Entre nuestra publicidad están desde hace no tanto empresas que pagan al arrendatario todos los meses, te ayudan con los ocupas e incluso financian unas reformas. El capitalismo a menudo encuentra soluciones creando nuevos mercados, y lo llaman innovación. No importa si esa solución hace que suba el precio del alquiler para que los prestadores de servicios cobren su cuota, menos si esos precios siguen en aumento a lo loco, lo que permite a todo el mundo pillar siempre más.
Innovador sería que los ocupas se unieran para recibir una parte del beneficio por el miedo que generan. Siendo un problema casi inesistente para la sociedad propietaria, no hay ya anuncio de aseguradora o de empresa de alarmas que no lo trate; sería justo que recibieran algo.
Es un mercado tan inmenso el de la vivienda, que resulta ingenuo pensar que unas manifestaciones y una acampada lograrán cambiar algo. Si haces una simple consulta, las previsiones es que seguirá mejorando los próximos años sin riesgo aparente de burbuja. Los inversores extranjeros siguen entrando, el precio del metro cuadrado sigue subiendo, el número de operaciones también. Todo perfecto. Los bancos recibiendo lo suyo, igual que las administraciones.
El único síntoma de alarma puede estar en esa ministra que animó a los arrendadores a contener el precio del alquiler por -no sé- solidaridad con sus conciudadanos. Cuando desde un gobierno se apela a la ciudadanía por lo menos te puedes quedar con la mosca detrás de la oreja. En este mismo tema, no hace tanto, se nos dijo que el problema de la vivienda era que sufríamos una cultura de propietarios y no podía ser que quisiéramos tener una casa y una casa en la playa en propiedad, que debíamos ser más europeos y tirar por el alquiler. Otro timo grandioso, por recordar sonadas manipulaciones entre estado y empresa, fue el del diésel, al que se animó porque era más ecológico y menos contaminante. El truco duró décadas de ingresos millonarios.
Hay pocas cosas más efectivas para no hacer nada que nombrar con total honestidad el problema. La vivienda no puede ser un bien de mercado, el propio presidente del gobierno lo deslizó no queriendo una sociedad de ricos propietarios e inquilinos pobres.
La dificultad está en creerselo -primero- de verdad, y sobre todo entender hasta qué punto se puede seguir presionando. Los economistas siguen debatiendo sobre la desigualdad. ¿Cuánto de desigual puede ser una sociedad rica hasta que deje de serlo? En todo caso, en España hasta mejoramos levemente si por el Gini lo juzgamos. Tampoco por este lado aparece motivo de preocupación ¿Entonces? No lo sé, queda apelar al olfato, a tener amigos y familiares que te cuentan que, llevando vidas como se espera sean las normales, con su currito y sus deseos, la situación es insostenible, y no solo en lo que respecta a la vivienda.
A medida que vas viviendo no te queda otra que ver cosas. Algunos ya vivimos los previos al gran pinchazo de la burbuja, y no pocas conversaciones te lo recuerdan. El simple sentido común, algo muy poco científico, te dice que se está llegando a un punto en el que no es sostenible. Pero -oye- que ni idea, quizás lo suyo sea seguir confiando en que mercado y estado saben bien lo que se hacen y nunca se llega a ahogar.