Madrugo sin siempre quererlo y en ocasiones me distraigo escribiendo. Algunas veces acabo logrando algo que tiene pinta de ser un bloque y lo subo por aquí. Con el tiempo releo y nunca me gustan, viéndome tentado a borrarlos. En una de esas revisiones, vi que entre los meses de mayo y agosto no colgué nada, cuando recordaba una obsesión por entender lo relativo a la pandemia, y tenía algo más de tiempo puesto que dormía peor. Pero, efectivamente, conservo muchas páginas que nunca logré sacar adelante porque no llegaban a tener sentido o expresaban ideas que convenía auto censurar por ir en contra de las lógicas machaconas que se nos imponían por las fechas, incomunicados como estábamos y vinculados sólo a una especie de NODO mediático.
Ahora veo que convendría haber dicho todo aquello y mucho más dado que volvemos a una situación peor que la de entonces -mucho, mucho, peor- puesto que hemos insistido en los errores, y ya no vale decir que es la primera vez que nos enfrentamos a una situación inusitada en el mundo mundial. Lo digo -pueda parecer- como si a alguien le importara lo que yo piense o escriba, que ya sé que no, pero es la sensación, la de habernos callado y acomodado dando un voto de confianza, que creo comparto con muchas personas.
La diferencia es que en esta segunda oportunidad desperdiciada, ya parece que empiezan a darse cuenta una mayoría de opinólogos, cuyas ideas sí son escuchadas, y que ven con claridad los errores, las contradicciones y entienden que estos son parte de la pandemia además del bicho. Entonces no, entonces apareció la dañina idea del negacionismo para facilitar que las voces discordantes sintieran que era el momento de no expresarse, esa especie de conformismo al que me refiero. Se utilizó no sólo para aquellas que negaran que el virus existe, también para las que señalaban que el sistema ha llegado a su fin, con esta política y estos políticos y políticas sólo puede ocurrir lo que ocurre. La idea se bañaba, y todavía continua, por la ciencia y los expertos (y expertas) bajo la intención de compensar cualquier posible desviación.
Hoy, si escuchamos el ruido de fondo, aparece la idea de la antipolítica como preocupación. Lo hace como una comprensión -primero- hacia los sentimientos de los ciudadanos, dado lo visto y vivido, para luego decir que no todos son iguales y que esa postura sólo acaba beneficiando al fascismo. Ya antes, en este país, se ha recurrido a esta estrategia y visto que luego, en realidad, los ciudadanos estamos culturalmente adheridos a un desprecio por la clase política aunque acudimos masivamente a las urnas. Es como eso que llaman postureo, vamos a un bar y para no discutir demasiado llegamos a que todos son iguales, es el acuerdo básico, y luego pa casa tan contentos a votar cada uno al suyo, paulatinamente a la utra derecha. Pero algo ha cambiado, por empezar, los bares.
Algunas muestras de la preocupación en la prensa sobre este nuevo debate:
https://www.lavanguardia.com/politica/20201003/483805170699/no-todos-son-iguales.html
Tras tres meses encerrados y durante los mismos, la élite fraguaba una serie de recriminaciones a distintos grupos de ciudadanos, culpándonos de la expansión del virus sin mirarse a sí mismos, y apoyándose en la superchería científica y numérica. Es necesario insistir en esto, tres meses, porque como lo hemos vivido podemos tender a minimizarlo. Aunque estemos en una llamada segunda ola, vas encontrándote con gente del pasado reciente y ya casi nadie esconde las horribles secuelas que esos días le han dejado, más los que han superado la enfermedad, por supuesto quienes han perdido seres queridos, pero a todos y todas de manera general. Te lo cuentan, se lo cuentas, recurres a imágenes que te quedan, aunque no hace mucha falta, en general entendemos fácil el sufrimiento del otro por haber sido el nuestro. Y es ésta otra diferencia importante con respecto a momentos pasados, ahora no se necesita un alto grado de empatía o sensibilidad social, las situaciones que generan descontento y dolor ya no tienes que intentar imaginártelas, todos y todas las hemos experimentado.
Aparece junto a la antipolítica, también el argumento de que somos generaciones muy blanditas que hemos vivido demasiado bien porque esto, comparado con una guerra, no es nada, como si fueran calando las peores expectativas. No parece que esta nueva -de momento- idea que empieza a recorrer la sociedad sea baladí, ni surja de la nada; veremos su evolución, pero de nuevo lo bélico vuelve a los discursos, también de las élites, tras unas semanas de descanso. Es la patada para adelante.
Parece que, como a lo largo de todo el periodo pandémico, se siguen buscando relatos -los llaman-. Hoy al menos, con el incalificable episodio que estamos viviendo en Madrid, ya ha disminuido el ritmo de culpabilización ciudadana; no les queda cara dura ante la bochornosa evidencia de la influencia negativa de la clase política en la pandemia, ya no se puede esconder más, luego toca ir moviendo ideas frescas para mantener el control.
