No sigo Masterchef en ninguna de sus versiones. Tampoco alguno de los programas sobre comidas, ni sobre famosos, cantantes virtuosos o similares. No sigo realities o talent shows, mi opinión no debería contar. Pero no estoy al margen de los mismos y, tal como nos lo cuentan, parece que una persona de las que participa tuvo un ataque de ansiedad después de una bronca y en una prueba con mucha presión.
Dado que en este programa sobre cocinar se enseña poco, el resto va de personajes compitiendo -siempre compitiendo-, sus comportamientos, y sobre quienes juzgan y sus broncas. Se crean así una estructura y una atmósfera duras en las que se desenvuelven unos sujetos que no sabemos si tienen las competencias y conocimientos necesarios para realizar unas tareas, aunque sean siempre sometidos a duras críticas, presiones adicionales y alguna alabanza. Puede ser éste un reflejo del mundo fuera de los guiones, especialmente en los entornos laborales, y solo en tal sentido que ejerzo la crítica. No es normal, no debería ser aceptable, que vivamos en espacios que propician crisis de ansiedad y, desafortunadamente, y como yo imagino mucha gente, podemos decir que lo hemos vivido varias veces en el -digamos- mundo real y cotidiano.
Antes de la anterior crisis, no esta sanitaria, la anterior, hubo un movimiento, una preocupación por poner este tema con claridad encima de la mesa del debate público. La crisis financiera tuvo, entre otras incalculables consecuencias, que se dejara de hablar de ello, porque conservar o tener empleo ya era suficiente. Obviamente, la preocupación no ha desaparecido, pero no se comenta, no verás desde hace años que abra o siquiera se mencione en un telediario. Sí podemos ver, en cambio, programas en los que se reproducen los patrones erróneos que llevan a tantos ambientes tóxicos en los que vivimos a diario, causantes de muchas enfermedades. Hay suficientes evidencias de las enfermedades físicas y psicológicas causadas por un entorno laboral anormal, y es una forma de violencia que pasa desapercibida aunque esté muy extendida. Cuando, además, lo que circula en el ambiente es la amenaza de despido, la imposibilidad de encontrar trabajo fácilmente, los cierres, la crisis de turno, es sencillo suponer que aunque esté bajo la alfombra, los abusos incrementen.
Evidentemente no hay nada de natural en estos ambientes ni las formas de gestionarlos de quienes los lideran. Obedecen a patrones culturales erróneos. Tras un ciclo de, por ejemplo, abusos verbales desde una autoridad, rara vez se mejora la productividad, a la par que aumenta el miedo y el control. Tras una baja por ansiedad o estrés provocada por el trabajo, rara vez mejora nada para la estructura que lo provoca, por no mencionar a la persona que lo sufre si consigue reincorporarse. Para quienes lo hemos vivido de cerca es tan evidente que no hace mucha falta esperar a más resultados científicos. Es una lacra violenta que no beneficia a nadie, salvo en algunos casos y no siempre, a quien la provoca y sustenta. A corto plazo puede parecer que se mantiene el poder amedrentando a las víctimas y quienes lo ven a su alrededor en obligado silencio, a medio y largo plazo es solo el preludio de una crisis de esa estructura.
Sería conveniente que del mismo modo que buscamos sostener o crear empleos, pudiéramos mencionar la necesidad de cambiar esa parte arraigada en nuestra cultura. Es necesario recortar los ambientes laborales abusivos porque se comportan de manera similar a un virus, se contagian por contacto. Si son un modelo de referencia y no se visibilizan otras posibilidades, acabaremos todos diciendo “es lo que hay” y después ni eso; será lo normal ahora que todos queremos volver a ello.