Cada día encontramos más personas dispuestas a obligar a otras a vacunarse. Les parecería bien ya fuera una obligación directa, ya indirecta por medio de sanciones o prohibiciones. En algunos países cercanos, con menores porcentajes de vacunación, ya lo están haciendo. Aquí, es innegable la presión social que ejercemos, por un lado, con el argumento de que quienes no quieren son estúpidos o, por otro, insolidarios peligrosos para el colectivo.
Antes de llegar a la coerción, quizás deberíamos intentar comprender los motivos de estas personas, que serán muy variados, pero parece que se apoyan en el miedo y la desconfianza. Miedo a que la medicina sea peor para su salud que la misma enfermedad, desconfianza en el entramado farmacéuticas-gobiernos-expertos que ya antes han dado suficientes motivos para tenerla.
Sobre esto último, no se ha dicho lo suficiente que las farmacéuticas están haciendo un negocio impresionante, apoyadas por los gobiernos, impidiendo una vacunación mundial masiva en base a los derechos de propiedad, mientras los expertos y expertas locales callan. En no pocas ocasiones anteriores, el afán de lucro con la medicina ha provocado daños terribles en poblaciones, bien por acción u omisión; que no es la primera vez, vaya. Los gobiernos, en un mundo de noticias globales no son solo el tuyo, y ha habido muchos en estos dos años que han sembrado la duda sobre las vacunas, en realidad sobre todo lo relacionado con la enfermedad, lo que ayuda poco pese al éxito de vacunación en España. Pero los medios de comunicación, en este caso sí los nuestros, no olvidemos la cantidad de horas, dentro de la inmensidad de las mismas dedicadas a la pandemia, que han sembrado dudas sobre las vacunas; esto ha ocurrido, no conviene ahora borrar el recuerdo cercano, y ya no se trataría de sancionar -ni mucho menos- pero tal vez obtener alguna reflexión pública y compartida sería deseable para evitar que se siguiera haciendo hoy mismo, o en el futuro con cualquier otro tema, pese a que ahora, esos mismos medios, lamenten impenitentes los escasos individuos que quedan por convencer.
Miedo; es más que posible sea el mismo el que mueve a vacunarse que el que mueve a no hacerlo. Cada cual encuentra sus argumentos, pero uno de los que no quieren vacunarse es que, después de todos estos meses, todavía no está claro si es recomendable pinchar a los niños y niñas pequeños. No será razonable, no tendrá base científica, como tantos otros miedos, pero es comprensible que algunas personas se agarren a que las vacunas, que de forma general se ponen desde cortas edades, no sigan la misma lógica en este caso. Lo de las terceras dosis, la dosis perpetua, la dosis única que no es única y se debe completar con otra marca, pues hace sospechar; tampoco es tan difícil de entender, aunque tú te decidas por confiar, por lo que calculas es menos malo o por el miedo.
Da igual, digas lo que digas, intentes demostrar con datos o más datos (siempre confusos y desde el principio de la pandemia, esto tampoco se debe negar) tu argumento, parece que habrá personas que sigan teniendo miedo y desconfianza. Y no hablamos aquí de los extremos que también creen que la tierra es plana y a los cuales se intenta asimilar a todo el que no quiere vacunarse, pues no todas las personas que no lo desean son de las que intentamos insultar llamándolas negacionistas; no niegan la existencia del virus, se resisten, a su entender, a la manipulación del susto colectivo como argumento principal.
Pero, en vez de cuestionarnos nuestros propios miedos, argumentos dados, o los métodos utilizados, y el pasado reciente -por lo que sea- pasamos a insultar primero, denigrando al otro, y proponer obligar después. Ya tardábamos -semanas a penas de respiro- en señalar a alguien. Ahora toca a los no vacunados, y es previsible que, si los casos aumentan, se vaya a más. No olvidemos que antes hemos señalado a todo quisqui, los jóvenes, los de las segundas residencias, los que fingían sacar al perro, los que hacían deporte, los que tomaban algo en las terrazas, por su puesto a los que fuman; hemos vivido lo más grande en control social.
Un pequeño matiz, no obstante, es eso que durante muchos meses se llamó inmunidad de rebaño, construcción ideológico-científica como pocas. Los umbrales deseados de la misma, ya fuera por estar vacunados o por pasar la enfermedad, fueron subiendo a medida que pasaban las semanas y la expectativa de volver a la normalidad (a la que ya nadie quería volver pero nos hemos visto obligados). No obstante y pese a todo, creo que en nuestro país están superados todos los limites deseados y declarados, hoy estamos en “El 89% de población vacunable con pauta completa”. De alguna forma, nos dijeron que esto significa que la pandemia permanecerá ya muy controlada, se infectarán sobre todo las personas no vacunadas y el resto que lo haga tendrá muchas posibilidades de pasar la enfermedad sin complicaciones severas. Es entonces posible acusar a los no vacunados de oportunistas y aprovechados de lo que hace el resto del rebaño o bien, como ya asoma la patita, solicitar que si se infectan corran con los gastos médicos que generen. Es posible argumentar cualquier cosa, pero no parece razonable llegar a emprender una caza de brujas.
Si bien y si por lo que sea aumentan mucho los casos, podemos casi dar por cierto que los no vacunados lo tendrán crudo. No nos haremos preguntas, ni exigiremos un análisis compartido y honesto de todo lo que nos ha ocurrido, puesto que si no lo hemos hecho ya, cometer cualquier injusticia con esta minoría de personas nos dará igual, serán la encarnación del mismísimo diablo, objeto, ya no solo de burlas, sino de todo tipo de abusos.