La medida ya es obligatoria y parece que se crea con la intención de detectar, pagar y cobrar las horas extra. La cuestión puede ser si no se estará legislando sobre el síntoma y no el origen, o si realmente el problema que se pretende solucionar es que -las horas extra- no coticen a la Seguridad Social y solo éste.
Ese problema de fondo, en cambio, podría ser cultural, hundir su raíces en una forma de entender las relaciones y la gestión. Las ocasiones en que dichas horas se tienen que hacer por una necesidad puntual y no planificada de la producción son las menos y en todo caso se podrían limitar al máximo, si se quisiera. Si las horas extra son la norma y necesarias, deberíamos pensar que algo hay en los planificadores (empresarios, empresarias, jefes, jefas) de las organizaciones que falla, y esto, de principio, no lo descartamos. Si es la norma como para hacer una Ley, confirma que el problema está en otro sitio; si es la excepción, se debería abordar persiguiendo a quienes se saltan las normas escritas ya existentes, no haciendo una nueva que -con las mismas que la anterior- podría no cumplirse. Cabe la posibilidad (como hipótesis), que muchas horas extra se produzcan solo por recalcar el poder, por dejar claro quién tiene el control. Yo al menos, lo he vivido en múltiples ocasiones, horas que no han valido para otra cosa.
Con esta Ley se está legitimando una forma de producción taylorista, basada en las fabricas de hace ya más de un siglo, pero para todo un Estado, lo cual, efectivamente, recuerda al Gran Hermano (y siento de veras coincidir con Casado en este punto aunque por otros motivos a los suyos). El mensaje de fondo es que lo importante no es lo que se hace y sobre todo ¿por qué se hace? sino el tiempo que se está. Y el mismo es contradictorio con otros como los relacionados con la economía del conocimiento y la inteligencia, la conciliación, el tele trabajo e incluso el de la calidad de vida o la salud psicosocial de los asalariados y asalariadas. El mismo Estado que te dice, por ejemplo, que se puede tender al tele trabajo, te dice que se debe fichar. Que la implantación del tele trabajo sea tan mínima y vea tantas resistencias podría darnos más pistas sobre a qué nos estamos enfrentando.
La parte cultural del problema tiene su origen en que se considera al trabajador y a la trabajadora como una máquina, alguien que va a repetir unas funciones y seguir unas instrucciones, y por eso lo decisivo pasa a ser el número de horas que lo hará. Por lo mismo, se habla insistentemente de la robotización como amenaza al trabajador, dado que, si este es como una máquina, lo puede sustituir otra.
En la tan cacareada economía del conocimiento por contraposición a la de la fábrica, seguir viendo así la cantidad de potencial necesario que llevan en su cerebro todas las personas, también las trabajadoras, es anacrónico, igual que seguir viendo la producción en base al control de horario, funciones y resultados-productos, realizado todo en una cadena especializada de especialistas con nombres tontos en inglés, aunque ya no en un local ruidoso sino en un “pull” ruidoso.
Pero claro, no todo es economía del conocimiento (ni de nombre), está la economía basada en los servicios, en la que muchos de sus empleos -se puede pensar- consisten en estar unas horas; pongamos por caso la hostelería. Como casi todos consumimos bares y restaurantes, sabemos que sí, que es necesario estar unas horas en las que se atiende público, pero también intuimos que las personas son incluso más importantes en este tipo de negocio que en otros. Por eso son los empleos de cara al público de los peor pagados y con menor prestigio social. Podría parecer una paradoja aunque todos entendemos la lógica en la que se basa, creo que a veces, en broma, lo llaman economía de escalas (“estrategias para reducir los costes tras el aumento de la producción”).
La cuestión es que hablamos de horas extra. Si consideramos a las personas como piezas, máquinas sustituibles, no costará mucho pensar que se puede pisar el acelerador hasta el fondo, al final el que permanece, el que se la juega con su negocio o en su puesto de jefecillo soy yo, y total, si no me desprendo de los trabajadores tarde o temprano serán ellos los que emprendan su camino en busca de otro sitio mejor y buscaré otros, más baratos, sobre los que pueda también pisar a fondo. Este esquema circular tiene su máxima expresión en el dicho “los empresarios crean puestos de trabajo”. La clave de este mantra no es quién los crea, sino lo que crean, puestos ¿qué diablos es eso? ¿a qué realidad se corresponde? ¿qué es un puesto? ¿un lugar con una silla y una pantalla, un lugar con unas mesas para servir de la 115 a la 130?
No creo que en un país con unas tasas de paro estructurales altísimas (aunque para mayor preocupación la idea parta de la UE), sea posible obviar que esta forma cultural de entender las relaciones laborales (y humanas) por parte de empresariado y trabajadores (que lo asumen como norma de juego) esté en la base de, entre otras cuestiones, el problema de las horas extra. Si tengo una bolsa de maquinitas en paro puedo amenazar con sustituirlas, más si total, he simplificado tanto las funciones -hay que pensar tan poco- que lo complejo es que no se pare la cadena. Invertir en el aprendizaje, mejora, desarrollo de las personas… te hace dependiente de las mismas, es decir, dejan de ser fácilmente sustituibles, más caras y eso es un riesgo, se pueden volver demandantes y jugar sus bazas. Ya que pongan su creatividad al servicio de la empresa y tengan ideas, aunque ello te hiciera ganar más dinero, es el mayor de los riesgos a largo plazo, encima tendrías que estar agradecido o reconocer méritos, incluso tu ego de alfa podría sufrir.
