Me cuenta un amigo, hostelero en la costa, que las empresas de distribución de cerveza han subido los precios para comenzar agosto. Su problema es que, en mitad de la temporada de verano, no le parece que pueda repercutir ninguna subida a sus clientes, no ve adecuado subir los precios a la mitad del partido, menos cuando ya al inicio de la misma tuvo que hacerlo. Dice, además, que los empleados de estas grandes empresas que se acercan a su establecimiento amenazan con que todas las distribuidoras, si no han subido ya los suyos lo harán en los próximos días; total que no merece la pena cambiar de marca, como si, en lo que intentan convencernos es un mercado de libre competencia, hubiera acuerdos no formales para saltarse la misma.
Al parecer no será el primer ni el último sector que viola el sagrado dogma noeliberal de la libre competencia atendiendo -claro está- a las malas lenguas. Los establecimientos que en nuestro caso te sirven una -icónica de nuestros tiempos de libertad- cerveza son, de esta forma, una especie de cliente cautivo con dos opciones, subir o comerse la subida de precios, puesto que lo de buscar otra marca ya está apañado. Estas empresas no van a desaprovechar la oportunidad, no van a reducir su margen y si pueden sacar más, pues eso.
Es posible que la inflación tenga a partes iguales un componente de cara dura y otro psicológico de telediario. Por supuesto una relativamente pequeña parte tiene que ver con la economía ya que, en definitiva, a todos y todas nos ha subido la gasolina y la luz que, por lo que sabemos y a su vez, son mercados que tienen una pequeña relación con la economía y otra muy grande con la cara dura. Por descontado, lo de la cara dura se nota en cuanto aparecen los balances de beneficios, entonces se ve con claridad quién la tiene como el cemento armado. Y se nota también en cuanto empresarios, políticos y medios empiezan a hablar de pactos para que no se produzca una subida salarial o de pensiones acorde al incremento del IPC. Dicha subida reduciría el margen de beneficios de no pocos aprovechados pues una parte de su aumento de precios saldría por la puerta de atrás del aumento de costes en salarios, y el juego dejaría de tener gracia. Tal y como estamos viendo, los grandes asaltadores de la economía de todos y todas se enfadan si se les dice que deben pagar más impuestos sobre sus beneficios, pero nunca dicen que si ellos ganan más lo que hacen inmediatamente es subir el sueldo a sus empleados y obligar a lo mismo a sus subcontratas, simplemente porque ni se les pasa por la cabeza, menuda memez es esa.
En estos días también he tenido tiempo para charlar sin prisas con unos amigos americanos del sur. Te explican con mucha claridad lo que representa la inflación. Es un continente que en varios países ha llevado la misma a los extremos, pero por si acaso alguien no recuerda la mucho más moderada que tuvimos durante unos años en España te dicen que –bueno-, se va conviviendo más mal que bien con ella, pero llega un momento, sin que te lo esperes, que la espiral se desmanda y ya simplemente deja de existir la economía. Al día siguiente los supermercados tienen 4 cosas y el precio te lo ponen en la caja según llegas, porque desde que lo coges de la estantería hasta que lo haces ha cambiado. Por supuesto eso no puede llegar a ocurrir en un país civilizado, es propio de repúblicas bananeras –piensan algunos y sobre todo parece que los grandes caraduras- a unas malas y si presionamos más de la cuenta ya estarán las instituciones estatales para inflarnos de pasta y suavizar las curvas. Puede ser, pero por si acaso, parece más razonable llamar al orden y obligar a entrar en razón a esos pocos a los que les parece un juego muy divertido.
Los neoliberales lo tienen todo muy bien armado porque si suben los precios es por la coyuntura, sea esta la que sea, y por los gobiernos que intervienen en la economía, nunca tiene que ver con quienes controlan las grandes empresas ni sus oligopolios que van decidiendo hacer más caja. Si el mercado fuera perfecto -te dicen- esto no ocurriría, las pequeñas decisiones de personas como mi amigo hostelero serían suficientes para que, agregadas, lo regularan todo a la perfección, y si no pueden hacerlo es porque los gobiernos son malos o los individuos toman decisiones antieconómicas. No pueden tener la cara más dura para justo a continuación pedir a los gobiernos que con el dinero de todos solucionen sus cosas porque, como los bancos, amenazan con que si a ellos les va mal le va mal al resto. Es la ley del embudo o la del lo mío pa mí y lo tuyo pa mí también.
En este riguroso análisis económico que acabamos de hacer, no nos podemos dejar atrás el efecto psicológico de telediario. Ya describió Klein (La doctrina del shock) mejor que nadie cómo, cuando los de la cara dura como el cemento armado estiman que quieren más, promueven una crisis y, una vez la mayoría ya está exhausta, no encuentran resistencia alguna para sus lucrativas tropelías. Y en esas estamos, deben considerar que de la crisis del virus no sacaron suficiente tajada, es más, consideran que se medio salio adelante sin que ellos fueran los inmensamente beneficiados y ahora tienen que recuperar el tiempo perdido. Para eso necesitan que todo el mundo tenga el ombligo metido pa dentro y así suban los precios sin que lo hagan los salarios y ganen mucho de nuevo, que el mundo no es justo de otra forma.
Lo explicaba con mucha claridad otra persona ilustre de la economía que he conocido este verano. Tiene una bodega y me decía: solo saben meter miedo a la gente para que no hagan los que les de la gana. El razonamiento es profundo. En realidad el mundo que imaginan los neoliberales ni a ellos mismos les interesa, la gente debe hacer lo que le parezca oportuno, tomar decisiones libremente, siempre que estas coincidan con lo que económicamente les parece adecuado.