En estos días previos a las elecciones ha reaparecido una idea, entre tantas otras, por la que se repite que los barrios pobres votan menos que los ricos. Dicho de otra forma, en los barrios pobres hay más abstención. Nos cabe poca duda que está ligada a lo ajustado de las últimas elecciones, a la quiebra del bipartidismo, al propio sistema electoral, y con todo ello a una máxima de la izquierda por la que se dice que la abstención perjudica en mayor grado a los partidos de tal lado. Lo cual bien podría ser, aunque si nos ponemos estrictos, la abstención perjudica a quienes esos votos no son otorgados y puesto que nunca lo fueron, no es posible saber a quien hubieran ido.
Si bien la idea es fácilmente comprensible, los pobres votan menos, en realidad el planteamiento es algo difuso ¿por qué nos comportamos así? El desencanto -nos dicen-. La frustración, el enfado, resulta que moviliza votos y el desencanto, en cambio, lo contrario. Éste último es como si ya te hubieras pasado de vueltas, al principio te enfadabas, pasado el tiempo y viendo que ni con esas consigues algo, pues te desencantas. Si es que -¿ves?- los pobres son unos flojos y se merecen lo que tienen, parece que acaba siendo el mensaje de fondo. Cualquier cosa para movilizar el voto si crees que cada uno movilizado te irá a parar a ti.
Lo cierto es que esta especie de chantaje al individuo, ese vota por encima de todas las cosas a quien quieras (pero a la izquierda) o atente luego a las consecuencias, esconde, y lo saben, un sistema de votación por el que una media del ¿20%? del voto no obtiene representación, pero, paradójicamente, por el que cada voto sí es importante, sobre todo a la hora de repartir los últimos escaños de cada circunscripción. Alguien podría pensar que el pobre no entiende el funcionamiento del sistema D’Hondt y que no entra en sus consideraciones para abstenerse, pero -de ser cierto y es algo prejuicioso- parece que lo intuye muy bien como parte de su desencanto.
Creo que la doble estrategia vota por encima de todas las cosas (si es a la izquierda) y los pobres votan menos, luego vota si no quieres ser pobre, es algo equivocada. Me explico. El desencantado ya ha decidido de antemano no votar, pero esta decisión podría cambiar si estuviera convencido por alguna de las opciones. Es decir, el desencantado no existe salvo en unas encuestas y como tipo ideal construido para poder hablar de ello en un momento fijo concreto, no es una persona determinada aunque cada persona y sólo ella sabe si irá o no a votar. La única diferencia con respecto a la persona que sabe que irá a votar pero no tiene claro a quien, es cómo se relacionan la decisión de ir con la de a quién votar. Visto de otra forma, no existen dos conjuntos, el de los abstencionistas y el de los indecisos, hay muchas personas que están en ambos a la vez con distinta intensidad. A estos, además, le añadimos el conjunto de los pobres o de quienes viven en barrios pobres. Imaginemos, por imaginar, que a casi nadie le gusta ser situado en este último conjunto ni aunque sea parcialmente y tenga bases objetivas.
Los seres humanos somos tan complejos como contradictorios, muy interesantes, ahora pensemos en las posibilidades que tiene todo este juego de conjuntos de volverse contra quien te dice sin dejarte alternativas que eres pobre y debes ir a votar pero justa y precisamente a quien te dice ambas cosas a la vez. La respuesta, en breve.