Todo esto tiene enormes derivadas. Por supuesto hay trabajadores que pasan de todo que no se comprometen con sus empresas y es lógico, están siempre temporales, no se les pregunta, aprietan tornillos sin poder desarrollar sus capacidades humanas, les meten horas extra, amenazan con despedirlos dada la gran cantidad de gente fuera… Aceptarán cualquier discurso de la empresa mientras de reojo ven que necesitan pagar sus facturas. Una de las mejores ideas que en este sentido hemos creado es entorno a la palabra “profesional”. Las empresas dicen que quieren profesionales, se supone que por ello se entiende gente que cumpla sus funciones como buenas máquinas, sin errores (profesionales haciendo funciones, no me digan que el lenguaje no es mágico). Luego juzgan a los empleados por su compromiso con la empresa (dando más horas y más trabajo por menos) o por cuestiones como lo buen o mal ambiente que generan, lo bien que se llevan con sus compañeros, si toman iniciativas (lo que se sale de tus funciones pero debes hacerlo para ser bien considerado, aunque si la cagas te la llevas) y multitud de eslóganes publicitarios de este estilo que se viven a diario con desconfianza pero una sonrisa (siempre una sonrisa) en las empresas de todo tipo.
Dibujado este panorama, parece que antes de centrarse en las horas extra, un gobierno podría encargarse de esas cuestiones culturales y estructurales que hacen que existan tan malos empresarios/as-jefecillos/as que perjudican también a la economía, limitando el desarrollo. La clave de su éxito se basa ¡vaya sorpresa! en lograr que las personas sean menos personas mediante sistemas de gestión de las organizaciones laborales con más de un siglo desde su creación (viva la innovación y el emprendimiento), cuando todavía la mayor parte de la población vivía del campo o de la producción artesanal y muy pocos sabían leer y escribir.
Pero claro, qué Gobierno se atreve a decirle esto a los empresarios y empresarias que crean empleo (empleo de profesionales que hacen funciones), mucho menos vigilar los comportamientos que ya son ilegales y además dañinos, difícilmente demostrables aunque sí muy visibles (¿nueva posible paradoja?). Es mejor entrar por las horas extra que, al final, es algo que, en este entorno cultural, tiene muchas posibilidades de recaer sobre los trabajadores aunque lo quieran vender como una forma de protegerlos. Es como cuando se asume sin más el discurso de que cualquier coste adicional que un gobierno o juez imponga sobre una empresa, un banco por ejemplo, lo repercutirá en el precio sobre el consumidor (empleo de profesionales que hacen funciones para consumidores). Si esto se asume, porque además pasa, tendremos que -al menos- imaginar que es posible que el control de las horas extra también recaiga sutilmente sobre el trabajador. Y de momento nada nos hace sospechar lo contrario por lo dicho, es un síntoma del problema. Pero es que además resulta que la propia Ley exime del control de horas a los “directivos y directivas”.
En serio, una medida que de principio establece diferencias, se aplica a unos y no otros de los que comparten un mismo destino laboral, no puede sino generar sospechas. Algo considerado bueno, en principio debería serlo para todos y todas. Si quienes en este sistema tienen el poder de organizar la gestión y por lo tanto decidir sobre las horas extra, no están dentro del grupo que se ve afectado por el control de esas horas ¿qué credibilidad puede tener? Hay muchas formas de leer esta cuestión, veamos una. Imaginemos que una persona quiere llegar a ser directivo ¿qué hará? ¿fichar a sus horas o estar disponible cuando los directivos que no tienen horario pero que pueden juzgar su candidatura lo requieran? Cuando ya sea directivo o directiva, en qué se fijará.
El inicio para abordar esta posible cuestión cultural y estructural, es muy sencillo, confiar en las personas y con eso sobrarían los métodos de control físicos y mentales descubiertos en Cretácico. No es que sea precisamente sencillo implantar métodos de gestión basados en la confianza, la auto organización, la libertad, la igualdad en detrimento de la jerarquía, el desarrollo humano… desde el punto en el que estamos, es normal que suene a utopía nada científica. Lo cierto es que son ya muchos los expertos en estas cuestiones y no un aficionado a juntar malamente letras, los que lo vienen diciendo desde hace décadas y muestran incluso que es posible con líderes inteligentes y comprometidos, y que funciona incluso en el contexto adverso para lograrlo que vivimos.
Cuando tantas cuestiones, desde la propia concepción del ser humano y sus sociedades hasta la forma de organizar las relaciones laborales en el mundo post-post crisis del capitalismo están en juego o se pueden hablar, fijarse en las horas extra parece poco, incluso insistir en los mismos errores. Si viene de esta UE, disculpen si genera sospechas. Es muy realista, eso sí, el resto puede parecer filosofía o alguna otra pseudociencia que ya resolverá la economía o la política de partidos. No obstante, la duda permanece, no se sabe muy bien si la medida tendrá resultados, como tantas otras, y cabe ahora recordar, por ejemplo, la de limitar la velocidad a 110 kilómetros por hora que fue revertida en meses, sin consecuencias ni al imponerla ni al quitarla (sirva lo dicho como homenaje para un gran político, que falleció recientemente, puesto que los errores en los que nos empeñamos o nos imponen son los que más persona nos hacen siempre que estemos dispuestos, y a diferencia de las máquinas que cuando se equivocan ya solo queda arreglarlas porque se han roto).
En todo caso que es una cuestión cultural y sistémica lo reconocía la propia Ministra cuando se defendía del escaso seguimiento de la nueva Ley diciendo que es muy nuestro dejarlo todo para el último minuto. Especialmente en lo que no se cree.