquí”. Nunca, porque parte de su edificio ideológico caería. El mismo se basa en reminiscencias imperialistas y autárquicas al mismo tiempo. Se añora ser un imperio, se dice que somos un gran país y critica a quien no lo defienda, a la vez que se indica que debemos permanecer cerrados en nosotros mismos sin recibir influencias externas, primero nosotros.
Bien, pues es necesario decir que una sociedad que se proyecta hacia el futuro como próspera e influyente no será aquella lastrada por discursos racistas. Los mismos indican más bien una tendencia hacia la decadencia desde el statu quo actual; la economía que tanto nos preocupa y el discurso público están unidos. Un sentimiento de orgullo por ser una sociedad acogedora, dinámica y dispuesta a cambiar con todas las influencias positivas de las personas que formen parte de la misma es, sin duda y entre otras cosas, más rentable económicamente que el sentimiento que se desprende -al menos a mí- de leer, por ejemplo: “Suprimir la institución del arraigo como forma de regular la inmigración ilegal. Revocación de las pasarelas rápidas para adquirir la nacionalidad española.” (en el programa de Vox).
No me diga usted, señor Sánchez, que pensar en un vecino o vecina suyos que quiere vivir con sus hijos pequeños o padres mayores, pero no lo puede hacer por una ley, le proporciona un sentimiento de orgullo, una sensación de prosperidad o de proyecto ilusionante. Y qué me dice sobre la satisfacción que proporciona que una persona quiera declararse español, con la que está cayendo sobre este tema, y tampoco pueda por no sé que pasarela rápida; a mí no me anima mucho a seguir produciendo todos los días y formar parte de un todo común con alegría. Ridículos como el del Nuestra Madre Loreto tampoco ayudan.