Se ha montado una buena con el tema del relator para afrontar las conversaciones entre el Gobierno en Catalunya y el Gobierno en España, y seguramente solo en eso estaré de acuerdo con la mayoría, porque sí defiendo tal figura.
Me parece que se han dado dos grandes tipos de argumentos en contra. El primero que reconocer dicha figura es reconocer al otro, en este caso Catalunya, como igual a España y eso abriría la puerta a seguir internacionalizando el conflicto, lo cual es la malvada intención de fondo de una parte de los pérfidos nacionalistas. El segundo que, sabiendo que tanta gente estaría en contra por lo primero, es un gran error político que da alas a los que -precisamente- están en contra, y que para hablar no hace falta figura alguna, incluso, para no pocos, hablar ya parece hasta buenista, pues no hay nada de lo que hablar.
Ambos argumentos me parecen ridículos. Pero antes, pensemos un poco más sobre la figura en cuestión y la propia política.
Hay un grupo de políticos y políticas que dicen que la labor de la política es resolver los problemas de los ciudadanos. Con que no crearan nuevos sería suficiente y este caso de los nacionalismos es un claro ejemplo. Pero aún así, su papel en realidad es crear oportunidades, los ciudadanos no somos niños pequeños que necesitemos que nos resuelvan los problemas, necesitamos -en cambio- que nos quiten trabas para afrontarlos con libertad. Luego está el otro grupo de políticos que ya asumen directamente que su papel es defender a los suyos, a los de su clase o grupo y que para ello -es una pesadez pero necesario- se tiene que favorecer algo a las demás clases y grupos no sea que se ofusquen y nos la líen retirándonos del poder.
Mirado así, es evidente que ninguno de los dos tipos de políticos cree en la figura del relator o en la de la mediación, son auto suficientes para cumplir lo que creen que es su misión. Entonces solo hablan de negociación. La negociación se basa en la fuerza, en el poder, y a partir de entonces, con más o menos argucias, se intenta disimular lo máximo que se espera obtener y dejar clara la amenaza de no hacerlo para conseguir todo lo posible. La mediación, en cambio, parte de una postura algo distinta -buenismo nos dirán-, las partes son iguales, no debe importar el poder. En este punto, conviene no olvidar que la igualdad es uno de los principios básicos de la democracia por lo que la mediación debería ser un instrumento cotidiano.
La figura del relator, el observador o lo que sea, porque nunca quedaron claras las funciones, es muy interesante y conocida desde una parte de la ciencia social, aquella que no sólo cree en las encuestas como forma de abordar las cuestiones sociales. El principio es, aparentemente, muy sencillo, cada parte está enganchada a su propia visión del mundo hasta tal punto que ni siquiera es posible definir el problema como para empezar a afrontarlo. En los procesos sociales que pretenden un cambio, es bueno tener observadores que recogen su propia visión mientras se fijan en otras cosas de lo que ocurre en cualquier encuentro. Esta visión adicional sirve para construir el problema, verlo de diferentes maneras y devolvérselo a los actores para que lo incorporen en sus propias reflexiones. No es ni más ni menos acertado que lo que las partes creen saber, es sólo una parte más, como nos muestra la parábola de los ciegos y elefante. https://es.wikipedia.org/wiki/Los_ciegos_y_el_elefante
Volviendo a las dos posturas contrarias al relator. Una no tiene intención de reconocer o definir el problema. Siendo así, además, añade que no hay nada que negociar, cuestión que deriva de ni tener el problema definido y pensar, en consecuencia, que se tiene todo el poder. Los segundos, los que creen que no hace falta figura alguna para hablar, no se entiende entonces a qué esperan y por qué están tan condicionados por los primeros. Quizás porque entiendan la política como resolver problemas o defender los intereses de los suyos y no tanto como una acción-investigación para definir, proponer y evaluar con los ciudadanos la visión del mundo al que se aspira en conjunto e igualdad.
En consecuencia, así seguiremos, con demostraciones de fuerza por todos lados para, algún día, tal vez, sentarse a negociar, bien cuando se estime que se tiene todo el poder, bien cuando se considere suficiente para obtener lo deseado. Yo hubiera preferido que se le diera una oportunidad al relator o la relatora, pero bueno, a fin de cuentas no soy más que otro humilde súbdito.