Siendo el día 3 de mayo el Día Mundial de la Libertad de Prensa, es normal que se publicaran artículos de opinión y noticias que sirvieran para defender a una noble profesión, la del periodismo, de los ataques que sufre. Tengo, no obstante, la sensación, de que la preocupación de no pocas opiniones derivaba a las fake news, la posverdad o las redes y no tanto a las presiones que los periodistas pueden sufrir para realizar su labor. Una de estas presiones que seguro no me pareció ver, es la de los medios en los que trabajan no pocos de ellos y ellas.
Pocas semanas después, encontramos que un programa de debate político en las mañanas es cancelado cuando ya antes su presentador había sido sustituido y -todo indica- en parte es por presiones desde el sistema político, pues, al menos las altas cuotas de pantalla no lo justificaban. https://www.elespanol.com/bluper/noticias/mediaset-cancela-mananas-cuatro
A día de hoy, el debate sigue abierto por la sustitución de la cúpula de RTVE y curiosamente, quienes antes se sentían cómodos con un sesgo informativo claro, ahora avisan de que no permitirán que se instale un medio público partidista. Dicho debate parece que está ya desde hace un tiempo entre nosotros, se repite cíclicamente y que se quedará por mucho más. De ayer también es que unos periodistas que destapan un escándalo son llamados ante un juez por revelación de secretos https://www.republica.com/2018/06/21/ignacio-escolar-y-raquel-ejerique-imputados-por-revelacion-de-secretos-en-el-caso-cifuentes/. No es, desde luego, el primer ni será el último caso, en que el denunciante de ilegalidades se ve perseguido y para cuando se demuestran sus afirmaciones el daño ya es irreversible.
En clase de mi hija se planteó una situación muy interesante al respecto. Un alumno con muy buenas notas que sin duda alguna envidia suscita, fue acusado de copiar en un examen. La profesora no quiso escuchar a más posibles testigos y despachó el asunto enfadada con los denunciantes por el mal que causaban. El niño avisó a su madre que habló con la directora que se enfadó todavía más. Pero la cosa no paró, la tensión subió y el niño acusó de otras cosas a otros alumnos en venganza. La reacción ante lo que podía pasar del profesorado, fue hablar con todos y decirles que no se acusaba a otro de copiar, que eso no lo debían hacer ya en el instituto y que, en todo caso, copiar iba en contra de quien lo hace y su educación. Y para relajar tensiones se pidieron todos perdón mutuamente. Me alegro de los resultados de la solución, pero, sin tener claro qué otra cosa se podría haber hecho, el mensaje de fondo es complicado de digerir; no seas un chivato.
Seguimos sin tener clara la verdad de lo ocurrido y quién tiene razón, es cuestión de cada cual tomar sus experiencias y según quién te lo cuente si deseas posicionarse; nadie sabe lo que pasó, a estas alturas quizás ya sólo y como desde el principio, el niño y quien denunció, los demás sólo podemos tomar partido. Quizás ni eso, pues es conocida nuestra capacidad de contarnos la historia y acabar creyendo en ella. Y esto es parecido a lo que pasa cuando hablamos de posverdad.
Una parte de la posverdad se liga al posmodernismo y la crisis en el pensamiento del siglo pasado que todavía hoy vivimos. De tanto pensar acabamos dándonos cuenta que es imposible hacerlo sino desde uno mismo, es decir, el pensamiento es pensado por alguien en un bucle infinito, de lo que -se deduce- la objetividad y por lo tanto la verdad, son imposibles. Este relativismo científico ha llevado a muchas mentes brillantes a retraerse de la esfera pública en favor de periodistas y políticos pues no estaban seguros de nada. Pero peor aun, nos ha servido para pasar al relativismo moral por el que parecería que todo vale. Sin embargo es una conclusión inadecuada. En nuestro pequeño ejemplo, sin saber quién miente o dice la verdad y por lo tanto no pudiendo encontrar culpables (ni queriendo), podemos entender todo lo ocurrido en ese micromundo tan particular que es la escuela pero que no está aislado del resto. Un sistema competitivo, una presión por los resultados en forma de nota, en la escuela y en las familias, que es reflejo del mundo laboral, reflejo también de muchos valores transmitidos en diferentes medios, personalidades forjadas bajo esas lógicas… pueden generar más unos comportamientos que otros. No es un juicio moral, menos teniendo presente que todos incorporamos hoy esquemas similares y no se puede predecir tampoco cuándo ocurrirá de nuevo, ni si lo hace, ni si lo hace en una forma distinta con el mismo fondo, pero podemos entenderlo sin encontrar culpables.
La otra parte de la posverdad no es mas que la clásica demagogia -apelar a nuestras emociones que no razón para pasar un mensaje-. Es una estrategia consciente que se decide o no emplear y hoy tiene el rango de industria con sus gabinetes de comunicación y demás. Y tiene -como no- su ciencia -para colmo- que ha descubierto que los mensajes llegan en menor porcentaje por las palabras y los argumentos que por las referencias emocionales a miedos o estados preconcebidos previos. Cosa que, siendo cierta, es posible discutirla pues es cierta en un contexto dado, hoy, pero se podría cambiar.
En su vertiente de pensamiento científico, la posverdad está llevando a nuevos logros, ahora se empieza a pensar en términos de relaciones, sistemas, complejidad y emergencia sin abandonar el estudio de la unidad mínima aislada que tantos éxitos ha traído. La demagogia, sin embargo, es la misma que hace siglos, se ha sofisticado acorde a los tiempos y se ha extendido por todos lados, desde la política donde ya estaba, hasta la comunicación de las empresas con sus clientes y también empleados y empleadas. En un mundo social crecientemente complejo, la demagogia se empeña en la simplificación y la creación del mensaje, más que en el intento de comprensión del fenómeno y sus relaciones. La demagogia nos lo resume todo en “no te chives”. Pero sigue siendo una estrategia consciente, esto es lo importante, no tiene nada que ver con la otra parte de la posverdad descrita, que sólo es consciente de que debe seguir interrogándose no sólo sobre el fenómeno estudiado con todas sus relaciones, sino sobre quien habla del mismo y el papel que juega como observador.
Lo que sabemos del periodismo es que desde finales del siglo pasado el poder político puso en marcha mecanismos para controlar el mismo con fuerza, bien mediante el poder económico, bien utilizado la justicia. Y que en no pocas ocasiones ha sido el poder económico el que ha empezado esa búsqueda de control del poder político por medio de la prensa. En sociedades que se complejizan todo ocurre en más de una dirección, las interdependencias son mayores. Y precisamente por ello, las posibilidades de acción son también mayores, la cantidad de posibilidades se amplían. Lo cual no quiere decir que estemos a salvo y que el periodismo siempre encontrará un camino para resistir, una innovación, sería caer en el error de pensar que la historia sigue una linea de creciente mejora hasta el infinito o tal vez la otra idea errónea por la cual la historia solo se repite. En esta ocasión el periodismo y con el los demás, se ha salvado porque en paralelo se generalizó el uso de la red, algo que curiosamente y al principio veía como una amenaza.
El gran error del periodismo puede ser seguir intentando convencer y convencerse de que es el cuarto poder. El poder tiene tendencia a ser uno. Es algo incómodo, no cabe duda, pero es necesario ganar consciencia de que sólo existe periodismo confrontando al poder y los medios de comunicación deben comprenderlo.