¿Corre peligro la democracia? Si escuchamos a nuestros políticos y políticas, sí. Constantemente dicen al otro que la está poniendo en peligro. Incluso la extrema derecha autoritaria se queja de que el gobierno hace cosas antidemocráticas, como si les quitara la iniciativa de lo que ya les gustaría a ellos y ellas.
Hay trabajos, como por ejemplo Cómo mueren las democracias y La tiranía de la minoría, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt que señalan muchas deficiencias de los sistemas democráticos, hasta el punto que no parecen sorprendidos por el asalto al Capitolio. Pero muchos otros pensadores y pensadoras se preocupan por esta cuestión, dando a entender que asumen –cuanto menos- una paulatina pérdida de calidad de las democracias, por si no lo hubiéramos notado.
Quizás fuera interesante preguntar cuántas personas de esas que llaman del pueblo o ciudadanos normales y corrientes, no de las que saben o manejan el cotarro, estarían dispuestas, llegado el caso, a partirse la cara por la democracia. Aunque tal vez no haga falta, algunas encuestas se ocupan del tema y, de nuevo, tal vez quepa preocuparse porque -7 de cada 10 españoles apoyan el sistema democrático, a pesar de que la mayoría admite que no funciona bien y que se está deteriorando. Un 25% de los hombres de entre 18 y 42 años admite abiertamente que en “algunas circunstancias” el autoritarismo puede ser mejor sistema-.
El caso es que, de momento, no parece que exista un movimiento social que no solo se oponga al deterioro, sino que reivindique más democracia. Es como si no nos lo creyéramos, nos diera igual o pensáramos que no podemos hacer nada.
Para llegar a tal situación, uno de los errores principales que creo han cometido las democracias es dar a entender o hacer sentir que son, primero, algo acabado y, segundo, lo mejor a lo que podemos optar. Si no hay recorrido, margen de mejora, objetivos, parece que solo queda dar las gracias por lo que se tiene o aceptar lo que hay por el miedo a que cualquier otro sistema o cambio dentro del mismo fuera mucho peor. El miedo es una poderosa herramienta de control social, pero su contrario, las expectativas, también, solo que estas se manejan peor desde el poder. Y puede ser que mucha gente esté dejando de tener miedo o no albergue expectativas.
Luego, las democracias no han terminado de descender a la vida cotidiana, se quedan en el sistema para partir y repartir el poder entre los de siempre. Si preguntáramos cuántas personas autoritarias conocemos no costaría hacer la lista. No ocurriría lo mismo si lo hiciéramos con las personas democráticas. Nos faltan tipos mentales, conceptos para identificar una forma de ser democrática.
Encontré, por último, las siguientes palabras, que, si bien podemos pensar se refieren solo al mundo laboral, también es que es allí donde pasamos la mayor parte de nuestras vidas. Me parecen una aceptable muestra del desencanto que puede llevar a la pasividad con la idea de democracia.
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Bernat Muniesa, profesor de Pensamiento Político en la Facultad de Historia de la Universidad de Barcelona, dedicaba a sus alumnos un par de frases que apenas han perdido vigencia en los últimos 30 años: “Hablen ustedes con libertad, vamos a fingir que vivimos en una sociedad democrática. Luego saldrán ustedes al mercado laboral y comprobarán hasta qué punto es esa una pretensión ingenua”.
En definitiva, la cosa pinta chungo. Necesitamos más democracia. Quitarle el poder de definir lo que es la democracia a los poderosos e ilustrados. Meter presión. Conseguir que no solo votar y hablar de derechos que no se palpan en lo cotidiano, sea una aspiración democrática. Y claro que muchos se enfadarán y sentirán amenazados, esos de siempre, los que creen (no sin razón) que todo y todas somos de su posesión. Pero es que lo están consiguiendo igual, manteniendo las formas, eso sí. Supongo que mejor intentarlo.