No puede estar más equivocado Jorge Galindo cuando afirma “La democracia va tanto de escoger ganadores como de definir quién va a salir perdiendo”. Su argumento central es que no existe dinero para todo lo que diferentes “grupos” piden y, por lo tanto, hay que elegir quien sale perdiendo, es decir, a quién se le da en detrimento de otro. Lo plantea como un juego de suma cero, donde las normas del sistema por el que se guía, establecen que la ganancia de unos es exactamente igual a la pérdida de otros. Si la democracia es realmente esto, no existe diferencia con cualquier otro sistema de gobierno y nos lleva a una tesitura complicada.
La intención del autor es buena, la reflexión final de Galindo es que hay grupos que vienen continuamente siendo los perdedores de las decisiones y su pregunta, entiendo que retórica, es si esto debe continuar así. Estos grupos olvidados son: “…los jóvenes, los inmigrantes, las mujeres con contratos precarios, los que se retiraron sin apenas cotización, los hogares en riesgo de pobreza y exclusión.” La respuesta es que no, no tiene que ser así, pero aplicando su lógica es precisamente lo que ocurre y ocurrirá.
La mejora forma -nos cuentan- de asegurar que dos niños se repartan de manera equilibrada un trozo de tarta es pedirle a uno que lo corte en dos mitades y al otro que elija trozo primero. Esta sencilla regla de juego introduce la interdependencia. Cabe pensar que una idea de lo que podría ser la democracia se parecería a esta; consiste en inventar y explotar reglas que aprovechen la dependencia mutua de todos con todos, para que nadie sobre. En un hipotético sistema con estas reglas, ya no dependes del buen rollo, ya no es necesario escoger ganadores y perdedores, por lógica evidente y no sólo interés propio, todos se quiere que sean ganadores.
Lo que no conviene es mezclar sistema capitalista de producción con democracia. Entiendo que es un anatema, por ejemplo para Cs, pero no son lo mismo pese a que han crecido juntos como gemelos. El error más frecuente es llevar la lógica competitiva del sistema económico capitalista al sistema político democrático. Cierta lógica económica presupone que el motor del mundo es el egoísmo y la codicia. Realistas se llaman, pero nos dejan más tranquilos al explicarnos que guiándonos por el interés propio beneficiamos también a nuestro vecino, entre otros mecanismos por el espíritu competitivo. No existen perdedores y ganadores, estos últimos, en todo caso, son simplemente los más aptos, dicen.
Como se aprecia y no sólo porque tienen dos nombres, la lógica económica y la democrática podrían ser cosas distintas, hablan desde planos distintos. Una, parte de una única concepción del humano y la otra habla del sistema y sus reglas. Se complementan y se necesitan, claro, pero aun suponiendo que hombres y mujeres son sólo lo que dice esa lógica económica, por encima están las reglas que ordenan o pueden hacerlo, tal como el reparto de tarta muestra. Cuando la democracia se guía por la lógica capitalista, se convierten en la misma cosa y deja de existir, poniéndose al servicio sólo de una muy concreta visión del mundo, la económica y sus fines. Y entonces damos por bueno que unos tienen que perder para que otros ganen, sabiendo que la democracia no tiene que limitarse a ello, puede ser mucho más y -encima- su propia existencia de eso depende.
Utilicemos el caso de las pensiones pues parece ser lo que mueve en el fondo las líneas de Galindo. Si subimos las pensiones y si hacemos lo otro y lo de más allá el dinero no llega. Pero si pensamos por un momento en el sistema de las pensiones, vemos que es de los últimos reductos de unas reglas que se saltan la lógica capitalista. Por algún extraño motivo, los que trabajan ponen dinero todos los meses para los que ya no, igual que a su vez estos hicieron y -si nos dejan- harán los que vienen. Resulta raro, normal que de miedo esta forma de proceder. Lo suyo sería que yo me buscara la vida ahora y cuando ya no trabaje, si es que eso llega a ocurrir. Sacrificarse ahora por otros cuando -además- no sé siquiera si llegaré vivo a jubilarme, y encima confiar en que los siguientes gobiernos y a los individuos que después les toque querrán pagarme, parece irracional.
Es obvio que esta locura de sistema tiene que terminar, es uno que genera solidaridad intergeneracional, aunque sea por obligación, mueve dinero que gestiona el estado y los destinatarios finales que a su vez influyen mucho en la economía, votan en función de sus intereses y encima tienen la desvergüenza de pararse a protestar. Entonces, los de la lógica económica, sacan el Excel y dicen que cada vez trabaja menos gente y se vive más años y por lo tanto el gasto en pensiones perjudica a todos los demás y hay que controlarlo (eliminarlo es su deseo). Tampoco conviene perder de vista que aquí hay muchos millones muy golositos para cualquiera a quien privadamente se los delegáramos para que hiciera lo que considerara, según su egoísmo aunque en nuestro beneficio.
Cojamos el argumento por el que se empieza toda discusión sobre pensiones utlimamante, a saber, que la gente vive más y algunas mejor porque están más sanas esos años. En el momento que convirtamos el anhelo de la humanidad en un problema, en el momento que vivir más y mejor deje de ser uno de los motivos de la misma, no sólo y también el sistema económico colapsará. Dicen que el dinero mueve el mundo, pero probemos a quitarle al mundo la esperanza de vivir y veremos que no es cierto. Deberían entenderlo, no hay nada más egoísta que querer vivir.
Total, Excel en mano, diferentes gobiernos e instituciones como la UE, nos dicen que el sistema de pensiones no es sostenible y se dedican a reformarlo para gastar menos en él. Saben que de golpe no lo pueden parar, pero matarlo poco a poco precarizando a los pensionistas y metiendo miedo a los futuros, sí; eso y no otra cosa explica que cada dos por tres en los últimos años, sea motivo de debate y recortes reformistas.
Soluciones al problema de Excel hay muchas. Lo sabemos porque para otras cuestiones, sobre todo las relacionadas con las finanzas, se encuentran, y a veces son hasta creativas, pero también porque es difícil creerse que tanto sabio dedicado a estos menesteres sólo puede concluir “no da”. Lo que no existe es voluntad democrática. La democracia bien usada tiene la capacidad de hacer aparecer cosas donde antes no las había. Se trata de eso, no sólo de la forma de elegir a los representantes, ni siquiera de la obediencia ciega a las leyes, porque la democracia también contempla la desobediencia si no hay acuerdo. Puede, si se quiere, cambiar la idea de ganadores y perdedores por la de el todo es mayor que la suma de sus partes. Puede, en fin, servir para crear y no para destruir.