Si alguien te culpabiliza y estigmatiza, después además del dolor, es reacción normal buscar hacer tu lo mismo incluso si la obsesión por descalificar a la clase política puede ser una lucha de culpas (algo muy judeo-cristiano occidental) que no lleve a solucionar nada. Y eso sería asumiendo que quienes manejan los micrófonos y los BOES tienen igual poder que los ciudadanos, lo que cabe dudar también en la expansión de la epidemia. Podría ser, pero la idea que creo va apareciendo es que otra clase política es posible, si bien que en otro sistema. No se trata de antipolítica, se trata de señalar, una vez más, que por la actual nunca habrá otras posibilidades que las que sufrimos y que irán a peor. El matiz puede ser ya no tanto que los políticos son nefastos cuanto el reconocimiento de que, ni los mejores, podrían lograr algo en el sistema que los envuelve. Puede ser que esta idea esté calando y los preocupados por la creciente antipolítica sí que tengan motivos para estarlo. Lo que no pueden negar es que disparar contra los ciudadanos que casi acríticamente se han comido lo indecible y es evidente que seguirán haciéndolo, ha podido ser una gota de esas que colman el vaso para muchas personas, un punto de no retorno. Se irá viendo.
Si la situación es tan excepcional y pone al sistema tan al límite como ellos y ellas nos dicen, cabe pensar que estamos ante un posible cambio del mismo. Claro que esto asusta, nos remiten a un cambio de régimen reciente, el fascismo, y luego se olvidan de otro a mejor que vino justo después y es una experiencia -insisten- de éxito más cercana. Hay, no obstante, otra diferencia importante, y es que el fascismo ya está impulsado a un ritmo estable (en todo el mundo), seguramente incluso mayor número de ciudadanos lo acaben votando cuando llegue el momento. Y, como ya hemos mencionado, del resto de la clase política no podemos esperar que inicien un cambio de sistema desde dentro del mismo. Luego el camino parece trazado, aquí no hay caos en el que todo puede ocurrir, es un proceso ordenando hacia consecuencias nefastas, simplemente en un plazo más amplio que no nos permite hacer relaciones de causalidad sencillas y cercanas unas de otras. Lo terrible no es que sigamos perdiendo derechos, es que confirmemos que pese a ello y el sacrificio (en vidas también) que supone, no habrá compensación después, no habrá un sistema mejor, lo que inclina a muchas personas a pensar que, total, ya que los perdemos y no los recuperaremos, mejor mano dura para mantener unos mínimos.
Otra posibilidad es que estén evaluando que la situación no es ni será tan excepcional como para poner en jaque al sistema. Ya pasamos la anterior crisis sin más que un montón de familias sacrificadas por generaciones mientras robaban y enriquecían unos cuantos sin despeinarse (12 años antes de la actual que se dice pronto, sin contar con los que duró lo mismo hasta llegar a dicha situación en la que sólo se visibilizó lo que venía ocurriendo, pero que tampoco dejó de ocurrir). Ello supondría, no obstante, que se está haciendo uso de una estrategia alarmista con el virus a modo control social y claro, esto es más cercano a técnicas fascistas que democráticas aunque por estas últimas no estemos esperando que el pueblo participe, más bien que obedezca acríticamente.
Evidentemente hay que ser positivo, alguna opción habrá que no nos lleve de vuelta al fascismo por cualquiera de los caminos, aunque yo no quiera verla. Seguro que todo sale bien. No obstante y por si acaso, tal vez sería posible reforzar la idea de lo público y sus instituciones, la sanidad para empezar. Parece muy sencillo el mensaje, en vez de altos personajes de la élite hablando tanto de las mascarillas, decir, la prioridad es la sanidad, punto, se acabó la rueda de prensa. No es más simplista que todo lo que durante horas se han empeñado en trasladar.
Tener dudas sobre esta clase política no implica dejar de creer que la solución pasa por una política adecuada. Incluso se podría pensar en ampliar la democracia, empezando por la forma de intercambiar opiniones que no insultos, aunque de esto casi ya podemos desistir tras décadas. Luego se podría dejar participar a la ciudadanía en las instituciones y sobre las decisiones de tal gravedad que se toman, de alguna forma adicional que no sea una muestra demoscópica en un plató, sino algo más tangible, no mediado por guionistas y redactores. En realidad es la única forma. Otra opción sería un cambio desde abajo, cosa que pese a la antipolítica no parece hoy a la vista.
Imprimir mayor democracia podría empezar por una disculpa, luego por pensar de forma más democrática. Nos han insultado y mentido desde todos los púlpitos. Insultos leves, culpándonos como ya se ha mencionado, a veces graves. Mentido, en ocasiones, conscientemente, otras por error o incompetencias, muchas han sido mentiras piadosas pensando que sería mejor así, de cuando en cuando para manipular y controlar, no pocas nos han usado en sus peleas. Una disculpa a tiempo a lo mejor…